«Huella dactilar» escultura de Juan José Novella en Mirador de Artxanda, Bilbao. Fotografía de Mercedes Aler

Soy médico y disfruto con mi profesión, de hecho me apasiona mi trabajo. Me gusta la medicina y todo aquello que está relacionado con la salud, entendiéndola como la ausencia de enfermedad o de malestar, pero en vez de actuar para que las personas no enfermen o revertir el proceso de la enfermedad hacia la salud, me dedico a todo aquello relacionado con el dolor y la muerte. Ya no trabajo como médico clínico, en un hospital o centro de salud, sino como genetista forense, en los juzgados y con los médicos forenses, y me dedico a investigar el daño infligido a otros asociado a un hecho, delictivo o criminal.

Algunos diréis “No te dedicas a la medicina de los vivos, sino a la de los muertos”, ¡y ahí viene el lío! No es cierto que me dedique a la medicina de los muertos, eso es un tabú. La medicina, esa posibilidad de conocer el porqué de enfermar y con ello intentar sanar posee tantas facetas que hasta a un profesional puede sorprender. La medicina tradicional busca la causa de la enfermedad, qué la produce, mientras que la medicina legal y forense busca la causa del daño, qué o quién pudo producirlo. En ambas vertientes tratamos con seres humanos, en ambos casos con vivos y en uno, tal vez con cadáveres.

El médico legista o forense se dedica, entre otras muchas cosas, a dar el diagnóstico de la muerte, de la causa que la produjo, pero también a diagnosticar de qué está compuesta una mancha, averiguar si es de origen biológico y/o humano y quién la generó. Todo ello para ayudar al juez instructor de un caso, para poder determinar si hubo delito o no, mediante pruebas biológicas que lleven a un diagnóstico médico legal. Así que el médico forense no sólo trabaja con muertos, sino también con vivos, que son la mayoría.

Dentro del campo forense hay un trabajo superespecializado al que se suelen dedicar los biólogos, la genética forense. Así que mediante técnicas de análisis genético se puede determinar cuál es el origen de unas muestras biológicas. Como siempre me ha gustado conocer la causa de las cosas y preguntar, como forense molecular planteo preguntas a soportes inanimados. A veces puede ser un poco frustrante esto de trabajar con objetos inanimados de los que no puedo esperar una respuesta verbal, pero me entusiasma el proceso de reconstruir el rompecabezas usando el método deductivo, dar rienda suelta a la imaginación para plantear preguntas con técnicas genéticas y finalmente llegar a la posibilidad del acierto confirmado de forma científica. De manera que mi trabajo es una herramienta más que ayuda al tribunal a valorar la compensación de un daño, ya sea en forma de pérdida de la libertad del que ha producido el daño, ya sea en forma de compensación económica por el mismo.

A veces me pregunto por qué me dedico a un tema médico relacionado con la muerte, el dolor o el daño infligido a otros asociado a un hecho si no criminal, al menos delictivo. Trabajar con el dolor es usual para un médico, es algo que condiciona la falta de bienestar, y su objetivo es buscar la causa y eliminarla para disipar el dolor. En cambio, en el ámbito forense, el dolor se conoce, a través de una de sus expresiones más duras: las lesiones que presenta un ser humano provocadas por otro ser humano. Así que en el campo de la genética forense, el diagnóstico molecular ayuda, no a diagnosticar una enfermedad rara, como ocurre en la clínica, sino a diagnosticar si una mancha es o no de sangre y si el origen de la mancha está en el agresor o en la víctima.

Del tiempo que ejercí como médico clínico conservo la formación en lo que llamamos anamnesis lo que me permite realizar las preguntas orientadas, no a las personas, sino a las cosas que vienen de ellas. La clínica deja sinsabores cuando observas la falta de respuesta a un tratamiento y la ausencia de soluciones para casos concretos, es la dificultad que conlleva no saberlo todo sobre el ser humano. Podemos investigar lo que queramos, pero cada uno de nosotros siempre será diferente y reaccionará diferente por mucho que todos seamos semejantes, cosa que por otra parte es cierta genéticamente. Sólo que como decían en un clásico en blanco y negro con K. Hepburn y S. Tracy al final de una trama de guerra de sexos “viva la diferencia….” ¡Eso! ¡Viva la diferencia!, ya no de sexos que es lo que nos permite persistir como especie, sino de variantes en nuestro genoma. Estas peculiaridades aportan las soluciones en casos delictivos, soluciones que no me aportaban los fármacos en los casos clínicos. Con la genética forense puedo diagnosticar y establecer el origen de una mancha de semen, cuando antes no podía curar la ansiedad diagnosticada en una madre de familia numerosa con el marido en paro.

Como buena curiosa, me gusta saber el porqué de las cosas. A las piezas de convicción, que es el palabro técnico de los objetos o productos que nos llegan, les hago siempre las mismas preguntas: ¿Qué tienes que no es tuyo? ¿Qué es lo añadido? ¿Cómo lo tienes? ¿Quién te lo ha dado? Sería como decirle a una mancha en un vestido: ¿cómo has llegado aquí?, ¿de qué estás hecha y quién te ha dejado?

Los límites de la medicina clínica y la forense son idénticos, los éticos. La única ventaja para mí es que en la forense si las preguntas no tienen respuesta podemos plantearlas de otra manera o esperar a avances científicos y la pieza de convicción permanece, en cambio el enfermo no.

Con la medicina legal y forense ayudas al juez y al tribunal, pero son ellos los que deciden finalmente la sentencia y la pena de falta de libertad o no. En la faceta clínica eres tú como profesional quien define y puede establecer la ausencia de salud y la posibilidad de morir.

Aunque difícil, la pieza de convicción te puede desvelar tanta información como la vida, y como ya no hay vida en el cadáver, no vives en directo el sufrimiento, tan solo sus consecuencias, que tal vez es igual o más duro. No sé…a un cadáver no le puedes ayudar, pero a la persona que fue sí. El desvelar si murió por una anomalía genética que puede pasar a su familia, y con ello evitar que vuelva a ocurrir en sus descendientes. El conocer que un cadáver presenta lesiones compatibles con asfixia mecánica y el hallazgo de ADN diferente en la zona de la lesión, confirma que la muerte no fue natural y tal vez identifica a quien se llevó su vida.

No le tengo miedo a la muerte sino a lo que no conozco. Morir es el final humano, pero si ese proceso se adelanta por acción de otro ser humano, si ocurre esa ausencia de respeto por la vida, eso sí me asusta. Esa falta de respeto por la vida es lo que me decidió a trabajar como experta en genética forense.

¿En la solución a una enfermedad, hasta qué punto influye el conocimiento de los casos que no llegan a tiempo de sanar? ¿el respeto a la vida supera la frontera de la propia vida? ¿sabes qué más hacen los médicos forenses? ¿has pensado cómo puede ser este trabajo? ¿sabías que hay proyectos de investigación en medicina legal y forense? ¿piensas que son importantes? ¿se te ocurre alguno?