FullSizeRender1

La verdad es que, por más que lo intento, mis pensamientos siempre vuelven al mismo lugar. Lo siento: no he encontrado un tema más agradable del que hablar. El contraste es tan grande que no se me va de la cabeza. También hay, por supuesto, implicaciones personales. Vamos, que el tema es complejo y no sé si he reflexionado lo suficiente. Pero mis pensamientos siempre vuelven al mismo lugar…

El futuro de la Química

Antes de las vacaciones de Fallas envié a mis compañeros del Instituto de Ciencia de los Materiales de la Universitat de València el enlace a un ensayo de George M. Whitesides. Whitesides es un venerable académico que trabaja en el Departamento de Química y Biología Química de la Universidad de Harvard. Sus temas de investigación en la actualidad son química física y orgánica, ciencia de materiales, biofísica, agua, autoensamblado, complejidad y simplicidad, origen de la vida, sistemas disipativos, diagnósticos accesibles, y robótica blanda. Lleva décadas trabajando en las fronteras del conocimiento y transfiriendo los resultados de su investigación a través de pequeñas empresas fundadas para comercializar sus desarrollos. Me enteré de la publicación del ensayo por twitter e inmediatamente lo busque: no es el primero que escribe, y siempre los he encontrado inspiradores.

El título del mismo es Reinventando la Química, y apareció en la edición en inglés de la revista Angewandte Chemie, dentro de un número especial que celebra los 150 años de la empresa BASF. Y no me defraudó. Su tesis es que la era que se abrió para la química después de la II Guerra Mundial ha llegado a su fin. Ahora el campo se enfrenta a un conjunto completamente nuevo de oportunidades y de obligaciones con la sociedad, y para poder abordar estos problemas es necesario dotar de una nueva estructura a la química. Hasta ahora, según él, la química ha sido la ciencia que estudia átomos, enlaces, moléculas y reacciones. Pero esa definición, que hasta hace poco podíamos considerar válida, no es capaz de representar su potencial y la complejidad de los retos con los que se enfrenta. ¿Qué debe ser la química en el futuro? Whitesides afirma que debe ser una ciencia que trate de sistemas complejos, sean químicos o no, en los que estén implicadas las moléculas: ciencia de materiales, biología, geología, gestión de las ciudades…

La estructura del ensayo es lógica, casi previsible. Un análisis histórico: de dónde venimos y en qué situación nos encontramos, una descripción de nuevos tipos de problemas con los que se enfrenta la química, y una sección final dedicada a los cambios necesarios en las prioridades y en las instituciones (academia, industria, gobierno) para hacer frente a esta nueva era.

En el Instituto de Ciencia de los Materiales trabajamos físicos y químicos, y en el mensaje que envié con el enlace advertí que, aunque el título del ensayo era Reinventar la Química, muchas de las reflexiones de Whitesides trascienden el ámbito de la misma. La lista de nuevas clases de problemas a las que se enfrenta el área es ya toda una declaración de principios. Sin ser exhaustivo (enumera 24 clases): ¿Cuál es la base molecular de la vida?; ¿cómo piensa el cerebro?; el microbioma y otras variables ocultas en la salud; inestabilidad climática, dióxido de carbono, el sol y la actividad humana; generación, transporte, uso, almacenamiento y conservación de energía;  la química de los planetas: ¿estamos solos o la vida está en todas partes?; distribuyendo los beneficios de la tecnología entre sociedades: tecnología frugal; controlando la población global…

