«La naturaleza, en cambio, no es técnica, sino creativa», Anthony de Mello

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«La naturaleza es cruel». No sé cuántas veces he oído esta frase, quizá tantas como vosotros. En la mayoría de las ocasiones, hablando sobre el mundo animal, sobre la supervivencia. Cómo entre los  distintos depredadores se van dando caza y muerte, sin importar si la presa es una hembra adulta, un macho en sus últimos días, o una cría recién nacida e indefensa. Son trozos de carne, comida. Pero resulta cruel ver una manada de leones dando caza a una joven cebra descolgada de la manada. Y encima luego aparecerán los carroñeros a terminar con las sobras y despojos. Si además has visto -el reportaje te lo ha mostrado- cómo nació la cebra, cómo dio sus primeros pasos, cómo comía hierba sin hacer daño a nadie… a lo mejor hasta necesitas terapia para superar el trauma. Porque sí, el mundo animal, la naturaleza, es cruel. He hablado del reino animal por poner un ejemplo de lo más gráfico, pero podemos extrapolar al reino vegetal, celular, e incluso a las fuerzas de la naturaleza. Pensemos en cataclismos: terremotos, volcanes en erupción, huracanes y hasta en el supuesto meteorito que pudo provocar la extinción de los dinosaurios. Pero no, la naturaleza no es cruel. Desde luego el ser humano es un ser natural, pero nosotros sí tenemos libertad para ser crueles. También estamos sometidos a las leyes del universo -más que una manzana a la gravedad-, pero de nosotros depende infligir un daño consciente y sin necesidad.

«La naturaleza es creativa». Es más que evidente, pero creo que no es una frase con tanta popularidad como la otra. Y esto sí que es una verdad como un templo, no para de crear, aunque para ello tenga que destruir o la destruyan. Yo vivo muy cerca del mar, en una zona donde antaño -hace más de 15 años- lo único que había era arena, dunas y vegetación. Me gustaba recorrerla con la bici, aunque ello implicara alguna vez volver sin pedalear debido a algún pinchazo. Quién me iba a decir hace casi 20 años, que la urbanizarían y yo me mudaría aquí, entre la huerta y el mar -igual que en mi pueblo, salvando las distancias-. Donde hay dunas, suele haber vegetación dunar y viceversa. Este tipo de vegetación ayuda a asentar las dunas. Naturalmente en todo litoral y playa urbanizados, es primordial conservar la playa en un estado óptimo para el visitante, por lo que es normal que un tractor se pasee alisando la arena, y mande a hacer puñetas las dunas y su vegetación. Antes de esta labor de conservación, ya se hizo la de transformación: de una playa salvaje a otra civilizada.

Pero ante nuestra tecnología transformadora sobre la naturaleza, ella sigue con sus leyes creadoras. Se va el verano, y la simiente que ha quedado inmune al salitre retalla, y ya no es aplastada. El viento se encarga de desplazar arena tierra adentro, y la flora va estabilizando y creando dunas. Este invierno me di cuenta, un día caí en que la playa estaba llena de matorral, ¡y las dunas habían vuelto! Podéis pinchar en cada foto para hacerla más grande. En la segunda he puesto una línea para marcar bien la línea  dunar.

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IMG_3519Las dunas no se han creado otra vez por despecho, por enfado, por fastidiar, por haber sido aplastadas. No están siendo crueles con el bañista que querría plantar su sombrilla en unos metros de arena lisa, o con el que quiere jugar al voleibol sin tener que mirar si se va a fastidiar el pie al pisar sobre una planta. Todo trata de seguir su ciclo vital, su ley creadora. Sea ante nuestra transformación artificial o después de una hora de lluvia intensa que las erosionará también. Y vuelta a empezar.

Estudiamos la naturaleza y creamos tecnología que la transforma. Y en esa transformación muchas veces se nos escapa la creatividad, y con ella la humildad. Alardeamos de creaciones perfectas, eficientes, que nos permiten progresar muchas veces a costa de modificar las leyes naturales de un montón de procesos. Unas veces sale bien, otras no tanto y hablamos de daños colaterales o efectos secundarios, por ejemplo. Algo que afecta mucho a nuestra naturaleza -al entorno y a nuestro ser igualmente- es la agricultura y la alimentación. Desde hace años proliferaron los cultivos intensivos,  más industrializados y con modificación genética incluída. Hay muchos más alimentos y más variedad, y somos muchas bocas en este mundo para alimentar. También la nanotecnología ha entrado en la alimentación, y leí  por ahí que podría solucionar el problema del hambre en el mundo. Me río por no llorar, no sé cómo he podido ser tan ingenua: un mejor reparto de la riqueza no es tan buena solución como la nanotecnología aplicada a los alimentos. Como sabéis desde hace años hay excedentes de un montón de alimentos que acaban en la basura en vez de en los estómagos de quienes lo necesitan. Hace años leí cosas como que en Holanda, cuando había excedente de mantequilla, se la daban de comer a las vacas… Está demostrada científicamente la relación entre la alimentación y muchos tipos de tumores, y ahora resulta que un porcentaje significativo de la población está desarrollando en edad adulta una serie de alergias que antes no se daban. Se fuerza a un gran número de agricultores e indígenas a cambiar sus cultivos de toda la vida por plantaciones de soja y/o maíz transgénico, con la transformación del medio natural que conlleva también.

¿Nuestro cuerpo nos está atacando con una alergia, un tumor o una intolerancia a la lactosa? Se está regulando y siendo creativo, por mucho que nos cueste asimilarlo. Está siguiendo su propia ley natural, porque para algo tenemos un sistema inmunológico y demás mecanismos de depuración para decir que algo no va bien, o limpiarnos. Algo no le sienta bien, y nos lo dice. Si una persona, mata a un amigo o familiar nuestro, es un acto cruel. Si lo mata una enfermedad, y encima no había cumplido los 30 ¿a que la vida, la naturaleza, es muy cruel? ¿a que no  hay derecho? Pues hay derecho, izquierdo y naturaleza creativa. Y un proceso más o menos doloroso -depende de cada cual- para comprender esto.

Desde el comienzo de la temporada estival, cuando voy al mercado pregunto a los fruteros si tienen sandía con pepitas negras, las de toda la vida. «¿Con pepitas? No, si nadie las quiere. Además, es más cómodo comerlas sin pepitas. Ya no se encuentran». Menos mal que los orígenes de una, además de al mar, están muy ligados al campo, y sé que mis tíos ya me habrán guardado algunas de las que cultivan algunos conocidos. De verdad, si nunca las habéis probado, en su punto tienen un sabor excepcional. Por supuesto, las sin pepitas ganan en cantidad y también las como. Y al abrir la última que me dieron, hace un par de días, entre las escasas pepitas amarillas y vacías -eso de sin pepitas no es estricto-, apareció una negra y con cuerpo. ¡Se coló en la fiesta sin estar invitada! No pude evitar sonreir, de la misma forma que el viernes pasado, cuando miré por última vez hacia la playa civilizada, y entre las franjas horizontales de arena alisada, divisé un pequeño reducto de flora dunar. El único hasta donde me alcanzaba la vista. Me despedí hasta septiembre con la tranquilidad de saber, que si no está a mi vuelta, me bastará esperar un par de meses más para encontrarme otra vez con otra explosión de creatividad.

«[…]siempre que nos esforzamos por perfeccionar la naturaleza yendo contra ella, estamos dañándonos a nosotros mismos, porque la naturaleza es nuestro mismo ser. […] El secreto, por lo tanto, consiste en perfeccionar la naturaleza en armonía con ella», Anthony de Mello