Plants Can ‘Talk’ To Each Other by Clicking Their Roots

Plants Can ‘Talk’ To Each Other by Clicking Their Roots

Depende de a quien miremos, vivimos demasiado deprisa o demasiado despacio. El tiempo geológico nos es desconocido e ininteligible. El tiempo de las plantas es otro: para nuestros ojos no se mueven, vemos que se han movido después — por eso, quizás, las hojas que cazan animales de la carnívora Nepenthes o la rapidez de la Mimosa Pudica, la sensitiva, nos fascinan, el movimiento se nos hace fácilmente observable— .

La primera filmación a intervalos, conocida comúnmente con el nombre en inglés, time-lapse, muestra el movimiento de las plantas. Es del año 1898. El fisiólogo alemán William Pfeffer grabó el crecimiento y la floración de los tulipanes, los ritmos diurnos y nocturnos del Desmodium, la germinación de las habas, y el movimiento para lograr la verticalidad de Impatiens (un movimiento que se conoce como geotropismo) en una grabación de treinta y dos horas que vemos en unos pocos segundos.

Wilhem Pfeffer – Plant Movement

Las hojas se pliegan, los tallos se tumban hacia el sol, los zarcillos se retuercen alrededor de una caña, las raíces agujerean la tierra. La vida es movimiento, y a veces, se esconde detrás de una aparente quietud. Las plantas crecen y viven en otro tiempo y las poetas lo saben: Comparado conmigo, un árbol es inmortal. [1]

Este problema temporal es uno de los motivos que, según Mancuso, nos impide reconocer a las plantas por lo que son, organismos sociales tan sofisticados y evolucionados como nosotros. Esta aparente inactividad, el hecho de estar sujetos en la tierra, fijas como piedras, hizo que Aristóteles, el primer naturalista, considerara las plantas como inanimadas: ni movimiento ni sentido, sin alma. O que J. Gibson, al 1979, expresara que la botánica tendría que estar más cercana a la geología que a la biología.

Despacio, estableciendo su mundo propio, cada ser vivo con su tiempo vital de coordenada, las raíces buscan los nutrientes y el agua, levantan asfalto y abren rendijas en los pozos en las casas de campo. Los árboles inmóviles que renacen con el agua.

Cómo decíamos, los poetas lo saben:

Un árbol anda de aquí para allá bajo la lluvia,

de prisa, ante nosotros, en lo gris derramándose.

Quita un recado. Vida extrae de la lluvia

como el mirlo en un jardín frutal. [2]

Las piedras son, las plantas viven. Las plantas se comunican: desde hace unos años hay una línea de investigación posiblemente tan fascinante como la búsqueda de vida extraterrestre (al menos a mí me lo parece). La bioacústica de las plantas, dentro del campo de la comunicación vegetal, es una línea emergente que estudia los sonidos emitidos por las plantas bajo diferentes condiciones ambientales. Se estudia el ruido de las raíces cuando las paredes celulares se rompen, denominado como clicking, la posible detección de este clic por las plantas vecinas o por los otros ápices radicales de la misma planta y la detección de frecuencias sonoras por las plantas y las diferentes respuestas del organismo enfrente de estas vibraciones.

Hay animales que cuentan con sentidos que a nosotros nos son extraños, terrestres pero ajenos, como es la eco-localización de los murciélagos, y tan extraño como esta manera de sentir el mundo, nos parece que las plantas sean capaces de percibir el sonido: se ha visto como las raíces, la parte hipogea, bajo tierra, de la planta, se dirigen hacia las fuentes de sonido que emiten a frecuencias bajas, entre 100 y 500 Hz. Una atracción que aún no está clara, y que el mismo Mancuso, durante la conferencia del pasado marzo en Barcelona en el festival Kosmopolis, ofreció una posible explicación: la frecuencia típica del agua que corre es de 220 Hz.

Esta explicación vino de la mano de una de las investigadoras en este campo, Monica Gagliano. Junto con otros científicos, realizó un experimento para investigar el mecanismo mediante el cual las raíces pueden sentir y localizar el agua. Usaron como planta modelo Pisum sativum. Descubrieron que las raíces localizaron la fuente de agua gracias a las vibraciones de la corriente de agua en las pipetas, incluso aunque no hubiera humedad en el suelo. Se ha sugerido que los gradientes acústicos permiten a las raíces detectar la fuente de agua a distancia, mientras que el gradiente de humedad sirve para localizarla de modo más preciso. Sin embargo, hay científicos que refutan esta comunicación: la detección podría ser sólo una respuesta mecánica a la vibración física del medio. Porque, tal como dicen en un estudio que revisa la investigación de Gagliano, el estudio de la producción y detección del sonidos de las plantas provee una oportunidad fantástica para usar el enfoque tradicional de la etología de Tinbergen, pero son las señales acústicas intencionales o, parafraseando el artículo de revisión, los sonidos de las plantas son como el silbido del viento cuando pasa entre las ramas del sauce: importante para nosotros, pero ¿sin ningún interés para las plantas?

De hecho, Stefano Mancuso utiliza frecuentemente la palabra intención para hablar de las actividades de las plantas. De manera opuesta, Frans de Waal, importando etólogo animal, debate y argumenta la utilización de este término para hablar de los animales en el libro ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? Parece que el rigor en el uso de términos cognitivos es diferente en estos dos campos, y hay etólogos que ya han hablado de esta diferencia.

«Las plantas, ciertamente, poseen miles de ápices radicales, cada uno de los cuales cono su propio centro de cálculo. Lo llamaremos así para que hasta los críticos más malintencionados se den cuenta de que desde Darwin en adelante nadie ha pensado o escrito que en las raíces de las plantas se encuentre un cerebro de verdad -en forma de nuez y semejante al del ser humano- que durante milenios había pasado desapercibido; la hipótesis consiste más bien al pensar que en el ápice radical existe un órgano vegetal análogo, dotado de muchas de las funcionas del cerebro animal. Nada de que escandalizarse.», del libro de Mancuso y Alessandra Viola, Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal.

Hay un órgano vegetal análogo al cerebro animal, escribe provocador Mancuso. Provocador pero no original, ya Darwin habló del cerebro radical de las plantas. Los clics que, sin querer, las raíces emiten, ¿son detectables y generan respuestas? Los animales no resuelven los problemas, afirma el investigador, sino que los evitan. La razón es que pueden desplazarse. Las plantas, que no pueden desplazarse aunque se muevan, tienen que resolverlos a la fuerza. Los sistemas de comunicación sofisticados nos sorprenden, aunque cuanto más sabemos de plantas y animales, no nos tendrían que sorprender tanto.

Maria Salvador Lluch
Profesora Departament d’Ensenyament

[1] «Comparado conmigo, un árbol es inmortal», del poema Soy Vertical de Sylvia Plath.
[2] «Un árbol anda de aquí para allá bajo la lluvia,/ de prisa, ante nosotros, en lo gris derramándose. /Quita un recado. Vida extrae de la lluvia/ como el mirlo en un jardín frutal» del poema El árbol y la nube, de Tomas Tranströmer.

Bibliografía:
– Sensibilidad y inteligencia en el mundo vegetal, de Alessandra Viola y Stefano Mancuso, Galaxia Gutenberg.
Tuned in: plant roots use sound to locate water