El refranero español es muy socorrido. Seguro que conoceis algún amigo que, ante una u otra situación, siempre tiene un dicho entre los dientes. En una noche de cervezas fáciles me llegaron a confesar que estos dichos populares tienen dos partes, y que si juntas la primera con la segunda de otro, muchas veces te encuentras con dichos que siguen teniendo sentido. Más allá de comprobar si esta teoría funciona o no, hoy simplemente quiero jugar para romper uno de esos refranes: el que ya he usado en el título.

Hace relativamente poco la BBC hablaba sobre las formas de aumentar la creatividad. Daban cinco ejemplos de cómo se podían seguir algunos hábitos para potenciar nuestra inventiva. La verdad, la noticia me pareció bastante floja. En un principio me parecía que más que potenciar “la posibilidad”, y cuando digo posibilidad me refiero a la búsqueda de cosas que desconocemos,  lo que realmente se conseguía con esas estrategias era rodear con un círculo más bien cuadrado a ese estado creativo tan sugerente.

Bien, sigamos con el post. Quiero hablar de la creatividad, pero me encanta hablar entrecortadamente. Enumerando. Aunque confieso que todo lo que suena a cuantitativo, por eso de los números, me provoca urticaria. Con enumerar me refiero a narrar a saltos. Esta vez quiero usar la imagen del archipiélago, de párrafos. No penséis que eso de construir islas es una técnica artificiosa. Solo estoy imitando a la naturaleza, que ahí en los mares del norte sorprendió a la comunidad científica poniendo islas. Así, casi como de la noche a la mañana. Como si hubiese sido un escritor quien, doliente de insomnio, teclease en su máquina:- y aquí, una isla-.

Isla de Murano: La Música.

Mi hermano es músico profesional. He de reconocer que me fascina que lo sea. Una de las grandes ventajas de tener un hermano músico es poder ver de cerca el progreso en su formación. Ver como, poco a poco, va adquiriendo técnica, destreza y puede enfrentarse a tocar estilos complicados, o a interpretar piezas muy difíciles. Muchas veces hablamos en la mesa mientras comemos sobre tal o cual aspecto de la música. Sobre si la música en Valencia va por aquí o va por allá, sobre la formación general de los músicos, etc, etc. Precisamente, una de las cosas que he aprendido, tanto hablando con él, como simplemente siendo testigo directo de su evolución, es que la música es un tanto por ciento muy elevado de técnica, de objetividad, y un tanto por ciento menos elevado de libertad. He avisado, odio lo cuantitativo. Que cada uno se imagine el numerito que más le plazca en esos porcentajes. Esa constricción objectual del músico, en cuanto a la necesidad de acatar normas y procedimientos, se podria parecer metafóricamente al secuestro de los vidrieros italianos en la isla de Murano. Ya sabemos que la creatividad, aunque quede secuestrada bajo llave de lo objetivo y lo normativo, siempre encuentra un pequeño agujero por donde colarse y escaparse. Ni siquiera los vidrios de Murano pudieron ser mantenidos bajo absoluto secreto. La técnica, al final, se dió a conocer por todo el mundo.

Isla de Norman: El cuerpo.

Cuando sales a vivir fuera de tu ciudad durante unos meses, al volver, de repente, aparece un vacío importante. Los investigadores salimos bastante de nuestra ciudad natal. Lo cual puede entenderse como un privilegio. Así es como lo considero. Sin embargo, volver, a veces, no es tan fácil. Si no perteneces a un círculo concreto, si tu vida no se enmarca en determinadas acciones, o te espabilas, o, simplemente, TE ES-PA-BI-LAS. Cuando volví de mi última estancia me apunté a un curso de natación. La natación es increíble. Es un conjunto de técnicas, de ejecuciones, muy, muy complicadas de asimilar. La verdad es que, muchas veces, el deporte lo contemplo como la música. Por muy teórico que te quieras poner, es tu cuerpo quien debe interiorizar los movimientos que producen la ejecución correcta. Otra vez volvemos a la objetividad, aunque siempre con un margen de maniobra que deje volar al estilo propio. Por ahora, en natación no consigo ni tan siquiera ser un mero nadador de género. De esos que se limitan a ser simplemente correctos. Como lo puede ser el escritor de novela policiaca o romántica. Justo pegado a mi calle entrena el, podríamos decir, Master Group. O sea, los federados, los que compiten. Os juro que ver a esas chicas, y, hay que reconocerlo, esos chicos, fuera de la piscina es sencillamente impresionante. Pero verlos como nadan, es arte. Se que si quisieran llegarían nadando a la isla del tesoro. A la misma que describió R.L. Stevenson, y que por ahi dicen que es la Isla de Norman. Desde mi calle, cuando nado a crol, alguna vez miro de reojo a la suya, y veo como se deslizan sin esfuerzo aparente. Me parece tan difícil como tocar el piano jazz. El espectáculo, para mí, es el mismo.

