IMG_0720

Con las madres y los padres de la clase de mi hija no recuerdo haber tratado el tema de las vacunas. Pero sí ha sido un tema de conversación en otras clases, y así hemos sabido que hay un porcentaje pequeño pero relevante de niñas y niños en la escuela que no han sido vacunados. Desde que conocimos este hecho no se han dado casos de enfermedades prevenibles en sus aulas: sí los ha habido en distintas zonas del Estado: una situación que, cuando se da, siempre es noticia. En los momentos en los que escribo estas líneas, en Estados Unidos hay un brote de sarampión que se inició en diciembre de 2014 en el parque Disney de Anaheim, en California.

El sarampión es una enfermedad muy contagiosa. Provoca un cuadro de fiebre, debilidad general, y un eccema típico. Se estima que el 90% de las personas no inmunizadas que entran en contacto con un enfermo se contagian. El período de incubación dura de cuatro a doce días, y hay un período de tres a cinco días antes de la aparición del eccema en el que los enfermos pueden transmitir el sarampión. Ésto complica el control de los brotes porque, en ese período, los enfermos pueden llevar una vida normal si no tienen fiebre y malestar. Cinco días después de la desaparición del eccema, los convalecientes ya no transmiten el virus. Las complicaciones de esta enfermedad son relativamente comunes, y entre ellas están la neumonía y la encefalitis, que pueden ser mortales En los países desarrollados, el índice de mortalidad es del 0,1% pero, en países en vías de desarrollo con un nivel de malnutrición elevado y con un sistema sanitario débil, el índice llega a ser del 10%. Un año antes del desarrollo de la vacuna contra el sarampión, en 1962, una hija del escritor Roald Dahl, el autor de Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda y Mi tío Oswald, murió a los siete años de encefalitis provocada por esta enfermedad.

Hace 15 años, en el 2000, Estados Unidos se declaró país libre de sarampión. Desde ese momento, solo se dieron unos 60 casos al año, mayoritariamente de personas que se infectaban con el virus en otros países, y que manifestaban la enfermedad al volver a casa. El año 2014, sin embargo, el número de casos fue mucho mayor, 644, la inmensa mayoría de personas que se infectaron en Filipinas, donde todavía hay un brote con más de 50000 afectados. La situación cambió en diciembre, cuando una persona enferma, probablemente sin manifestar totalmente los síntomas, visitó el parque Disney de Anaheim. Allí contagió a varias personas que, a su vez, han contagiado a otras: se ha declarado un brote: la enfermedad se está transmitiendo entre la población. En enero había algo menos de 90 enfermos en 14 estados y, al final de la primera semana de febrero, el número de casos es ligeramente superior a 110, la mayor parte de ellos en California. Las autoridades sanitarias temen no poder controlar el brote, y hay una cierta psicosis entre la población. De hecho, hace unos días se jugó la Superbowl en Phoenix, Arizona, y las autoridades sanitarias recomendaron que las personas con malestar o fiebre no acudieran al partido.

El movimiento antivacunas siempre ha existido, pero fue muy limitado   mientras existía el recuerdo de los problemas que provocaban las enfermedades que evitaban vacunas. Con el paso del tiempo se ha perdido ese recuerdo, con lo que ha aumentado el porcentaje de padres infectados por el virus social antivacunas. Un momento crucial en este proceso se produjo en el Reino Unido en 1998. Ese año se publicó un estudio liderado por el Dr. Andrew Wakefield en la revista The Lancet. En el se describía una presunta enfermedad, que más tarde Wakefield denominó enterocolitis autista, y se sugería una posible relación entre la misma y la vacuna triple vírica, que protege del sarampión, las paperas y la rubeola. En la conferencia de prensa que se convocó en el hospital en el que trabajaba Wakefield, éste fue más explícito: afirmó que los padres de ocho de los doce niños en cuyos historiales se basaba el artículo habían observado los síntomas del autismo pocos días después de la vacunación, y propuso no usar la vacuna triple vírica y, en su lugar, poner las tres vacunas por separado. Más adelante, siguió sembrando dudas sobre el programa de vacunaciones del Reino Unido.

