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Hace casi dos meses, la UPV hizo un par de proyecciones del documental «Las maestras de la República». Yo pude asisitir a una de ellas, y contamos también con la presencia de Mª Carmen Agulló, profesora en la Escuela de Magisterio de Valencia, y una de las colaboradoras en dicho documental. Posteriormente tuvimos una enriquecedora charla-coloquio en la que pudimos averiguar más sobre aquellos años y aquellas maestras, y lo que supuso para la enseñanza de la época. Quizá vosotros hayáis oído hablar del documental, porque fue el ganador en su categoría del premio Goya.

Por aquí ya nos hemos hecho unas cuantas preguntas sobre la divulgación, y las que quedan: cómo, para qué, por qué, a quién… E incluso el interés que pueda despertar la ciencia, experimental o social, en el público. Nunca es tarde para descubrir una nueva vocación o interés por nuevas cosas. Pero a los 17/18 años -e incluso un poco antes, para tomar un cierto camino curricular- se nos obliga a tomar la decisión de qué estudiar, para luego poder vivir de ello. La vida da muchas vueltas y la que creyéramos nuestra firme vocación a esa edad, puede quedar reducida al mínimo exponente veinte años más tarde. No son pocos ya los casos que conozco, de personas con un título o estudios determinados, que nada tienen que ver con su vida profesional actual. O que a posteriori han apostado por otra rama de conocimiento.

¿Qué papel puede desempeñar la enseñanza en el interés por el conocimiento? Uno fundamental y básico: motivar. Pero cuidado que aquí hay trampa: siempre se nos quiere hacer creer que la motivación tiene que venir del exterior, y esto es una verdad o mentira a medias -elegid lo que más os guste-. Si decidís ver el documental, podréis conocer lo audaces que fueron aquellas maestras de la época, por apostar claramente por un modelo libre de enseñanza y un modelo pedagógico que educaba en la igualdad, y que hacía partícipes a los alumnos en su proceso de formación. Métodos pedagógicos como el de María Montessori se pusieron en práctica, por todo docente que así lo quiso. Se cuidaba el plano emocional y creativo: las asignaturas de plástica o música, no eran algo secundario; ya había tratados de psicología aplicados a la pedagogía -algo que ahora es tan evidente-; se incitaba a la experimentación por parte del alumno, la observación y el contacto con la naturaleza. Una forma de enseñar no basada en la imposición, sino en permitir que el alumno vaya descubriendo el potencial que tiene de desarrollo de sus capacidades.

Entonces se va creando un caldo de cultivo que permite esas chispas de motivación interior, que dan origen al entusiasmo, y se genera un querer conocer y aprender, de forma espontánea y sin artificios. Ese arte de enseñar apenas duró un suspiro, y aunque después de la dictadura la cosa mejoró, la educación siguió siendo prusiana. Para entender mejor esto último, os recomiendo la película La educación prohibida y este artículo de Marcel Capraru sobre educación.

No se empieza un edificio por el techo. Con la ciencia y el conocimiento debería ocurrir lo mismo. Hay que sentar las bases desde la infancia. Siempre estamos con las mismas coletillas: hay que cambiar el modelo productivo, hay que hacer ver que la ciencia y el conocimiento son necesarios y que son riqueza, hay que divulgar para que al público le interese, etc. Todo eso no tendrá fuerza suficiente si no sentimos la motivación interior necesaria para disfrutarlo y creer en ello. Aquí sí que vale el topicazo de «el verdadero cambio viene de dentro».

Mª Carmen Agulló dijo también algo que todos sabemos muy bien y seguro que lo repetimos muchas veces: «no es lo mismo saber matemáticas, que enseñar matemáticas». Pues eso, no es lo mismo saber que enseñar. Y no es lo mismo enseñar matemáticas, que enseñar a descubrir o desarrollar un interés por las matemáticas. Y ahí no llegamos…