Kafka en los currículums de no más de cuatro páginas

El contraste aparece cuando comparamos los cambios institucionales necesarios que propone Whitesides con una noticia que se publicó hace unos días. Tiene que ver con la gestión de la investigación en el Estado Español. En la última convocatoria de proyectos de investigación los gestores, entre los que hay tanto personal de administración como científicos, decidieron que los currículums debían tener un determinado formato y un máximo de cuatro páginas de extensión. Hasta aquí nada excepcional: estamos acostumbrados, aunque hartos, de que cada año los gestores cambien el formato de las solicitudes de proyectos o de los currículums a presentar. Lo grave es que decidieron, además, que el aportar un currículum con más de cuatro páginas constituía una incidencia NO SUBSANABLE. Es decir, que era motivo para que no concedieran un proyecto. Y han aplicado ese criterio a rajatabla: han rechazado proyectos porque se habían presentado currículums con más de cuatro páginas: independientemente de la valía científica del proyecto, de la capacidad de los investigadores para abordar el problema… Después de publicarse la noticia han empezado a circular por las redes sociales casos que no han hecho más que aumentar la indignación. Algunos corresponden a investigadores de universidades y centros de investigación que tienen sistemas centralizados de gestión de currículums. Un investigador introduce sus datos en el sistema (proyectos, contratos, patentes, publicaciones, conferencias,…) y, cuando necesita su currículum, lo extrae del sistema. El problema es que, con el formato que aparecía en la petición, para investigadores con gran actividad, estos sistemas proporcionaban los currículums con 5 o con 6 páginas… Nadie consideró lógico que fueran a aplicar al pie de la letra la advertencia de las cuatro páginas si la información proporcionada era la solicitada en la convocatoria. El resultado es que se han rechazado numerosos proyectos por ese detalle. Y entre ellos hay algunos de gran valía, liderados por investigadores brillantes…

El papel de las agencias gubernamentales

En su ensayo Whitesides, al hablar de los cambios que tienen que afrontar los gobiernos para hacer frente a la nueva situación en el área de la Química, menciona la necesidad de minimizar la burocracia que solicitan las agencias gubernamentales para asignar los fondos de investigación. En estos momentos, la cantidad de esfuerzo dedicado a la redacción de proyectos, de informes de seguimiento, y a la evaluación de proyectos y de publicaciones es cada vez mayor en todo el mundo, y ha alcanzado unos niveles que afectan negativamente a la propia investigación. Y Whitesides va más allá al sugerir que, aunque el dinero, evidentemente, importa, todavía importa más la gestión de los programas de investigación: su capacidad para promover áreas que caen fuera del interés cortoplacista de las empresas, áreas que son demasiado convencionales para la academia, áreas que necesitan mucho tiempo, digamos cincuenta años, para madurar…

Docencia, investigación, y nada más…

La situación descrita en relación con la resolución de los proyectos es una de las presiones sobre el sistema universitario y el sistema de investigación que se han producido en los últimos tiempos, y que van más de la tasa de reposición y de la escasez de fondos para mantener a los investigadores jóvenes, cuestiones que, per se, son muy graves.

Una disposición del ministerio, hace unos años, ha hecho que, en mi universidad, algunos profesores den la mitad de horas de docencia que otros en función de si tienen o no los sexenios de investigación. Los sexenios de investigación corresponden a una evaluación que se realiza cada seis años. Hasta ahora, en caso de ser positiva, se pasaba a cobrar unos 100 euros más al mes. Conozco a gente muy trabajadora y valiosa que no tiene los sexenios que le tocan: decidieron dedicarse a otras cosas: a tareas administrativas, a transferencia de conocimiento realizando desarrollos para empresas, a crear sus propias empresas… Lo hicieron de forma consciente, de acuerdo con las reglas del juego que existían en ese momento. Pero, de repente, estas personas han visto como han cambiado las reglas del juego con efecto retroactivo. Se han encontrado con que el ministerio ha decidido que hay solo dos cosas que se pueden hacer en la Universidad: dar clases e investigar. Por tanto, los profesores que no tienen los sexenios que tocan tienen que dar el doble de clases que sus compañeros que sí tienen los sexenios. Pero hay una infinidad de tareas a desarrollar en una universidad del siglo XXI que no son capturadas por el Plan de Organización Docente o por los sexenios de investigación: administración, transferencia mediante contratos con empresas o creando empresas derivadas de los resultados de la investigación, formación continua de profesorado de primaria y de secundaria, conocimiento público de la ciencia… Yo no he oído muchas quejas por parte de mis compañeros dedicados en cuerpo y alma a la investigación; es más, cuando ha salido el tema se han mostrado de acuerdo con esta medida: la mayoría de mis colegas piensan que lo que no sea investigar e impartir clases queda fuera del ámbito de actuación de un universitario: por tanto, sus compañeros que no tienen los sexenios que tocan deben dar más clases.

