Imagen de Ali Douglas

Estamos en noviembre, acabándolo, apunto de dejarlo en el cajón de los meses que ya han pasado, bien ordenadito, con sus cosas buenas y sus cosas malas, justo al lado de octubre, lleno de lluvia y entretiempo, y esperando a diciembre y su zambomba.

En noviembre, aparte de coleccionar resfriados y sacar los abrigos también hay algo inevitable, la celebración de la semana de la ciencia. Ese momento para el cual todos los gestores de actividades y comunicadores científicos estamos esperando agazapados el resto del año. Momento en el que parece que todo toma forma y las agendas comienzan a llenarse, y llenarse, sin que las opciones parezcan dispuestas a agotarse.

Quizá no soy quién para afirmar que tal vez, y solo tal vez, nos hayamos olvidado de para qué se está montando todo esto. Sí, me se la frase de acercar la ciencia a la sociedad, la tengo en una camiseta, pero no se yo si tras bastantes años de celebraciones semanocientíficas no estamos convirtiéndonos en autómatas y programamos y organizamos porque hay que hacerlo, que lo dice la Biblia del “hoy se celebra el día mundial de…”. Me gustaría lanzar al aire un papelito que diga, ¿alguien se ha parado a pensar por qué hace lo que hace?, solo por si cae en buenas manos que tomen en cuenta esta consideración.

Ni seguramente tampoco soy quién para pedir por favor que le quiten ya el término “semana” a la sufrida semana de la ciencia cuando dura todo el mes de noviembre, o incluso llega a albergar alguna actividad en diciembre. Como en esos famosos 8 días de oro que van del 15 al 29, porque a mi no me salen las cuentas. ¿Sería posible en alguna realidad paralela y utópica que en este país nuestro hubiera un consenso para celebrar unas fechas uniformes? En esta vorágine de organizar actos participan centros de investigación, museos, universidades, unidades de cultura científica, ayuntamientos… cada uno con sus particularidades y características, claro, pero podrían por lo menos concentrarse en un solo período que le diera forma al asunto. Vamos, para que me entendáis, en realidad sí hay fechas oficiales pero todo el mundo se las pasa por el forro de la gabardina.

Puedo poner por ejemplo mi propia ciudad. Hacen actividades de la semana de la ciencia la Cátedra de Divulgación Científica de la UV, la Politécnica en sus tres campus de Valencia, Alcoy y Gandía, el Centro de Investigación Príncipe Felipe, la delegación valenciana del CSIC, ¿sigo? Todos tienen buenas agendas y buenas ideas, ideas que por desgracia, desarrollándose tan cerca, se solapan y no se complementan entre sí. Nada, que si quisiera hacerme un calendario la paleta de colores de mi pobre word no daría abasto.

Quizá tampoco debería señalar que podría, además de consensuarse una fecha, también hacerlo con una temática, para así enriquecer el conjunto de las actividades, además de crear una red en la que compartir experiencias, conocimientos, aunar esfuerzos, y conseguir que mil y una acciones repartidas pudieran en realidad formar parte de una sola. Así por ejemplo, este año, dominado incluso más que los anteriores por la crisis económica y las políticas de recortes, se hubiera podido dedicar la energía de la semana de la ciencia a denunciar de una vez por todas que la situación de la investigación, los proyectos, los centros y quienes trabajan en ellos es un verdadero calvario, y que solo un país que mira hacia el beneficio inmediato es capaz de volverse ciego ante las enormes ventajas de invertir en aquellos que están generando ideas que, a la larga, se convertirán en riqueza. Digo yo que si durante unos días todos habláramos de lo mismo en todas partes por lo menos sonaríamos más fuerte.

Así que seguramente sigo sin ser quién para atreverme a decir que estaría bien darle una vuelta de tuerca a esto de la semana de la ciencia que se nos ha ido un poco de las manos. ¿Sabes cuando te gusta mucho una chaqueta y al empezar a ver que la lleva todo el mundo llegar a aborrecerla? Pues eso. No es que se trate de que grandes centros puedan hacer cosas o las hagan de calidad, y pequeñas instituciones se queden cortas, en absoluto (aunque el Ministerio financie, a través de la FECYT, 20 de las actividades más destacadas basándose en criterios propios, claro). Estoy segura de que todos aprovechan al máximo sus medios y que con la mejor de las intenciones generan una agenda dedicada a la divulgación científica. El éxito de participación, la originalidad, los formatos variaran, y no podemos ni debemos controlarlos. Ahora bien, compartir calendario y temática, y generar un debate para reflexionar hacia dónde queremos ir con esta gran montaña de actos y que nos sirva de guía, no hará más que mejor la situación actual. Quizá así se conseguiría ponerle la guinda a un pastel que se está saliendo del molde y al que todos quieren echar las virutas de su sabor preferido. Sobretodo si queremos que la semana de la ciencia sea lo que dicen que es, “el mayor evento de comunicación social de la ciencia y la tecnología que se celebra en España”.

Y no hay nada como no ser quién para decir una cosa y decirla. Se queda una de a gusto…