Nate Williams

Hace unos días estuvimos en el Campus Gutenberg de comunicación científica, un encuentro en Barcelona que ya va por la quinta edición y sirve para poner cara a aquellos que durante el año seguimos en las redes, reflexionar sobre temas variados que surgen día a día cuando se trabaja en divulgación, y también para acercarte a algunos talleres prácticos que te den herramientas nuevas de trabajo. Quizá por eso último me llamó la atención el título de la propuesta de Ignacio Morgado con su taller Descubre tu verdadera inteligencia. La cosa olía a manual de autoyuda que echaba para atrás, pero después leí que se presentaba como un espacio para “explicar tipos de inteligencia y sus fundamentos cerebrales”, y al unir eso al cargo de Morgado como catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia y en la facultad de Psicología de la UAB, me di cuenta de que iba a encontrar poca camisa hippy y sí bastante contenido, así que le di una oportunidad.

¡Y menos mal! La clase fue amena, estuvo llena de retos mentales entretenidos que nos pusieron a prueba y no sacaron los colores, y sobretodo abordó un tema que me fascina y que creo que sigue estando poco presente en nuestra sociedad, nuestra educación y, por poner otro ejemplo, en nuestro sistema para encontrar candidatos a un empleo, las diferentes clases de inteligencia que podemos poseer. La clave es dejar a un lado el concepto de inteligencia como capacidad cognitiva general, más o menos lo que se evalúa en los test para llegar a un número que defina nuestro coeficiente intelectual, y ahondar en la capacidad múltiple, que estaría compuesta por las inteligencias analítica, práctica, creativa y emocional y social.

Un cocktail algo más sencillo que los famosos 7 tipos de inteligencia de Gardner pero que sirve igualmente para huir del estereotipo de chico listo como aquél que saca buenas notas en clase. Nos contaba Morgado que parece ser que el 40% de nuestra inteligencie viene dada por herencia genética, y que el resto surge de factores epigenéticos (que determinados genes se expresen o no), y factores múltiples como la cultura, el entorno social, la alimentación, etc. Así que cada uno de nosotros somos como una gran colcha de esas horrendas de patchwork (vale, algunos os consideraréis bellos y bellas pero las colchas de patchwork son feas, eso es así), donde el 40% de los retales nos los dan nuestros padres, otros  los tenemos también pero los perdemos bajo la mesa y no podemos usarlos, y los que faltan los vamos adquiriendo mientras avanzamos por el camino de la vida (lo sé, me ha quedado muy cursi, peor que el patchwork).

Ahora bien, está genial saber que la inteligencia analítica, la que nos sirve para resolver problemas, con la que razonamos, nos expresamos, y nos movemos por el mundo numérico, es interesantísima, útil, pero no suficiente para que nos desarrollemos completamente. Vamos, que está sobrevalorada (incluso en ocasiones yo añadiría un “ísima”). Quizá quien no resuelva bien los test de los psicólogos tenga más inteligencia práctica, para resolver problemas, trabajar manualmente, reparar… (jugar al tetris también vale). O quizá tenga más desarrollada la creativa, la que nos hace ser originales, nos abre la mente, nos muestra caminos alternativos, nos lanza a explorar nuestro entorno y nuestros sentidos (sin substancias psicotrópicas de por medio, ojo). Aunque como sois muy listos (véase la definición de inteligencia que venimos desarrollando hasta aquí) ya os habréis dado cuenta de que seguramente nada de lo anterior sirva del todo para llevar un camino pleno si no se complementa con la inteligencia emotiva y social, aquella que hace que los pensamientos y las emociones encajen en el puzzle, se fusionen.

Nos decía Morgado que la inteligencia emotiva y social es clave para una alianza entre  sentimientos y razón, lo cual es a su vez la base para vencer el estrés, que está causado por el desencaje de estas piezas. Por lo tanto al final no iba yo tan desencaminada y algo de autoayuda tenía el taller, pero autoayuda sensata. Un discurso que ponía en valor todos los tipos de inteligencia y sobre todo esta última, tan poco tenida en cuenta en nuestro entorno de formación o trabajo. ¿Nos servirá de algo un gran acopio de conocimientos si después no sabemos liderar o coordinar un grupo de personas? Está bien tener muchos datos o la capacidad para resolver problemas pero ¿conseguirá eso que seamos más productivos por aprovechar bien nuestro tiempo y desconectar cuando nuestra mente lo necesita? ¿Son los grandes resultados posibles si al encajarnos en una vía no tenemos recursos para buscar el camino alternativo? Todas las inteligencias serían necesarias y, por lo tanto, deberían analizarse y valorarse en nosotros.

No quiero acabar sin mencionaros los libros de los que nos habló para abrir nuestra mente y tener una visión más completa de la importancia dela inteligencia emocional en nuestro día a día. Nos recomendó las  meditaciones del emperador romano Marco Aurelio, también El arte de la prudencia, de Baltasar Gracián, y yo añado un libro del propio Morgado, Emociones e inteligencia social. ¿No deberían ser estos libros, u otros del mismo estilo, recomendaciones de lectura en cualquier plan de estudio? ¿No se debería valorar en un aula la inteligencia emocional de los niños y potenciarla? Sé que hay métodos de enseñanza en esta línea pero desde luego no llegan a la mayoría. ¿No es un valor en activo que alguien demuestre habilidades en este sentido cuando busca un empleo? ¿Hay manera de valorar algo así, o debería guiarnos el sentido común?

Me quedan muchas dudas, y también en ciencia. Hay tantos genios (sé que no sólo en ciencia) de vidas desastrosas. Conocemos tantos investigadores que son incapaces de trabajar en equipo. Hemos visto tantos profesores cargarse vocaciones por no saber hacer su trabajo. Avanza la ciencia a pesar de todo pero, ¿mejoraríamos si potenciáramos los cuatro tipos de inteligencia en aulas, seminarios y laboratorios? No sé cuál es mi coeficiente intelectual, pero me parece que no lo quiero saber, mejor voy a intentar ser más creativa y a tratar de gestionar mi estrés. En unos meses evalúo mi rendimiento en el trabajo y os cuento. Yo creo que el balance va a salir positivo, palabra de libro de autoayuda.

Nota: imagen de Nate Williams

Nota 2: el enlace que os he puesto a Ignacio Morgado os llevará a una de las múltiples entrevistas que le han realizado y que encontraréis en la red. Aquí tenéis uno de sus últimos artículos sobre optogenética en El País