Hace unos días me di el inmenso placer de volver a ver el documental de la BBC “The fantastic Mr. Feynman”. Disfruté del relato sobre un personaje que destila una fuerza inmensa y un cariño hacia la ciencia indestructible. Feynman pone en práctica rotundamente ese desprecio a todo poder sin justificación que es tan científico, y que en el último post que escribí lo relacionaba con el lema de la Royal Society (“Nullius in verba”).

La personalidad de Feynman, tan pro-científica, podríamos incluso etiquetarla como de total “enamorado de la ciencia”. Ojo, esta etiqueta podría llevarnos a engaño, calificándole como “fanático científico”. Craso error, sin embargo. Fanático y científico no casan. Sucede como con el agua y el aceite, que no se mezclan. Pueden existir los fanáticos, o los científicos, pero los dos juntos no. Es más, si un científico se vuelve fanático, aunque se volviese fanático de la propia ciencia, dejaría entonces de ser científico. Ese es uno de los principales equilibrios tan fascinantes de Feynman. Su objetivo básico era hacer ciencia, divertirse ejerciéndola, dar rienda suelta a su absoluta pasión por ella, independientemente de los “uniformes” y los premios. En sus propias palabras: “Los honores no son reales para mí”, “el verdadero premio es el placer de descubrir las cosas, el golpe del descubrimiento, la observación que otras personas utilizan, …” Por eso, aunque su discurso sea fuerte, contundente, incluso desafiante o muchas veces burlón, en el fondo es el discurso de un apasionado por la ciencia, siempre pincelado con destellos que se adivinan en las quintas o duodécimas lecturas.

Este amor a la ciencia, y, por tanto, de su rechazo en bloque a cualquier manifestación de poder per se, empapa toda su vida. Desde sus propios logros científicos, su vínculo con la comisión de investigación del desastre del Challenger o su vida personal. Pero también puede ser el origen de su búsqueda de estímulos “externos”. He entrecomillado la palabra externo porque precisamente cuando un investigador científico sale de su parcela de confort porque tiene curiosidades en otros lugares, ese investigador no deja de seguir haciendo ciencia. Dicho de otro modo: la curiosidad es un elemento indispensable en la investigación científica. Uno de estos estímulos fue precisamente el arte. El video explica la relación explícita de Feynman con el arte, pero me pareció muy sugerente el episodio que Feynman relata sobre el debate que mantuvo con un artista amigo suyo. Feynman explicaba que al comparar la mirada del artista y la del científico sobre un objeto, por ejemplo una flor, su amigo le recriminaba que en su mirada de científico apartaba todo elemento estético, llenándola únicamente con todas esas descripciones científicas aburridas. Feynman responde pensando que su amigo es poco menos que un loco. Para empezar Feynman replica que la expresión estética, por muy refinada o especializada que sea la mirada del artista, queda al abasto de todas las personas, no solo de los artistas. No por ser científico uno tiene que dejar de entender y ser sensible a la manifestación estética. Pero a la vez, sigue contestando que el propio mundo que incluye la investigación científica, que en el caso de la flor lo acompaña con células, mecanismos internos, su relación con los insectos, … amplifica la experiencia estética. La ciencia ha abierto la puerta a la experiencia estética hacia, por ejemplo, las escalas invisibles del ojo humano. Toda esta investigación científica AÑADE una serie de preguntas interesantes sobre la base del arte. Feynman no podía entender cómo este tipo de relación podía RESTAR sobre la visión estética del objeto. Muy probablemente esta relación circula retroalimentándose indefinidamente. En la investigación científica hay un nuevo origen para la experiencia estética, y viceversa, cada nueva manifestación estética proporciona un nuevo marco de investigación científica.

La sublimación emocional y misteriosa, aurática, poética, que se produce en la manifestación estética, de hecho no es dominio único del arte. También es coto científico. El éxtasis que podemos sentir al contemplar la propuesta formal, conceptual y social que, por ejemplo, Picaso propuso en El Guernica, no es diferente en naturaleza al mismo éxtasis que podemos sentir al entender la propuesta que Dirac cristalizó con la unión de la mecánica cuántica y la relatividad en la equación que lleva su nombre. Ambos casos son igualmente humanos, sociales y poéticos. No se diferencian. No hay más poética en uno que en otro. Pero en ambos necesitamos formarnos, educarnos y aprender vocabularios. Y solo son esas distintas formaciones y lenguajes las que, ahora sí, proporcionan diferencias entre entender lo sublime en el arte y en la ciencia. Aunque el efecto es el mismo.

