Siempre ha estado muy de moda el tema de los viajes en el tiempo, pero dentro del contexto de las leyes de la Física. Sin embargo nos olvidamos de que con nosotros viaja una herencia de cientos de millones de años, alojada en lo más primitivo de nuestro cerebro: el cerebro reptiliano o complejo-R. Básicamente está formado por el tronco encefálico, el cerebelo y el mesencéfalo. Si bien no nos permite viajar física y temporalmente a antaño, es capaz de en una milésima de segundo, de ‘rebobinar’ todos esos millones de años para reproducir las conductas de supervivencia de la época: huir o pelear. También es el encargado de las funciones automáticas: respiración, ritmo cardíaco, temperatura, … No piensa ni siente, actúa.

Hay que saber dominarlo porque es capaz de sacar lo peor de nosotros; pero no por ello despreciarlo, ya que también va a sacar lo mejor en situaciones límite. Un chute de hormonas adecuado ante el estímulo apropiado, y despertamos al lagarto que llevamos dentro -ni siquiera al mamífero, que lidia con emociones-. ¿Habéis visto en acción alguna vez a vuestro cerebro reptiliano? No en el sentido de ser conscientes de que no podemos hacer que el corazón deje de latir, o dejar de tragar saliva, sino ver perplejos cómo toma el control más absoluto de nuestro cuerpo y pensamiento.

Imaginaos que vais en un coche, y que os vais a chocar frontalmente contra un quitamiedos o algo así. La señal de peligro llega al cerebro, pero no una señal cualquiera: «se acabó, me mato». Si la cosa sale bien, los que se matan durante un segundo son el neocórtex, el sistema límbico y tu voluntad. Ese segundo para tu cerebro no transcurre según nuestros relojes atómicos, sino que transcurre a cámara lenta. ¡Y tanto que el tiempo es relativo! Eres consciente de cómo tu cuerpo no te responde, que se ha convertido en una auténtica tabla rígida y, con perplejidad, al menos observas cómo tu tronco que estaba pegado al asiento y hacia atrás, se desplaza hacia delante unos centímetros en contra de tu voluntad. Si llevas el cinturón y el impacto ha podido ser absorbido en gran medida por la chapa delantera y el airbag -quien lo tenga-, esos centímetros habrán sido suficientes para prepararte ante el golpe y no sufrir el típico latigazo. Contusiones y huesos inflamados un tiempo, pero todas las vértebras en su sitio. ¿Algún pensamiento/sentimiento trascendental? Pues no, más bien mecánico: «¿saltará el airbag?», que para eso está tu cerebro ocupándose de la mecánica de tu cuerpo.

Una vez el lagarto ya ha controlado la situación, vuelve a dar voz y voto a las otras dos capas: al sistema límbico -que por cierto, menuda va a liar- y al neocórtex. Y seguimos como buenamente podemos con nuestro viaje particular en este espacio-tiempo. Pero esta vez dando gracias de poder ser tan primitivos, al menos de esa manera, y contentos del lagarto que llevamos dentro 😉