La trampa del ranking de Shanghái

En las agencias gubernamentales, y en las administraciones de las universidades, se ha extendido un virus muy peligroso: la obsesión enfermiza por la posición de los centros en los rankings, sobre todo en el de Shanghái. Los rankings son una clasificación de las universidades en función de una serie de indicadores a los que se les asigna un valor. Y aquí ya tenemos dos cuestiones que deberían de relativizar las posiciones en estas clasificaciones. La primera tiene que ver con los indicadores elegidos. Y la segunda, con los valores numéricos asignados a cada indicador.

El ranking de Shanghái fue publicado por primera vez en el año 2003. Usa seis indicadores para clasificar las universidades: número de estudiantes y de personal de la Universidad que han ganado Premios Nobel o Medallas Field (que juega el papel del inexistente Nobel de Matemáticas), número de investigadores muy citados seleccionados por Thomson Reuters, número de artículos publicados en Nature y Science, número de artículos citados en los Citation Index, y producción per cápita de una universidad.

El propósito inicial del ranking fue situar a las universidades chinas en un contexto global. Para China, una gran potencia, tiene sentido fijarse en parámetros que, para ellos, definen el prestigio de una universidad. De esta manera pueden diseñar políticas propias para que se desarrollaren universidades de prestigio internacional. Y, como vemos, el prestigio lo definieron fijándose únicamente en la investigación: todos los parámetros tienen que ver con esta función. Además, las universidades grandes se ven favorecidas.

El ranking de Shanghái no tiene en cuenta la calidad de la docencia, la empleabilidad de los graduados, la implicación de las universidades con el entorno social y productivo local y regional… Y, a pesar de estas graves carencias, ha capturado la atención de universidades, gobiernos y medios de comunicación en casi todos los países. Se señala, como argumento para defender la necesidad de cambio en la universidad española, que no hay ninguna entre las cien primeras en el ranking de Shanghái.

En la página del ranking se señala que uno de los factores por los que es tan popular es, posiblemente, que la metodología es «scientifically sound, stable and transparent». Como he señalado, otro aspecto de los rankings es que asignan valores numéricos a los distintos parámetros, que son naturaleza muy distinta, para poder agregarlos y obtener una calificación numérica. Pero el criterio de asignación numérica introduce otro sesgo, dado que plasma de nuevo el valor que tiene el ranking para sus creadores. Dicho de otra forma, ¿qué criterio científico existe para asignar valores y comparar parámetros como el número de investigadores muy citados seleccionados por Thomson Reuters con el número de artículos publicados en Nature y Science o con el número de artículos citados en los Citation Index?

Por suerte se han desarrollado otros indicadores que, a mi entender, son mucho más valiosos. Recientemente se ha hecho público el Ranking ISSUE de las Universidades Españolas. En él se evalúa la actividad docente, investigadora y de innovación y desarrollo tecnológico. Y, en cada una de estas tres dimensiones se consideran cuatro ámbitos: recursos disponibles, producción obtenida, calidad e internacionalización de las actividades. Cada uno de los cuatro ámbitos para cada dimensión se analiza a partir de entre uno y tres indicadores. A mi entender, la información recogida en esta clasificación tiene muchísima más relevancia para las universidades españolas que el ranking de Shanghái. No tanto por el resultado numérico final: me parece infantil resumir todo este proceso afirmando que la universidad A es mejor que la B.  Para mí, lo que importa son las puntuaciones obtenidas en cada uno de los indicadores, el análisis crítico que cada universidad puede hacer de esa puntuación, el diseño de medidas que mejoren ese indicador en caso que sea necesario. De lo que se trata es mejorar el funcionamiento de mi universidad, no de sacar pecho diciendo que mi universidad es mejor que la vecina: las universidades en nuestro sistema no son directamente comparables: las hay generalistas y técnicas, grandes y pequeñas, jóvenes y adultas…

