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Proceso de excavación de una herramienta realizada en sílex. El Salt (Alcoi)

10 de la mañana en el laboratorio. Acaban de llegar cuatro cajas con los materiales arqueológicos de un yacimiento paleolítico: instrumentos hechos en sílex y caliza, fragmentos de hueso de ciervo y caballo y algunas bolsas de carbones procedentes de hogares. Cada especialista se dedica a su faena y comienza a distribuir sus materiales por las mesas del laboratorio, clasificando en base a su forma, su utilidad, la distribución espacial en el yacimiento, etc. Una figurita de un caballo tallada en asta de ciervo aparece en el fondo de una de las cajas con una indicación: “Encontrado accidentalmente a 10 metros del límite de la excavación”. Posteriormente, los datos se convertirán en gráficas y porcentajes y tratarán de buscar un hilo conductor que una las piezas del puzzle…

Pero, ¿qué pasaría si dejamos volar la imaginación?

“8 de la tarde de un día cualquiera hace unos cuantos miles de años, en los valles alcoyanos, un grupo de cazadores-recolectores vuelve a su refugio rocoso tras una jornada de caza. De camino, se han parado a recoger unas cuantas ramas caídas de pino y enebro para aprovisionarse de leña. Al llegar, el resto del grupo los recibe con alegría: todos están hambrientos. Una mancha de carbones y cenizas compactas les hacen recordar la última vez que ocuparon el abrigo tres estaciones atrás, cuando marcharon al paso de las manadas de ciervos. Apartan los carbones y cenizas del último fuego y encienden una hoguera con ramitas pequeñas a las que van añadiendo ramas de mayor calibre, para colocar encima de una losa de piedra la carne de caballo cazada que ha sido cuidadosamente cortada en filetes con una hoja de sílex. Posteriormente, el grupo satisfecho por la gran cena, comienza a celebrar una velada bajo un manto de estrellas. Una de las componentes del grupo, probablemente la más creativa, saca de su bolsillo de cuero una flauta de hueso, moja sus labios y consigue extraer de ella notas simples pero melódicas. Esas notas consiguen apaciguar las tensiones del día, las preocupaciones, las grandes dudas. Al día siguiente, dos niños juegan cerca del campamento. Uno de ellos lleva consigo una figurita de un caballo tallada por su abuelo. Los dos sueñan con ser mayores y ver una manada de caballos, tal y como lo cuentan los grandes cazadores del grupo. De repente, sus madres les llaman desde el abrigo, deben ir a recoger ramas secas ya que el invierno se acerca. Con las prisas del momento, la figurita será abandonada accidentalmente por el niño. Un olvido que se nutrirá de una nueva casualidad 45.000 años después…”

Con este relato novelesco, inspirado en el artículo de Janet D. Spector “¿Qué significa este punzón?: Hacia una arqueología feminista”, he intentado recuperar el gesto humano que se esconde detrás de cada hallazgo arqueológico. Soy consciente que la ciencia avanza con gráficos, tablas e interpretaciones. Pero también me doy cuenta, en el día a día del mundillo arqueológico, que lo que tratamos de hacer es desenterrarnos a nosotros mismos, a nuestras actitudes, a nuestras preocupaciones ya desde el origen de los tiempos. Y eso sólo lleva a un sentimiento: emoción. A mí, personalmente, me emociona. Me emociona descubrir cómo vivían estas personas hace 50.000, 8.000 o 500 años. Desenterrar su cultura material, los objetos que dejaron accidentalmente o no, e interpretarlos. Y de vez en cuando, por qué no, inventarme una historia. Porque, al fin y al cabo, la Historia o la reconstrucción de historias ha existido siempre y el ser humano siempre ha sentido la necesidad de contar historias, de representarse el pasado. Ya sea en un laboratorio o reunidos alrededor de un fuego…