plenaria_fronte_mini

Hay congresos que son un auténtico coñazo. Y luego hay otros que, literalmente, son una fiesta. Pero, ojo, no me refiero a lo de salir de copeo hasta las tantas y “socializar”, que también, sino a todo lo que les rodea. Al aspecto lúdico y al profesional.

Hay congresos que no entiendes casi ni tan siquiera las instrucciones del coffee break, pensando que has hecho mal en dedicarte a este negocio, y que sería mejor que te abrieses una tienda de bicicletas para ser mecánico. En algunos congresos, por las razones que sean, la charla te sale mal, o, aunque la charla te salga más o menos redonda, cuando ya casi te dispones a salir contento y satisfecho de tu actuación, una persona levanta la mano para hacerte esa pregunta que te tuerce la sonrisa.

Hay otros que es justo lo contrario. Donde pensabas que solo llegabas para cumplir con las órdenes de tu jefe, de repente la temática y las charlas te encantan, sacas ideas, te relacionas bien con la gente, … Vamos, APRENDES, pero es que además te diviertes. Algún listo de esos de gafas y mirada entrecortada te dirá – Bueno, sí, pero eso, ante todo, depende del trabajo que le hayas echado al asunto.- Si, claaaaro. Pero incluso si trabajas, si te lo curras durante mucho tiempo, puede ser que cuando expongas tu trabajo, o te des cuenta de que lo que dices es una auténtica soplapoyez (aunque normalmente no te das cuenta tú, se da cuenta otro y te lo dice delante de 500 personas) o, aunque no sea una soplapoyez total, si que sea una media-soplapoyez, y la gente, aunque no te lo diga a la cara, te lo diga con la mirada, o con la comunicación no verbal. Maldita comunicación no verbal. Eso, o simplemente no tienes un buen día y va y te trabas hablando, o te pones a 250/hora y acabas la charla jadeando, y todo el mundo mirando a otro lado. Vamos, que no solo es trabajo, también es tener un buen día, y a veces que los astros se alineen. Sea como sea, no hay forma bendita de salir de un congreso y dejar de decir: jooooooder, cuanto me queda dios ¡!!

Si, ya sé que ese listillo de las gafitas te dirá: – Claro, eso es lo mejor que te puede pasar en un congreso, darte cuenta de cuantas cosas hay aún por aprender -. Joder con el listillo de las gafitas. Bueno, si, vaaaale, si, es verdad, pero, también está bien darte cuenta de que del congreso anterior al siguiente, pues vas avanzando. Y, ojo, no es tan fácil.  Es un camino de muy largo recorrido. Hay veces que los imagino como campeonatos mundiales. Algunos de esos congresos podrían definirse prácticamente así. Para llegar a presentar un trabajo que sea bien aplaudido, necesitas un gran entrenamiento y unos resultados brillantes.

Lo de la profesión de investigador tiene muchas peculiaridades. Empezando por el propio nombre. Cuando a mi profesora de la autoescuela le dije que era doctor en físicas me preguntó que en qué hospital trabajaba. Por hacerlo sencillo estuve tentado de decirle: – En la Fe-. Pero, una de las cosas que creo que es más importante en este trabajo es la motivación. Digamos que no es un trabajo en el cual el dinero pueda ser el motor principal, porque los resultados no se compran, ni tampoco es un trabajo bien pagado. Esto no es una cuestión superficial, ni mucho menos. Alguien podría pensar que no debería quejarme de un trabajo en el que nos pagan un sueldo básico, pero un sueldo al fin y al cabo. Bueno, no es cuestión de quejarse o no quejarse, es cuestión de que uno investiga para entender cosas que nadie entiende, y lo hace independientemente de si le pagan más o menos. Satisfacer al ego puede ser una motivación, pero, sinceramente, creo que hay otras formas más fáciles para hacerlo. Por mucho ego que tengas, si realmente no eres bueno en esto, te vas a comer un torrao, hablando vulgarmente. Lo más sencillo es que te guste lo que haces, te ilusione. Por eso es tan importante que te dediques al tema que te apasione, porque si no es así, va a ser difícil que te sientas bien satisfecho. Y aun así, aunque seas un friki loco de tu tema, hay momentos de mayor y menor motivación, de dudas, complicaciones personales, porque no somos máquinas, obviamente. Vamos, como en cualquier otro trabajo al fin y al cabo.

