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La noche de fin de semana con pizza y película de dibujos es sagrada en cualquier casa con enanitos de esos que van al cole, pintan con ceras, disfrutan de bocadillos sin engordar, llevan disfraces por la calle sin que les miren raro y un largo etc. Ver películas de animación en bucle primero te estimula los sentidos, pues aprendes infinidad de diálogos y te crees con memoria suficiente para memorizar Hamlet si hace falta, y luego te idiotiza y tu mente desconecta. Sin embargo yo he tenido suerte y tras los primeros años de infinitas repeticiones, a mi hijo mayor le gusta la variedad, así que hemos visto muchas, muchísimas películas diferentes. Y en estos cineclubes improvisados yo, quizá por esa deformación profesional que nos acompaña en todo lo que hacemos, me fijo en la ciencia y los personajes científicos que aparecen.

 

La ciencia aparece mucho en los dibujos (aquí encontraréis una lista, pero hay muchas más), hay grandes laboratorios con muchas probetas y Erlenmeyer llenos de líquidos de vivos colores, echando humillos sospechosos, y reventando, siempre revienta algo. También se suele combinar esta pasión por la química con la invención, y los aparatejos más insospechados salen de las mentes más imaginativas. Los científicos adultos están chalados, son entrañables o son malos, asquerosamente malos. Son personajes que dan mucho juego y molan, molan mucho, son listos y se lo curran para perseguir su fin, sea cual sea. Y si no mirad al Dr. Nefario de Gru, ¿quién no querría tenerlo trabajando a su lado?

Pero yo me quiero centrar en los científicos peques, en los de bata blanca talla S. Seguro que hay un buen montón pero os nombraré algunos de los que han pasado por nuestra filmoteca particular este último año. Me he fijado en Lewis, el huérfano de Descubriendo a los Robinsons, en Flint, el soñador de Lluvia de albóndigas, y Jimmy, el muchacho de pelo imposible de Jimmy Neutron. Puede que en algunos casos estén marginados, o sean unos incomprendidos, pero eso no es lo que los niños captan en la pantalla. Lo que se queda en su retina son las increíbles cosas que construyen, su autonomía, sus creaciones, sus espacios de trabajo fascinantes y que siempre, siempre, acaban siendo los que ganan.

En resumen, ser pequeño y dedicarte a la ciencia mola. Es un concepto que se transmite con facilidad, que se queda fácilmente en la memoria, que se presta a jugar e imitar luego. Así que mi pregunta es bien sencilla: ¿cuándo se pierde esa magia? Vocaciones científicas, dos palabras que llenan la boca y que son objetivo de infinidad de programas de divulgación en los colegios e institutos. ¿Qué lo complica todo? ¿Cuándo se tuercen las ganas de experimentar con las cosas, con los elementos, con la vida, y ver qué pasa?

 

Una vez más creo que los malos, en esta película, somos nosotros, los mayores. En el colegio y el instituto, salvo en honrosas excepciones, las asignaturas de ciencias son las más difíciles, las más exigentes y las menos motivadoras. Los Erlenmeyer no tienen líquidos de colores que explotan y eso chafa la ilusión de cualquiera. No existe libertad para crear o aprender en las materias que nos resultan más sugerentes. Y cuando creces la cosa no mejora. La imagen de ser científico se mezcla con notas de acceso, perspectivas laborales nefastas, futuros inciertos, fugas de cerebros, expedientes brillantes para acceder a limpiar pipetas. Incluso las carreras tienen programas descorazonadores, no como en Monstruos University, que vas a la facultad de asustador y estudias para eso, para asustar, ni más ni menos.

 

Aunque bueno, rectifico, los culpables somos nosotros y también el crecer, en general, que parece que se carga la magia de todo. Y aunque es una pena, hay que intentar que siempre reste una chispa de ilusión en la esencia de las cosas. Que haya niños que no quieran dejar de ser científicos es trabajo de la escuela, pero, ¿no lo es también de la familia, de los hermanos mayores, de las películas, los libros, la publicidad y los juguetes?  ¿No se trata de afianzar bien la idea romántica de la ciencia para que después la burocracia, los obstáculos y las pegas aburridas que trae consigo crecer no puedan acabar del todo con ella? ¿Podemos lograr eso o es inevitable poner los pies en la tierra al hacerse mayor? Los niños científicos gustan a todos, logran grandes cosas, usan su cabeza y se cargan a los malos, ¿acaso es un mal sueño para mantener?
    

Nota: Y si hablamos de ciencia y pelis de dibujos no os podéis perder el tronchante artículo de Scentia, o lo que es lo mismo, el texto de un padre completamente desquiciado con Frozen y su visionado en bucle como si de una vil tortura se tratara. No sé qué es más genial, si su manera de divulgar conceptos a través de la peli, o los comentarios de quienes no entienden nada y le dicen que por qué analiza esos detalles si en las películas reina la magia y todo vale. En fin…