¿Alguien se habrá parado a estudiar la historia de la fascinación?, me preguntaba este verano abriendo el puño del acelerador al salir de las curvas en el departamento de Vosgos, Francia. ¿Quién habrá inventado la aventura?, resonaba sordamente en el poco espacio disponible entre la piel de mi cara y las capas de plástico protector de mi casco. Aventura, aventura, aventura. ¿De dónde ha salido esta pasión por la aventura que acompaña al ser humano?.

Mi aventura particular este verano ha consistido en viajar largas distancias con la moto. Pero la aventura, más allá de conducir, ha significado “ver”, “escuchar”, “charlar”, …, comer con los ojos cada milímetro de nuevas sensaciones. Viajar en moto las sensibiliza y multiplica. Aunque no es intrínseco a la moto. ¿Qué se sentirá al cruzar el Atlántico en velero?, ¿Qué sentiría el primer ser humano que viajó al espacio?. Es inútil, toda consecución de palabras son intentos fallidos, espejos rotos que no logran ni emular el reflejo real de la experiencia. Por mucho que hablemos, de la aventura no se habla. La aventura se comunica al mirar a los ojos.  El interlocutor la adivina en el brillo y en la intensidad de mirada. Por eso mismo, no voy a hablar en detalle de mi aventura veraniega. Sin embargo, si de los pensamientos paralelos, a modo de cuaderno de bitácora:

 
Hastings (Inglaterra). Hora del té en el salón de la casa de mi tía. Televisión encendida. Los ingleses son muy cuidadosos con su cultura, para criticarla a cuchillo, pero también para amarla a todo corazón. La BBC vuelve a presentarme el viaje de Shackelton, ese viaje que fue un fracaso de intenciones, pero un éxito de humanidad. Es interesante – me puntualiza mi tía – como en Inglaterra se festejan incluso los fracasos. El viaje de Shackelton, con sustanciosas diferencias al viaje de Scott, no deja de ser un caso de derrota o fiasco. Al menos en cuanto a los objetivos planteados en el inicio de la aventura. Mi sorpresa vino ante la posterior reacción de mi tía. Con la mano sujetando su taza, firme y convencida, soltó un: “Eso no es nada comparado con las aventuras de los españoles en América”. Esa frase me causó grave impresión. ¿Es cierto?, No conozco muchos españoles conquistadores, aparte de las cosas simples que nos cuentan en la escuela. Los hemanos Pinzones, Hernán Cortés, Pizarro, pero, ¿quién más?, y sobre todo, ¿qué más?. He llegado a Inglaterra para capturar preguntas, y me vuelvo cruzando un mar, y un océano de montañas suizas, para investigarlas.

 
Florencia (Italia). Sábado por la mañana. Biblioteca Nacional. Pegada al Arno, la Biblioteca Nacional me proporciona un cálido formato para pensar en mis cosas, fuera del trajineo del trabajo de entre semana. Re-descubro la historia y los viajes de Hernán Cortés. Su historia, me recuerda la conquista de Alejandro Magno. Su violencia, su fuerza, su desacato, no me impide ver su aventura, y, sobre todo, no me niega el sentirme afortunado de ser español y de compartir, bajo mi cultura, ese arrojo de conocer y progresar que motivan las aventuras y los grandes decubrimientos. No comparto, ni de cerca, esa sensación muy esparcida por España de ningunear a nuestros personajes, por muy sanguinarios que fuesen. Por favor, ¿alguien conoce a un emperador pacifista?, ¿alguien conoce a algún descubridor desprendido?, ¿por qué a Alejandro Magno lo podemos reconocer en su aspecto histórico, con todo lo que destruyó y mató, y las grandes aventuras de Hernán Cortés solo significan destrozo, humillación y aniquilación?. Sabemos que los que hoy en día hacen documentales y presentan a Cortés y demás descubridores españoles iluminados solo bajo las sombras, muchas veces vienen de Francia e Inglaterra, paises que esperaban a los barcos españoles que volvían de las Américas para atacarles y robarles los tesoros. Hernán Cortes, por muy bruto que fuese, quizá no lo fuera menos que, por ejemplo, el almirante Nelson, un icono de la cultura británica. Con sus luces y sus sombras, pero respetado en su esplendor histórico. En la época de Cortés, en el siglo XVI, en pleno renacimiento, España fue uno de los países que motivaron la aventura con más intensidad y mayor éxito. Y mi orgullo me lo llevo. Cierto es que Cristóbal Colon luchó con gran fuerza para convencer e los Reyes Católicos para emprender su viaje, hasta el punto de que al proyecto del Genovés no se le dio crédito hasta el último momento. Pero también es cierto que su propuesta era descarada, y enormemente ambiciosa, por lo que había que responderla con análisis y prudencia. Con todo, fuimos la única potencia que apostó por las ideas de Cristóbal Colón, que, aunque imprecisas e incorrectas, proponían grandes avances y descubrimientos. En ese momento nos arriesgábamos. ¿Qué nos pasa hoy en día?.