Pero, a pesar de todo, las agencias gubernamentales, las autoridades universitarias y los medios de comunicación están fascinados por el ranking de Shanghái.

El extraño caso de las auditorías interminables

Las presiones a las que está sometido el sistema universitario y el sistema de investigación han llegado a un punto crítico, y existe el peligro de colapso de partes importantes del sistema. Ya hemos comentado el cambio de las reglas de juego en la universidad. Ya hemos visto como, en la convocatoria de proyectos que se acaba de resolver, un parámetro fundamental para la asignación de los escasos recursos ha sido que la extensión de los currículums presentados no fuera superior a cuatro páginas. Hemos comentado la perversión que supone no hacer una lectura crítica de los resultados del ranking de Shanghái. Y podemos acabar mencionando la escandalosa presión a la que se están viendo sometidas las universidades y los centros de investigación con las auditorias a los proyectos de investigación. La cantidad de personas horas que se están dedicando a estas auditorías de proyectos suponen un esfuerzo enorme en unas instituciones que, en estos momentos, tienen una carencia de personal administrativo dedicado a la gestión de la investigación: una carencia estructural agravada por las medidas de austeridad. Sin ir más lejos, en un centro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas con el que convivo, en estos momentos están dedicando dos personas a tiempo completo a resolver las auditorias: una situación claramente insostenible. Las empresas encargadas no tienen ningún conocimiento sobre cómo y en qué condiciones se lleva a cabo la investigación, y la sensación entre el personal administrativo que trata con estas empresas es que lo que prima en las auditorias es el afán recaudatorio.

El enemigo en casa

Podemos engañarnos pensando que toda esta situación que nos acerca al colapso del sistema se debe únicamente al celo de nuestras autoridades económicas. No, hay más factores, y el enemigo también está entre nosotros. Como he comentado en el caso de la medida ministerial relacionada con los sexenios y la docencia, la mayoría de mis colegas piensan que lo que no sea investigar e impartir clases queda fuera del ámbito de actuación de un universitario. Muchos de ellos se refieren a la universidad como si ellos no formaran parte de la misma: como si fuera únicamente la empresa que les da empleo. Nuestra tradición cainita, una característica que, incomprensiblemente, ha escapado a alguna ley de señas de identidad, encuentra un fértil campo de acción en universidades y centros de investigación. Un compañero me comenta que, en estos momentos, en su entorno, no eres nadie si no has publicado un artículo en las revistas Nature o Science. Son las autoridades universitarias, compañeros nuestros, los que, en nuestro nombre, afirman que la única investigación válida son los artículos publicados en revistas buenísimas. Los  responsables de los programas nacionales y los equipos que dirigen, es decir, los encargados de la gestión científica de la investigación, son compañeros nuestros. Son ellos, en nuestro nombre, los que han propuesto, o los que han permitido, que en la convocatoria aparezca como incidencia no subsanable la presentación de un currículum de más de cuatro páginas. Son ellos y, por tanto, somos nosotros, los que no somos capaces de transmitir que las auditorías masivas están colapsando las administraciones de nuestras instituciones, que es necesario realizar las aportaciones periódicas que aseguran que seguimos siendo miembros de organizaciones científicas internacionales. No nos engañemos: todos somos culpables; no todos en la misma medida, pero todos somos culpables…