Filantropo


Menuda decepción, pensé, antes de girarme y decirle – Oye, ¿y si nos salimos fuera y buscamos dónde cenamos?- . -Sí, buena idea – me respondió. Recogimos las chaquetas, intentando no hacer ruido, y salimos discretamente del teatro donde el debate sobre la película documental Art & Craft, de Sam Cullman y Jenifer Grausman, desde luego, nos estaba dejando muy fríos. ¿No os pasaba a vosotros muchas veces lo mismo con las discusiones/tertulias de esos programas de cine de la TV? Parecía que podrían estar infinitas horas hablando de si usaron una lámpara tal o cual para la toma x, o de si conseguir el dinero para hacer la película fue tan, tan, tan, complicado. Pero, del meollo del asunto, de lo que habíamos estado viendo con cada uno de nuestros ojos, nada, bola de paja en el desierto.

En realidad ayer pasó otra cosa. No es que no se estuviese hablando del documental. Art&Craft trata sobre la falsificación. Sobre como un hombre, Mark Landis, decide falsificar cuadros, motivado por su destreza técnica. Lejos de intentar venderlos y acumular grandes cantidades de dinero, se autoproclama como filántropo, para simplemente donarlos. Landis no es una persona corriente, en un momento de la película saca un folio con una lista de trastornos que padece, entre ellos esquizofrenia, trastorno de la personalidad bipolar, depresión, … La película transcurre serenamente, presentando cada rincón del personaje, totalmente fascinado con la falsificación. Llegó a colar una cantidad enorme de falsificaciones en los museos de muchos estados de USA (principalmente estados del sur), pero no cometió ninguna ilegalidad. No pedía nada a cambio. La película, sin grandes acciones, cobraba cada vez más un ruido eléctrico. ¿Quién era este amante de lo impostor? En las entrevistas se le preguntaba por su infancia, por el duro golpe de la muerte de su madre ya siendo adulto. Aún recogiendo todos esos datos uno no podía hacerse a la idea de quién era esa persona que tenías en la pantalla. Sus frases, completamente contextualizadas, eran citas de películas. También hablaba copiando. Uno empezaba a no saber distinguir si tenías a un Norman Bates enfrente de tus ojos, o un auténtico genio del camuflaje. Él no estaba en sí mismo. Se hacía muy difícil reconocerle, porque parecía un hombre sin ego. Sin yo.

Al empezar el diálogo lo primero que salió a colación fue un tema evidente. ¿Cómo era posible que esas falsificaciones hubiesen sido aceptadas por los museos? ¿En qué posición quedaban los museos? Sinceramente, la técnica de falsificación podía engañar a los ojos, pero, con una simple y sencilla luz negra se descubrían muchas de ellas. Y otras tantas se podían adivinar simplemente oliendo, ya que cómo técnica de envejecimiento usaba papel empapado en café, dejando ese aroma a sus falsificaciones. Otras de sus falsificaciones partían de simples fotocopias.  – Las maquinitas me han ayudado mucho – decía en un tono que no sabías si clasificar como naif o cómo extremadamente irónico. Sin embargo, de su trabajo trascendía un problema social ¿qué saben de arte los expositores de arte? El ridículo en el que queda un museo al que le han engañado de esta forma es espantoso. Los cuadros falsificados provenían de artistas como Picasso, Walt Disney, Paul Signac, …

Siguiendo con las anteriores preguntas, mi sorpresa aumentó al empezar el debate después del visionado. Se mantenía una discusión en torno al papel de artesano, como persona alejada de la figura del artista. De cómo Landis no tenía vocación de ser artista. Hubo alguna reacción en el público, de esas de reasentarse el culo porque lo que se ha dicho te pone nervioso, al usar la palabra “técnica” cuando se hablaba de sus falsificaciones. Todo esto me sorprendió, tanto como cuando en la película un avispado comisario decide montar una exposición en torno a todo su trabajo de falsificación. En la inauguración de esa exposición prácticamente todo el mundo que se presentaba a Landis, acaba soltándole algo así como: Es usted muy bueno, ¿por qué no decide pintar cuadros originales y firmarlos con su nombre? Landis se quedaba mudo, y, como mucho se inclinaba a señalar una ilustración que hizo copiando una foto de su madre, diciendo: ya he hecho una. Creo que esa pregunta es tan absurda casi como preguntarle a Bansky: Oiga, es usted muy bueno ¿Por qué no se deja el spray en casa y pinta cuadros para exponerlos en el MoMA?

