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Estar 10 meses alejada de tu despacho tiene muchas consecuencias. Algunas importantes, como tener por delante la ardua tarea de ponerte al día con todos los temas, descubrir que hay cosas que han salido genial sin ti (¿por qué no se me ha ocurrido a mí?), y comprobar que otras se han hecho mal (si es que sin mí no pueden estar!). Y aunque otras son nimias, anecdóticas, ridículas, siguen estando ahí, en tu círculo vital, acechando. Las miras de reojo y ellas te miran a ti, no encuentras nunca el momento de hacerles frente, siempre hay algo más urgente, pero el paso del tiempo las hace peores, más fuertes, porque se hacen más incómodas.

 

Sí, estoy hablando de arreglar el despacho. ¿Cuántas cosas se pueden acumular en tu ausencia? ¿Cuánto puede llegar a medir la montaña de papeles que se ha construido a partir de la que tú ya dejaste pendiente? ¿Cuántas bolsas, carteles, folletos, cubiletes, cables, cajas, cuerdas, paneles, pueden encontrar su sitio en el suelo, las mesas y las sillas de un departamento que igual monta una exposición que organiza una jornada de puertas abiertas?

 

Al final aprovechamos el fregao para cambiar algún mueble, lo cual nos llevó a vaciar una estantería. Tras estornudar enérgicamente (polvo, polvo y más polvo), desenterré maravillosos catálogos de exposiciones, un montón de guías y libros de botánica y, cómo no, mis pequeñas colecciones particulares de revistas. Explicaré, para los más jóvenes, que las revistas son un montón de hojas satinadas de vivos colores, grapadas en el centro, con la tapa ligeramente más gruesa, y que dentro contienen contenidos interesantísimos que se pueden leer en sitios variopintos, desde la consulta del dentista hasta el metro. No pesan, son fácilmente transportables y no hay que darle a ninguna pantalla ni tecla para pasar las hojas (lo cual no deja de ser peligroso, véase “El nombre de la rosa”).

 

De las estanterías saqué montoncitos con ejemplares  de Naturaleza Salvaje, con sus maravillosas fotos, Seducción ambiental, una publicación ya extinta pero muy cuidada sobre la Albufera de València, y O Botanico, la revista que edita la AIMJB (Asociación Ibero Macaronésica de Jardines Botánicos) con toda la información de los diferentes jardines. También encontré las Mètode, una publicación a la que quiero por diferentes motivos largos de explicar, los Diarios del Jardín Botánico, la revista en formato periódico del Real Jardín Botánico de Madrid que dan ganas de sentarte a leer en un banco a la sombra, y las Nat, de divulgación científica y naturaleza que dirigía M. Josep Picó, en su caso la editorial dejó de apostar por la revista tras tres años, partiéndonos a todos el corazón un poquito. Hasta me topé con las agendas de medio ambiente de la UV dibujadas por Ortifus, que había guardado por ser una buena herramienta didáctica.

 

Hoy en día sigue habiendo revistas en papel pero lo pasan muy mal, el mundo digital las ha absorbido, lógicamente. Así que sin querer entrar ahora en un debate sobre el uso sostenible del papel (trabajo en un Jardín Botánico, no me pongáis en un compromiso!), os diré que llevo tiempo pensando que el papel ya solo tiene sentido cuando el objeto acaba teniendo valor en sí mismo. Un valor que se le puede dar con un segundo uso (flyers que son marcapáginas), con una necesidad específica (público que quiere pasear con un plano en la mano) o, entre muchas otras cosas, con el diseño. La edición cuidada de un ejemplar y su estética lo convierten en objeto valioso, algo más allá de un montón de hojas con un contenido que fácilmente se puede consultar on line. Imprimir cuesta dinero y papel, no se debe imprimir indiscriminadamente ni imprimir cosas que luego van a acabar en una papelera, esa debería ser la máxima a seguir.

 

Así que sí, me gustan las revistas, por eso me alegré cuando Carlos Romá (nuestro querido Dr. Litos ) nos escribió diciendo que iban a lanzar Principia en papel. Imagino que los que nos leéis, gente moderna ávida de divulgación que solamente consultáis internet para consumir contenidos inteligentes y bien escritos (nada de rastrear ofertas de vacaciones, ver series, descubrir outlets de todo tipo o mandar mails a vuestros amantes),  estáis al día de lo que es Principia. Pero si no, les copio directamente las palabras que cuentan lo que no son: ni un repositorio de artículos, noticias y demás información, ni un espacio para sentar cátedra ni usar la ciencia de modo que no se comprenda, ni un medio aburrido para hacer creer que la cultura científica va dirigida a un pequeño sector de la sociedad.

 

Principia aúna la divulgación y otra de mis pasiones, la ilustración, ¿qué más puedo pedir? Una cosa más, tiempo para disfrutar con calma de sus artículos, pero todo llegará. De momento, lo que llega es la oportunidad de ayudarles en esta aventura participando de su crowfoundingYo me  voy a reservar la revista con bolsa aprovechando que en unos días es mi cumple! Porque la comunicación de la ciencia está en todas partes (frase para chapa), así que también puede estar en vuestras manos mientras os tomáis un café en una terraza ahora que llega el buen tiempo, durante las vacaciones en la playa, haciendo bonito en vuestra mesa o estante para una foto de Pinterest o Instagram, como cuento de antes de ir a dormir para los que, como yo, tienen una prole un poco friki, o pasando de mano en mano en vuestra familia o grupo de amigos. Y ya sé que todo esto se puede hacer con un Smartphone pero, uno, no mola ni la mitad leer una buena revista de divulgación en la pantalla (puedes estar leyendo divulgación o consultando el whatsapp, quién sabe), y dos, siempre os la podéis dejar olvidada a propósito en una mesa para que os la devuelvan cuando estáis casi en la puerta usando el truco para ligar más viejo del mundo, que no están los bolsillos para irse dejando el móvil olvidado por ahí!