«Objetivo: futuro» de Eva Alloza (31.12.2009)

A veces empiezas con la idea de un texto y aunque no quieras una tormenta de ideas se sucede en tu mente. Un torrente de imágenes, olores, sabores y sonidos se conectan unos a otros para crear una maraña que finalmente no sabes por donde podar. Deberías escoger una sola idea pero las sensaciones parecen mucho más fuertes.

La sirena del puerto al alba, la sal cristalizando en el brazo, el calor del sol de invierno en la frente, la presión de los escurridizos gajos del caqui contra el paladar, el roce de un instante con el dedo de otro pasajero cogido a la barra del autobús, la fragancia de las magdalenas del horno a leña, mi mirada en ti.

Han sido necesarios dos exilios para que me haya dado cuenta de dos cosas. Nunca antes había salido de esta ciudad, y cuando lo hice por primer vez, al volver después de unos meses, descubrí los maravillosos edificios modernistas, adornados con sus balcones y vidrieras, que cuadriculan la ciudad de Barcelona. Aprendí simplemente a levantar la barbilla y apreciar la arquitectura que me rodeaba, aquella que se había vuelto gris e invisible con la cotidianidad.

Entonces sobrevino un exilio más largo, después de más de diez años he vuelto a mi ciudad y de nuevo me ha enseñado una cosa. Algo que estaba ahí, que todos rezaban continuamente y que siempre había desdeñado. Recuerdo decir: Sí, está ahí, pero tampoco lo necesito. ¡Con qué desfachatez! Pero entonces un día un muy buen amigo se había mudado y antes de entrar en su piso me llevó directamente al tejado, a ver aquel espectáculo. Sobre la gran ciudad imponente se presentaba el mar, nuestro mar, mi Mediterráneo exultaba color y grandeza. Algunos adictos al mar material matarían por vivir frente al mar, pero yo vivo en la montaña y me alimento de esencias. No saben que he aprendido a mirar, a girar la cabeza y descubrir que desde aquí arriba siempre puedo saludar al mar, cada día. Así que, después de aprender a levantar la barbilla, he aprendido a dirigirla de forma inteligente. Ahí está el mar.

Detrás de cada pequeño movimiento, mirada, mensaje, susurro o caricia podemos aprender algo, y ya van tres veces que visito la exposición Mediterráneo: nuestro mar, como nunca lo has visto. Una exposición que te permite descubrir desde el primer minuto. Apelando a la mediterraneidad que llevamos dentro remueve conciencias, te guía por los diferentes aspectos que representa, activa todos los sentidos y te transforma cuando has salido. Porque si no sales queriéndolo más, es que a este mar ya le queda un minuto menos de vida.

La última vez que fui tomé muchas notas de lo que me resultaba nuevo, de aquello que os podría interesar, pero he pensado que no tiene ningún sentido. No os destriparé la exposición. Como cualquier pieza de arte, es mejor experimentarla totalmente virgen. Pero sí puedo contar que te llena los ojos de colores, y no solo del azul, que las manos te pueden quemar o dejar helado si pasas del mar del Caribe al de Barents, que la lengua se te puede quedar seca en el mar Muerto, que el susurro de su canto no es de sirena, o que no hay mejor brisa que la que viene de un buen aceite de oliva. Así que deberéis ir con los cinco sentidos activados.

No por ser un mar entre tierras es una frontera, sino un puente que nos une en muchos aspectos culturales. Este mar es también cultura gastronómica y lingüística, que es la historia que nos une a través de este puente que hace honor a su nombre de mar entre tierras (Mar Medi Terraneum, Mesogeios Thalassa, al-Baḥr al-Mutawāsiṭ). Hablar del mar no es solo hablar de una ingente masa de agua, sino también de geografía, geología, investigación, ecología, pesca, transporte, navegación, cultura, biodiversidad, sostenibilidad y tantos otros.

Volviendo a mis sensaciones, esta mañana he bajado por la rambla del Poblenou hasta llegar al mar, esta vez sí que he estado cerca. Hoy hacía viento fresco, estaba gris el cielo y le daba un color especial al Mediterráneo. Nuestro mar no deja de ser un espejo que refleja las tierras que circunda, Mare Nostrum cuando todas ellas eran de dominio griego. Si no nos cuidamos, si no somos conscientes, si somos descuidados nuestro mar también lo padecerá.

Descubrí también el mar de Joaquín Sorolla o el de Sebastião Salgado o el Stanislav Lem o el que transporta todos nuestros datos. ¿Dónde has descubierto el mar? ¿De qué manera? ¿Cómo es tu relación con el mar? ¿El mar y el océano te producen las mismas sensaciones? ¿Vivimos demasiado alejados de nuestros mares? ¿El mar se puede defender contra nosotros?