DNA basura

A todos los que estudiamos genética hace algunos años, nos enseñaron que la mayor parte del ADN de muchos organismos no tiene ninguna función conocida. De hecho, el nombre de  «ADN basura» («junk DNA» en inglés) con el que lo denominaron algunos grandes científicos, entre ellos el mismísimo Francis Crick, es totalmente descriptivo de lo que se esperaba de él. Incluso se pensaba que ni siquiera se expresaba en las células. Esta explicación chocó de frente con lo que yo siempre había pensado: «los seres vivos son máquinas con engranajes casi perfectos y optimizados durante miles de años». ¿Cómo iba a dejar un organismo que la inmensa mayoría de la información que le caracteriza no sirviera para nada?

Gracias a las investigaciones llevadas a cabo en los últimos años sobre estas regiones, ahora sabemos que no es así. En los últimos años se está sustituyendo el nombre de «ADN basura» por el de «ADN no codificante«.  El término «no codificante» significa que no van a dar lugar a proteínas. Podemos encontrar gran variedad de unidades reguladoras, como los microARNs, que son moléculas de ARN con una importancia crucial en la regulación de muchos procesos, copias de  genes que han perdido su función, llamados pseudogenes, o zonas repetitivas en tándem. En definitiva, multitud de elementos reguladores y elementos cuyas funciones son completamente desconocidas y que regulan las zonas consideradas clásicamente como «importantes».

Si nos centramos en el genoma humano, entre el 98.5 y el 98% es ADN no codificante. Es decir, la inmensa mayoría de nuestro genoma no se traduce a proteína y no sabemos asignarle ninguna función conocida. Con la secuenciación del genoma humano a principios de siglo, pensábamos que entraríamos en la fase de la proteómica, era el momento de definir todas las proteínas y conocer su función. En parte sí fue así, pero el problema se complicó con estos nuevos elementos. El horizonte de la regulación de la expresión genética se alejó y era como si hubiéramos vuelto a empezar el camino de su entendimiento.

En definitiva, cuanto más sabemos acerca de cómo está estructurada la información genética, más preguntas brotan sobre su estructura y más se complica entender cómo se comporta tanto a nivel funcional como estructural. Aunque se están haciendo muchos esfuerzos por entender estas regiones (como ejemplo, el número de artículos relacionados con los microRNAs: 14.613), aun estamos lejos de conocer todos los procesos en los que están implicados. Quedan muchas incógnitas por resolver. ¿Qué tendrá más importancia, los elementos funcionales o sus reguladores? ¿Cuántos de ellos regularán el mismo proceso? ¿Cuántos nuevos elementos reguladores aparecerán? ¿Habrá un cambio sustancial en cómo entendemos el genoma y su función?

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