La situación de Wakefield cambió a principios de 2004. En febrero de ese año, el periódico The Sunday Times de Londres publicó un trabajo de investigación del periodista Brian Deer. En él, Deer contó como, antes de enviar su paper a la revista The Lancet, Wakefield recibió 55000 libras de una asociación que buscaba evidencias contra las vacunas. Wakefield no informó de este conflicto de intereses a los colegas que firmaron con él el artículo, y tampoco informó a la revista. Deer siguió investigando durante varios años y descubrió que Wakefield había presentado patentes para una vacuna que era rival de la triple vírica, que había recibido cerca de 450000 libras desde 1996 de asociaciones que trataban de probar que la vacuna triple vírica era peligrosa, y que había manipulado los informes de los niños en los que había descrito el síndrome para dar la apariencia de que había una relación entre la vacuna y el autismo.

El General Medical Council del Reino Unido investigó el caso y, el 28 de enero de 2010, emitió un informe en el que se indicó que Wakefield actuó de forma deshonesta e irresponsable, que realizó a los niños ensayos invasivos e innecesarios, que actuó sin la aprobación de un comité ético independiente, y que había tenido múltiples conflictos de intereses no declarados. El 2 de febrero la revista The Lancet retiró el artículo de 1998: en 2004 la revista ya había indicado que había partes de artículo que eran cuestionables. El 24 de mayo, el General Medical Council decidió que Wakefield había tenido una mala conducta profesional, y le retiró el permiso para ejercer como médico en el Reino Unido. Finalmente, a partir del 5 de enero de 2011, Deer publicó una serie de artículos en la revista British Medical Journal en los que detalló como Wakefield había manipulado los datos: en los informes de los doce niños, los diagnósticos se habían alterado y las fechas se habían cambiado para que se ajustaran a las conclusiones del artículo. Además, Wakefield había desarrollado un ensayo para detectar el presunto síndrome de enterocolitis autista, que esperaba vender a padres de niños enfermos ganado millones de libras.

En el Reino Unido la vacuna triple vírica se suministraba desde el año 1988. El índice de vacunación en 1996 fue del 92%; en 2002 había caído al 84% y, en el año 2003, en algunas zonas de Londres,  fue del 63%: no es extraño que,  en los últimos 15 años, haya habido distintos brotes de sarampión en el Reino Unido.

Una de las zonas más afectadas por el brote de Estados Unidos es el condado de Orange, en California. En este condado, entre el 50 y el 60% de los niños de preescolar no han cumplido con el calendario de vacunación. De hecho, el 40% de los padres han solicitado la exención de la vacunación para sus hijos por creencias personales. Y ésta es la razón del miedo y la ansiedad que se esta viviendo en este país. Hay un porcentaje relativamente importante de niños sin vacunar, la mayor parte de ellos en familias acomodadas que viven agrupadas en barrios acomodados, entre los cuáles el sarampión puede extenderse imparable. Además, los afectados no son solo los niños no vacunados. El 5 de febrero, por ejemplo, se diagnosticaron cinco casos en niños menores de un año en una guardería de los suburbios de Chicago: niños que ya no estaban protegidos por los anticuerpos que les había transmitido su madre, y que todavía no tenían la edad a la que se les pone la primera dosis de la vacuna. Y, finalmente, están las personas mayores que no pasaron la enfermedad, y los vacunados en los que la inmunización no fue eficaz.

Ya véis: siglo XXI, un país desarrollado, una enfermedad que se puede prevenir con una vacuna muy eficaz, un virus social que afecta sobretodo a familias acomodadas, un brote que provocará numerosos ingresos en hospitales por complicaciones de distinto tipo e, incluso, alguna muerte…