El acierto del comisario de la exposición de la universidad de Cincinnaty es entender que en su copia transciende el arte. No hace falta decir que las copias pueden contener arte. De hecho este fue uno de los temas históricos de la estética desarrollado por Walter Benjamin a principios del siglo XX. Tampoco hace falta señalar las ideas de Warhol sobre dónde puede residir el arte (incluso en una lata de sopa comercial). En esto no habría demasiada novedad. Pero, para mí, la novedad total reside precisamente en aquello por lo que resulta tan absurdo invitar a Landis a hacer arte original firmado por él mismo. Más allá de ser un buen artesano, con una muy buena técnica de dibujo, Landis estaba generando una performance social. Su trabajo no es ilustración, o no totalmente, sino arte social. Más importante que el objeto en sí es el sentido que da a las falsificaciones, o las que estas adquieren. Lejos de ser una burda forma de enriquecerse, su falsificación tiene un valor social. Por otra parte, su trabajo destruye el anticuado y ya poco frecuentado cliché de genio creador. El yo importa mucho menos que el resultado, y la interacción con el espectador. De hecho, su trabajo, si es arte lo es porque ha sido aceptado en los museos de arte. Ojo, no porqué esté en los museos, sino porque los clasificadores de arte no han advertido la falsificación. O sea, necesita de ellos, y para que ellos entren dentro del juego su técnica debe estar a la altura. O al mínimo de altura. Pero no es la técnica el objeto de su arte. Además, su trabajo es sugerente, da mucho que pensar. Como dijo Kant: el arte place sin concepto, pero genera mucho pensamiento. El receptor es tan importante como el autor, y en su trabajo el receptor ha de ver tanto como ve el propio autor. Pero es que aquí el autor está en entredicho, porque el autor es ante todo un falsificador. En su trabajo, realidad y ficción están tan entremezcladas que cuando Landis tiene hambre y se hace algo para comer, no sabes si está comiendo una pizza, una lasaña, o en realidad son otras falsificaciones de pizza y lasaña (¿qué es sino la comida congelada, sino una copia burda de lo que pretender ser?). Para ser etiquetado como autentico artista, ¿tendríamos que poner como cláusula el hecho de que Landis fuera consciente de lo que estaba haciendo? Si es así, entonces quizá tengamos que eliminar de la clasificación de artista a demasiada gente en al historia del arte. Yo no sé dónde reside el arte, y tampoco si Landis se le puede reconocer como artista en términos oficiales. Simplemente, para mí lo es.

Ya habiendo salido del teatro, casi llegando al bar donde hemos decidido cenar, nos asalta una duda. ¿Y quién nos ha dicho que Landis sea un personaje real? Los documentales, por su formato, tendemos a tragárnoslos directamente sin masticar. El ejemplo perfecto fue el documental de Salvados sobre el 23-F. Para mi el arte de Landis nos puede estar diciendo cosas como: – nada es lo que parece, ni siquiera el yo. Todo contiene, de alguna forma, una copia. Y eso no impide al ser -.  Quizá además de esto también contenga reflexiones del tipo: ¿Qué entendemos por arte?, ¿quién se está encargando de la conservación del arte hoy en día?, ¿qué sabemos de arte? Incluso podríamos ir más allá, y enlazar con los postulados de la Bauhaus y preguntarnos ¿función?, ¿forma? Todo esto podríamos enlazarlo con temas tan recurrentes como los replicantes de Blade Runner. O si nos ponemos científicos, con la ingeniería genética, el ADN y la gestación embrionaria, por ejemplo. La copia, la imitación, la falsificación, cuando no está asociada a un simple reparto económico, contiene una riqueza total. Landis confunde en sí mismo el personalismo con el “no yo”. El “no yo” lo podríamos encontrar de forma general en personas humildes, o en caracteres psicóticos y autodestructivos, pero en Landis su “no yo” aparece como manifestación artística. Parece contradictorio, puesto que hacer arte es decir, y decir implica un yo. Pero el juego está en los matices. Debe ser posible advertir a la persona, aunque esté falsificada. Pero es necesaria una mirada oblicua para destapar al auténtico yo de su vestimenta en falso. Lo bueno de este proceso, es que, ya sea de forma consciente o no, esa mirada oblicua no se nos plantea ni para engañarnos, ni para robarnos, ni para tejer un fraude, sino para que pensemos y reflexionemos. Ese camino zigzagueante del arte es interesante, por largo y obtuso, porque en su oscuridad hay que tejer muchos pensamientos.  Y cuantos más pensamientos generemos más bueno será ese arte.