Islas británicas: Escribir.

Al principio de volver de la estancia, con nadar y salir frecuentemente con una arquitecta fue más que suficiente para sentir plena la ciudad. Pero la arquitecta desapareció, blufff, como por arte de magia. Para recuperar esa plenitud me he apuntado a un curso de escritura creativa, y mi sorpresa ha sido, otra vez, toparme con la objetividad. Ese muro de acero, de leyes y normas. En la segunda clase de este taller, ya ciertamente algo mosqueado, empecé a cuestionarme si eso de la creatividad era lo que pensaba que era. Tanta objetividad me estaba tocando las narices. ¿Qué pasa con la subjetividad?, ese reducto de la intuición, de la libertad, que aparece por el navegar chisporroso entre farolas, churrascadas por tus ganas de recitar. ¿Todo falso? Bueno, sería precipitado, y quizá estúpido, decir que, sí, que toda esa subjetividad es falsa. Pero lo que está claro es que tanto en música, en literatura como en toda expresión física de tu cuerpo hay que conocer reglas, sistemas, lenguajes, trucos, procedimientos, MÉTODOS. Al final los de la BBC, aunque con ese aire pragmático y aplicado tan típico de los británicos, podrian no estar tan mal encaminados.

Islas Griegas: Ciencia.

Reconozco que tengo una manía. Me gusta pasar los veranos en una isla del Mediterráneo. Con sol, mar y buena comida. Supongo que es algo que lo tengo en mi sangre. Me identifico con esa sensación de calor sofocante, y de mar azul que relaja y refresca. Exáctamente con la misma pasión con la que me identifico a veces con la Ciencia. Bueno, no debe ser casualidad. Por algo la Ciencia es hija directa de la Filosofía, y esta última de esta región de parras y crepitares de mediodía. Valencia, como núcleo mediterraneo, ha sido y está siendo un centro gigante para la difusión de la creatividad. Entendiéndola como en este párrafo quiero salpicarla: sin barreras académicas. Hace poco asistí a una charla espléndida de Román de la Calle, que explicaba el viaje del arte y su mutación al pasar desde la relación entre Arte-Belleza hacia la relación Arte-Creatividad. Ese contexto es el indicado para ir anclando a esas dos palabras otras muchas, como, por ejemplo, Ciencia. Es la creatividad la palabra que podría funcionalizar a las disciplinas, de forma que todas puedan interactuar, contagiarse, avanzar y comunicarse. Y ojo, es aqui, en el mediterraneo, donde se está enciendiendo uno de esos focos creativos. No hay más que ver todos los nuevos congresos que están apareciendo (ACC, Colaboración Científica, Gutenberg), y en los que nuestra asociación va a participar. En ciencia, ese viaje que supone conocer se guía con objetividad. Objetividad estructural, necesaria, construida con métodos cuantitativos, que, a través de números y mucha precisión decimal, permiten afilar las palabras y los discursos. Pero no olvidemos esa parte escénica, intuitiva, ese atrevimiento insolente del que imagina en Ciencia. En un porcentaje bajo es muy importante. Quizá tan bajo como en el caso de la Música o la Literatura.

La isla del fin del mundo: El flujo.

Los libros que me gustan son simplemente aquellos con los que disfruto. Reconozco que los de aventuras me atrapan. La aventura casi entendida como película para niños, como “La isla del fin del mundo”. En el terreno de los libros “La isla del tesoro” fue una de esas aventuras leidas plácidamente. Lo hice, además, en Creta, en verano. Me lo dejó una amiga, y se lo devolví con la arena de sus playas entre las páginas. Creo que fue un detalle por mi parte. Un pequeño tesoro. Casi que podríamos decir un tesoro interactivo entre lectura y tacto. La creatividad, para mí, contiene ese mismo tesoro. Y es sorprendente reconocer que para llegar a ella se necesitan muchos elementos. Algunos subjetivos, como podría ser la inspiración, o la pasión, el mensaje comunicativo o las ganas por comunicar. Pero también otros extremadamente objetivos, como la técnica, la perseverancia y el esfuerzo, la disciplina para repetir, repetir y repetir, hasta conseguir, etc, etc. No entiendo, por tanto, por qué esta manía tan extraña de querer adueñarse de ese tesoro, de la creatividad. Unos por artistas y otros por científicos. Dejémonos de sermones. Como decía Luis Racionero en el último programa de “Pienso, luego existo”, la creatividad es un flujo, y es el fluir, volviendo a esos hermosos presocráticos, lo que nos ofrecerá las interesantes cualidades del cambio. Ese caldo templado que es el Mediterráneo nos lo dice continuamente, cada vez que una ola llega, y se va de la orilla. Susurrante, mientras las toallas se cuecen al sol, la ola silva:

vengo,

porque me voy,

pero me voy, siempre,

para luego,

volver.

Foto: Archipiélago en las Islas Galapagos.