Zero %. Así es como una marca de gel ha nombrado uno de sus productos. “¿Necesita tu piel tantos ingredientes químicos?” pregunta una agradable voz en off mientras se especifica que el producto no contiene parabenos ni colorantes. No lo dicen, por supuesto, porque sería incurrir en una falsedad absoluta, pero el espectador podría entender que el resto de ingredientes no son “químicos”, sino que pertenecen a ese limbo en el que las sustancias se etiquetan de “naturales”, “ecológicas”, “bio-“, “respetuosas”… lo que sea menos “químicas”, que parece que se opone a todo lo anterior. Es sólo un ejemplo más de quimiofobia, pero por la frecuencia con que se están dando últimamente, empieza a ser algo preocupante.

Es algo tan absurdo que cuesta saber por dónde empezar a despiezarlo. En general, cuando se emplea el término “químico” con este sentido peyorativo -que por ningún lado aparece en las definiciones de la RAE– se está haciendo referencia a que un compuesto es sintético o artificial, propiedades que tampoco tienen porqué ser negativas. En cualquier caso se está haciendo un uso incorrecto del adjetivo “químico”, porque ni es sinónimo de artificial o sintético ni tiene esa connotación negativa con la que lo quieren rellenar. Es más, y esto lo puede suponer todo el mundo, cualquier sustancia, sea natural o sintética, es química, dado que está formada por átomos. Y esto abarca desde el ántrax hasta la miel, desde los parabenos hasta el zumo de naranja coladito que te preparan en casa cuando estás constipado.

Así que desde aquí pido a las personas quimiofóbicas que se busquen otro término para denominar a los ingredientes, a las sustancias o a los materiales que según ellos puedan resultar perjudiciales para la salud o el medioambiente y, ya que estamos, que comprueben ese perjuicio antes de poner etiquetas. Porque se está llegando a extremos un tanto absurdos.

En otro ejemplo reciente de quimiofobia, el último programa de Salvados recurría en varias ocasiones a la confrontación químico vs. natural al investigar qué tipo de sustancias acompañan a los alimentos que ingerimos. Sería ingenuo pensar que la estructura del programa no estaba diseñada para que en el espectador se quedase con la idea de lo peligrosos que son los productos “químicos” que hay en algunos alimentos, básicamente porque de no ser así no habría noticia o no sería tan impactante.

 No pretendo aquí entrar a tratar en profundidad el contenido, pero sí llamar la atención sobre algunos puntos del programa. En primer lugar, cabría diferenciar entre los aditivos alimentarios y las sustancias que por contaminación ambiental acaban en los alimentos. No hace falta ser químico, simplemente el sentido común nos dicta que hay que dedicar todo el esfuerzo posible a eliminar las sustancias del segundo tipo. Con respecto a los aditivos y productos de envasado en contacto con los alimentos, el único modelo de explotación agraria compatible con la sociedad actual es el intensivo, y en éste los conservantes, estabilizantes, los envases activos, los inteligentes y demás materiales y sustancias buscan principalmente aumentar la seguridad de los alimentos. Y para ello se someten a controles por parte de agencias como la EFSA. Que en ocasiones se equivocará, y rectificará si surge algún problema, aplicando probablemente controles cada vez más exigentes de manera que los riesgos sean cada vez menores. Me parece que es un buen camino. Desde luego mejor que eliminar todos esos aditivos y que volvamos a la situación de principios del s. XX, a ver cómo conseguíamos, los cuarenta y siete millones de españoles, comer ocho tomates a la semana.

Finalmente, este ansia quimiofóbica sublima en la última pregunta del programa, al no reconocer que la química en los últimos años ha supuesto una mejora en la esperanza de vida de las personas. Me parece arriesgar demasiado en busca de un titular. Soy químico, valoro los logros que esta ciencia ha aportado al desarrollo y no voy a quemar mi título como sarcásticamente sugería @ScientiaJMLN tras el programa.

Soy químico, sí. Y tú también.