Si hay alguien que aún no ha entendido por qué se habla de Landis en un blog de ciencia (como si solo se pudiese/debiera hablar de ciencia en un blog científico), voy a tejer dos conexiones explícitas. Hace unos días, mientras entrenaba con el rodillo en casa, escuché una sección en el programa “Ya Veremos” de Juan Luis Cano en M80, que me gustó mucho. La sección la conduce Mario Alonso Puig (Médico Cirujano), y en este caso el tema se titulaba “saber escuchar”. En el programa, Mario soltó frases como – Oír es captar sonidos, escuchar es prestar atención – La escucha pide una posición de humildad y curiosidad– Implica reconocer que no sé, pero quiero saber -. Mario, en el transcurso del programa, preguntado por Juan Luis sobre ejercicios prácticos para desarrollar la escucha, proponía:

Como ejercicio de posicionamiento ante una reunión o un debate, …, antes de entrar se puede tomar consciencia de lo importante que es la escucha, y decir “me voy a posicionar como aquella persona que se abre a la capacidad de ser sorprendida, al asombro, al descubrimiento”. A esto yo le llamo mentalidad científica. Un científico, por su naturaleza, si es un buen científico, es una persona que no juzga, es una persona que explora, desde la curiosidad, desde el afán de conocer, de comprender. Es el asomarse con curiosidad a ver cuál es el punto de vista de la otra persona, a ver cómo está viendo las cosas. Obviamente, desde una comprensión de que cualquier ser humano no tiene acceso a toda la realidad sino a un punto de vista.



El efecto de escuchar, como nos comenta Mario, no solo tiene efecto en el emisor, sino que también es intenso en el receptor. Para no tener que transcribir sus palabras por completo, recomiendo que los interesados escuchen su sección. Para el post, mi interés se centra en la relación entre la ciencia y escuchar, que, como opina Mario, es una cualidad muy científica. Las ciencias, y por tantos los que nos sentimos científicos, deberían interesarse por todo lo que nos rodea. En todo hay una posible influencia. En el caso de Landis, el comisario de Cincinnaty supo escuchar un mensaje, para entender que había algo en su trabajo que era singular. Aunque su singularidad derivase de la imitación y la falsificación. O sea, aunque su singularidad estuviese en un lugar donde no cabría esperar que estuviese. Desde mi punto de vista este tipo de lectura es totalmente científica.

El segundo puente de unión tiene que ver con el CERN. Este fin de semana he tenido la grata sorpresa de encontrarme en El País con un artículo que puedo clasificar de emocionante. El artículo se llamaba “¿sueñan los protones con el arte?”. Es un artículo que explica algunas de las acciones entre artistas y científicos que se están desarrollando en el CERN. Para ser sincero, la verdad es que la mayor parte de los artículos que hablan de arte y ciencia desde la comunidad científica me suelen dejar, como en el debate posterior al documental de Landis, muy frío. Casi siempre reduciendo la interacción entre artistas y científicos casi como mera unión instrumental con fines publicitarios. Hay otros artículos, que están, simplemente, desfasados. Cómo si hablasen de un arte o una ciencia del siglo XIX. Pero este último artículo, el del CERN, es distinto. Sí que contiene una reflexión general actual. Es una reflexión desde el mundo de la ciencia que sí que ha escuchado al del arte. Quizá sea porque el autor del artículo, sino me equivoco, es escritor. De cualquier forma, que un escritor hable de ciencia, y que la ciencia, en los centros de más alto prestigio investigador, incluyan al arte, es motivo de celebración.

Desde mi punto de vista, lo que vamos a conseguir con este tipo de estrategias, que van desde el pensar más al arte y a la ciencia, y a la vez pensar menos en el yo, y por el contrario escucharnos sin tantas delimitaciones y constricciones, quizá abra caminos hacia una educación más global, más innovadora, con más y más calidad de pensamiento. O sea, con más independencia crítica.  Hay instituciones privadas, y no laicas precisamente, que, sin ningún lastre económico ni social, ya están trabajando en esa dirección. ¿Por qué no hacer que las instituciones públicas, por instituciones de todos, los colegios, institutos y universidades, sean las que lideren esta transformación de lo que pensamos que es la innovación y la educación?

No creo que sea un camino fácil. Escribiendo estas líneas me reconozco como poco practicante de la escucha, y muy amigo del yo. Al fin y al cabo, acabé saliendo de ese debate, sin haber levantado la mano para participar, y sin agradecer a los organizadores que nos hubiesen permitido conocer esta estupenda película documental. Quizá pueda aprender del propio Landis. Escribir es ficcionar, y nadie sabe, ni tan siquiera la propia persona que se pone a escribir, todo lo que contienen sus palabras. ¿De dónde vienen?, ¿de quién son?, ¿qué ocultan?, ¿qué contienen de real y de ficticio?, ¿es el “no yo” una cura para el ego?, ¿pero, es el ego necesario para la ciencia?, ¿Cuánto hay de nuevo en cada descubrimiento científico y cuánto de narcisismo?, ¿la ciencia necesita el yo?, ¿o la humildad?, ¿el equipo entre ambas?

Demasiadas preguntas difíciles de responder. Al acabar el documental Landis nos advierte. Ya se la coló a los museos, ahora va a por los autores.



Fotografia: artandcraftfilm.com/