Energia en tiempos de crisis

Al igual que hemos conseguido aceptar el caos como un orden de diferente magnitud regido por leyes diferentes de las esperables, pero leyes al fin y al cabo, parece que va siendo hora de asumir que el “tiempo de crisis” es eso, un período, con un principio y un fin, para conseguirle sacar el máximo rendimiento.

En nuestro presente y pasado inmediato hemos asumido “la crisis” como algo negativo, asociado a experiencias personales y profesionales difíciles cuando no trágicas. Esta es una cara de la moneda, la evidente, la urgente, la que no admite discursos cuando se sufre de forma directa. Para todos aquellos que somos espectadores convendría que tanto sufrimiento no cayese en saco roto.

Desde un punto de vista semántico (sin recurrir al diccionario) y con un “background” filo-empresarial asociaría una crisis a una caída, a esa línea aserrada y descendente en las cifras de la bolsa que marca un cambio de época, y subrayo esto del cambio. Desde un punto de vista médico se me ocurre asociar una crisis a la epilepsia, un “cortocircuito” en el sistema nervioso central del que el paciente sale mejor o peor parado dependiendo de las circunstancias en el momento de sufrirla y en la que lo importante es decidir si existe o no una causa patológica subyacente que la desencadene para poder actuar contra ella. También de la medicina saco la acepción de crisis trasladada a la palabra crítica: una estenosis crítica de una arteria cerebral, por ejemplo, es aquella que determina que el paciente presente una determinada sintomatología; es evidente que habitualmente se tratará de una estenosis  importante (al menos superior al 50%, generalmente cercana al 100%) pero el dato que la define es el hecho de provocar la clínica a estudiar.

Por tanto, según desde qué perspectiva, hemos pasado de la crisis como hecatombe a la crisis como síntoma guía que permite descubrir un defecto subyacente y crisis como “cortocircuito”/”reseteo” de un sistema complejo (el sistema nervioso central). Existe al menos otra definición, de la que soy admirador y fiel seguidor desde que la descubrí hace más de un año: en la cultura oriental (no recuerdo ahora si china o japonesa o ambas, pido disculpas) la palabra crisis se traduce como cambio pero también como oportunidad. Es cierto que es difícil ver las oportunidades inmersos en un agobiante entorno de recortes, caras grises y párpados cargados, sin embargo, tan real como la hecatombe la oportunidad está aquí para quedarse y ser aprovechada, queramos o no.

Como suele pasar, alguien pensará: y, ¿esto que tiene que ver con la ciencia?. Bueno, creo que mucho. No sólo existe una grave repercusión presupuestaria sobre la ciencia en esta época crítica. No sólo la ciencia, más probablemente la tecnología tengan probable relación con los orígenes de esta situación, en el sentido en el que ciencia-sociedad-pensamiento-tecnología y economía se relacionan de forma muy cercana desde hace más de dos siglos. Además este es un tiempo de oportunidad para la ciencia. Se podría decir que ante recortes presupuestarios sólo los proyectos más ambiciosos o mejor planteados saldrán adelante, pero esto es mucho confiar en los sistemas de evaluación, ojalá sea así. Se podría decir que ideas innovadoras, aún siendo más arriesgadas encontrarán más fácil acomodo en un entorno crítico, que busca máxima productividad y productos que “cambien el juego”. Se podría argumentar que, con toda nuestra pena, brillantes científicos van a verse obligados a vencer sus reticencias al desplazamiento y tendrán la oportunidad de trabajar tal vez en mejores condiciones técnicas y profesionales, ojalá sea así.

Lo que es seguro es que se produce un cambio social en el que los individuos impelidos a abandonar la comodidad de sus rutinas se ven empujados a afrontar la realidad que ya habían olvidado y/o desdeñado, la realidad pública, y afrontarla de cara; un cambio en el que todo ciudadano es científico o como mínimo participe de la revolución científica y tecnológica que esté por llegar. ¿O no?

Jc