 
Sesto Fiorentino (Italia). Hora de la cena en mi casa. Después de una jornada de trabajo, he utilizado las últimas horas de la tarde para seguir informándome. He descubierto que los mapas que usó Colón los diseñó Paolo Toscanelli, matemático de Florencia. Américo Vespucio también era Florentino, ¿quizá Vespucio fuese el enlace entre ellos?. Empuje y valentía junto a ciencia y conocimiento. La ciencia de aquel entonces, la que permitía navegar, era una ciencia relativamente imprecisa. Usaba sextantes, astrolabios, y, sobretodo, mapas. Una ciencia incorrecta en su completitud, ya que los mapas de Toscanelli no describían correctamente la circunferencia terráquea. Pero, como muchas de las veces, una equivocación, o un error, puede desencadenar un gran descubrimiento. O mejor dicho: los grandes descubrimientos quizá necesiten algo más que únicamente exactitud y colosal corrección. Después de esta tarde de conceptos históricos, mi compañero de piso, Rajesh, indio, representante de ese «otro» que los descubridores querían conocer y saquear, me ha invitado a cenar. Le pido que, por favor, haga un uso moderado de esas especias que tanto buscaban los descubridores. Hace un justo y equilibrado uso, justo para llegar al límite de mi aguante picante. Me mimetizo con su cultura y nos ponemos a comer con los dedos, mientras me relata con los ojos encendidos, como si se hubiese salpicado su pupila con un poco de ese picante, la última charla invitada a nuestro centro de investigación. El Dr Luca Bindi, geólogo Fiorentino, ha venido a presentarnos las impresionantes aventuras asociadas al descubrimiento de los cuasicristales. Podríamos decir que los cuasicristales representan un nuevo estado de la materia. Son ordenaciones atómicas no periódicas pero que presentan cierta simetría. La investigación, primero, se formuló conceptualmente. Roger Penrose y secuaces ya propusieron modelos de estructuras matemáticas que podían presentar estas propiedades. Más tarde se pudieron sintetizar en el laboratorio, pero quedaba por despejar una duda muy importante: ¿podía la naturaleza crear estas estructuras por sí sola?. La respuesta a esta pregunta lleva una aventura asociada imposible de relatar con palabras, como toda buena aventura. Solo decir que se organizó una expedición a los rincones más remotos de la tundra Rusa. Que los lugares que visitaron solo pudieron acceder por medio de autobuses con ruedas de orugas. Y que las conclusiones que barajan es que, sí, que la naturaleza sí que puede generar estas estructuras que parece que aniquilan los principios del equilibrio termodinámico, pero que su origen debe ser extraterrestre. Al acabar la cena, al dirigirme a mi cuarto y cerrar la ventana, mirando al cielo negro, me maravillo de las aventuras que aún quedan por descubrir en ese océano oscuro, rodeado de pequeños gigantes faros tintineantes que nos siguen diciendo muchas cosas.

La aventura tiene la interesante cualidad de atravesar todas las fronteras. La ciencia, no deja ser una aventura que acompaña al pensamiento, el desarrollo tecnológico y el económico. La aventura que acompañó grandes descubrimientos históricos. ¿hoy en día la aventura no estará en manos de “otros”?, El caso de los cuasicristales responde con un NO rotundo a la anterior pregunta, pero, ¿no deberíamos acentuar esta faceta de la aventura en la ciencia?, ¿No es esta faceta ese necesario alimento para el brillo en nuestros ojos?, ¿No deberíamos intentar contagiarnos de ese cruce de fronteras asociado a la aventura?. ¿No es este uno de los graves problemas en la España actual, aunque no lo fuese en su pasado?.

Imagen: Mapa del mundo de Paolo Toscanelli.