Hoy estoy en Pisa haciendo de investigador, en uno de esos congresos internacionales que se repiten cada dos años, y que viene hasta el último chino perdido. Me dieron una charla, y después de sufrir con los nervios previos, que esto es otra cosa que no consigo avanzar, pues la charla no ha ido mal. Eso quiere decir que nadie me ha dicho explícitamente que lo que hago es una soberana chorrada, aunque, por las miraditas de después, o ese maldito lenguaje no verbal, creo que más de uno sí que piensa que, al menos, es una media soplapoyez. La verdad, ni yo mismo estoy seguro. De hecho, por eso quería exponer los resultados, para ver qué respuesta tenía, que decían los grandes gurús. A parte de un par de preguntas colaterales, del meollo nada de nada. Auténtico silencio. Mal negocio.

Al acabar la sesión, nos hemos dirigido a las mesas que han preparado para la comida. Hemos dejado los trastos, y nos hemos ido en busca del plato. A la vuelta, …., Dios ¡¡, en nuestra mesa estaban sentados el señor X y el señor Z (los nombres no importan, y paso de meterme en líos), los dos jefazos del congreso, que es lo mismo que decir los dos jefazos del área, ahí sentaditos. Uno sonriente, y el otro con la cara más larga aun que su ego. En ese momento he pensado que iban a ser esos dos capos los que me dirían que tu charla es una memez. El de la cara larga y ego subido no hacía nada más que tomársela contigo. Que si gracias por no ponerme agua, que ya podría haber preguntado, …, y, sinceramente, esto no ayudaba a cambiar mi impresión general del asunto. Asique, pasas de todo, te pones en modo conversación de fútbol, y punto. Pero en un momento determinado, te acuerdas de que uno de estos jefazos tuvo en su laboratorio durante unos años a una artista colaborando. Y, después de pensártelo dos veces, te lanzas: Perdona, señor X, una pregunta ¿estuvistes trabajando con artistas en tu laboratorio?

El hombre, sonriente, con esa tranquilidad de las personas que, aunque puedan tener ego, no necesitan mostrárselo a todo el mundo constantemente, me responde amablemente, comentando sus impresiones. Una colaboración muy interesante, una artista que pudo desarrollar nuevas técnicas y que esa experiencia le catapultó profesionalmente, que era muy buena en las técnicas de laboratorio. El señor Z, más estirado, empieza a darse cuenta de que el tema es interesante y reclama atención, asique se pone a pavonear sobre la galería de los Uffizi, que si Miguel Angel por aquí, que si Leonardo por allá, que si Toulouse Lautrec en el más allá, … En fin, un conjunto de chorradas y topicazos que acaban por convertir la conversación en otra tipo futbol o similar. Pero esa conversación anterior, por alguna razón, te relaja.

Mañana vuelvo a España y sigo sin tener una respuesta clara sobre la validez de la investigación que he presentado. Supongo que a veces es más fácil decir por escrito que lo que haces es una tontería. Es más, no sabría decir incluso si lo prefiero. Te vas del congreso pensando que algo raro pasa cuando es una conversación sobre intersección entre arte y ciencia la que te permite sentirte a gusto. Vamos, que aparecen muchas dudas, y se amplifican todas al pensar que dentro de poco tu contrato laboral se acaba y tendrás que encontrar un lugar para seguir investigando, muy probablemente fuera de España.  Lo cual intrínsecamente no es malo, pero quizá sí lo sea si no consigues encontrar ese equilibrio entre el aspecto científico, el personal y ese otro algo que necesitas para  estar realmente motivado, a gusto, y sin necesitar una aprobación paternal.