images Qué divulgar, para qué, por qué, cómo hacerlo, quién es el más indicado y quienes han de ser los destinatarios son, entre otras, algunas de las cuestiones que pueden hacerse sobre la comunicación pública de la ciencia. Siguiendo ese proceder inquisitivo, podríamos luego preguntarnos si, de entre esas y otras preguntas, hay alguna que sea más importante o relevante que las otras. A bote pronto, quizá la finalidad de la divulgación o los contenidos que divulgar pueden parecer clave. Sin embargo, las circunstancias y los contextos particulares aportan matices y tonalidades para cada una de las dimensiones en que nos meten esas y otras preguntas similares, y que muchas veces nos son reveladas en momentos inesperados.

El otro día asistí a una conferencia sobre nanotecnología dirigida a estudiantes universitarios de filosofía y de ciencias sociales; algo un poco atípico con respecto al público habitual al que se suele dirigir las charlas de divulgación científica. La nanotecnología, junto con la nanociencia, se centra en el estudio y manipulación de la materia a escala nanométrica, un campo que ha producido una amplia variedad de aplicaciones, pero que no es nada comparado con las que están por llegar.

La conferencia la impartía Pedro Serena, un afanado y magnífico divulgador de la ciencia del que les recomiendo su libro La nanotecnología (Los libros de la Catarata, 2010). Es un texto ameno, breve, claro y completo para quien quiera introducirse en ese campo. Con su conversación atrayente, Pedro nos reveló matices sobre la importancia del “a quién divulgar”.

Pedro cuenta que cuando va a dar conferencias divulgativas sobre la nanotecnología a centros de Secundaria, al empezar les pregunta a los chavales y chavalas quiénes piensan estudiar alguna ingeniería o alguna una carrera de ciencias naturales. A esos, Pedro les dice que se pueden marchar, y que si se quieren quedarse pueden ponerse al final, que la charla no es para ellos. Luego pregunta, quienes van realizar estudios realizados con la economía, la gestión o el derecho. A éstos Pedro los coloca en las primeras filas. ¿Por qué? Esta argucia no es más que una estratagema retórica para hacer ver algo sobre el sistema de ciencia y tecnología español.

Hasta ahora la divulgación de la ciencia se ha hecho (y se sigue haciendo) las más de las veces, pensando en generar y atraer vocaciones científicas. Lo cual no está mal, pero en España se puede decir que ese objetivo es secundario. En España no hacen falta más científicos. Nuestro sistema de ciencia y tecnología no puede absorberlos. Sobran científicos. De hecho, se van.

¿Triste, penoso, dramático, injusto, malo? Califíquenlo como quieran; pero sobre todo es el resultado del país que queremos, pero que no hacemos. Pedro Serena les dice a los que ahora están al final de sala, los futuros científicos, que los que ahora están delante serán sus “jefes” y los responsables de articular el sistema de ciencia y tecnología que pueda dar cabida a más o menos científicos, con mejores o peores investigadores. Los españoles y españolas tendremos que empezar a ser conscientes de si queremos un sistema productivo basado en el desarrollo y aplicación del conocimiento o no. Y que si lo queremos, tendremos, primero, que ir concienciando ahora a las personas que se van a encargar de ello en el futuro; y, luego, elegirlos para que articulen en consecuencia ese sistema de ciencia y tecnología. De momento, una sensible mayoría de españoles y españolas no hemos optado seguir ese camino, y por eso los políticos y políticas que tenemos actúan para que se implante otro modelo productivo no basado en el uso del conocimiento y la innovación, sino en el empleo mano de obra barata, con el predominio del sector de los servicios. Si es esto lo que la mayoría queremos, perfecto.