Pero esto no es nada nuevo. De hecho la ciencia podríamos empezar a llamarla “poética por conocer”, y seguiríamos sin decir nada nuevo. ¿Qué es la ciencia? La ciencia es la filosofía sobre la naturaleza. ¿Y qué es la filosofía? Como su propio nombre indica, filo (amor) -sofia (sabiduría) es el amor por el conocimiento. O lo qué es lo mismo, la poética por conocer. El éxtasis o la sublimación emocional es coto humano, de todos nosotros. Su expresión se define o se presenta como experiencia artística o experiencia científica, pero no es su existencia o su no existencia lo que definen al arte o a la ciencia. De hecho, siguiendo con ese juego de reciprocidades, tampoco es la aplicación o la utilidad lo que define a la ciencia.  El arte y la ciencia, ambas, son generadoras de expresión tecnológica susceptibles de convertirse en útiles. Útiles tipo objeto. Para entender la obviedad de esta afirmación simplemente podemos hacernos la siguiente pregunta ¿es la arquitectura una forma de arte? Por supuesto, el arte y la ciencia ni expresan el conocimiento por el mismo método, ni generan aplicaciones ni útiles iguales. Por usar una analogía lingüística, el castellano y el inglés generan palabras diferentes para llamar a un único objeto, por ejemplo a un vehículo de cuatro ruedas con volante (coche & car). Pero por muy diferentes que sean esas palabras, ambas son sustantivos (e incluso ambas son palabras).

Para acabar este post quería cerrar con una reflexión sobre los objetivos actuales en la comunicación y divulgación de la ciencia. No son pocos los lugares donde cada vez más encuentro un fanatismo exacerbado por cientificar a la sociedad. Twitter, Facebook, o incluso los propios bares de nuestras ciudades se han poblado de cruzados por la divulgación científica. Pero estos lugares y no lugares más que ofrecer un espacio para el dialogo y el intercambio de opinión muchas veces son lugares de enfrentamiento y batalla. La divulgación de la ciencia se está convirtiendo en una evangelización científica. Como científico, la ciencia me parece objeto de admiración máxima, pero no creo que la ciencia se pueda compartir a la fuerza, y mucho menos imponer. Si existe déficit científico en la sociedad, debemos buscar acciones que seduzcan científicamente a la sociedad, no acciones de alistamiento científico.  El espíritu científico, ya sea bajo un tinte dialogante, o bajo la rotunda negación de la aceptación del poder per se al más puro estilo Feynman, se construye con debates atractivos, pero no en una guerra de trinchera. Dudo que alguien tenga ganas de cambiar de opinión, ya sea, por ejemplo, sobre los efectos de los organismos genéticamente modificados, sobre la inocuidad de la homeopatía o la incoherencia de sostener que la tierra es plana si en nuestro discurso estamos riéndonos y ridiculizando a la gente que tienen ideas equivocadas o divergentes. Algunos de estos problemas son problemas legales, pero su raíz nace de un problema de educación, y por tanto son problemas estructurales de toda la sociedad. La divulgación de la ciencia resulta muy necesaria en este contexto, pero el problema no es una cuestión cuantitativa, sino cualitativa. No es un problema de cuánta gente se incluye dentro del “bando” científico, sino de incluir el pensamiento científico en la educación, estemos hablando de la educación de ingenieros, abogados, artistas, historiadores o poetas.

No hay limitación para hacerlo, la ciencia, como el arte, está presente en todas las manifestaciones humanas. De hecho, más importante que intentar defender la ciencia a capa y espada, para reclutar más y más científicos, lo es el poder cultivar la capacidad de entender su importancia, y para ello quizá no haga falta ni siquiera entender la ciencia. El propio Feynman también nos puede dar algún consejo en este sentido. En su tiempo como profesor en el Caltech, debido a la fama de los documentales que estaba produciendo la BBC sobre la figura de Feynman, la madre de uno de sus estudiantes había quedado fascinada con uno de ellos. El propio estudiante pensó que Feynman podría escribir a su madre, sin formación científica, para darle instrucciones de cómo formarse en física. Feynman accedió a escribir, con la siguiente frase:

“Dear Ms Chan,

Tell your son to stop trying to fill your head with science – for to fill your heart with love is enough”

Como dice Feynman, quizá sea eso lo más importante: poder saber transmitir nuestras maravillosas pasiones por ese tejido cultural, social, estético, misterioso y emocionante que es la ciencia.

Richard Feynman, enorme apasionado de la ciencia. Un gran artista de la episteme.