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En ocasiones escribir es un proceso más terapéutico que creativo. Esta es una de ellas, y por ello ruego me disculpen. Pero como yo mismo he comulgado a veces con textos del primer tipo, sirviéndome el compartir pesares para aligerar su carga, he decidido intentarlo desde el otro lado de la pantalla, con la esperanza de evocar lugares comunes donde encontrarnos y, con algo de suerte, sonreír juntos. Cambien, incluyan, quiten a su gusto cuanto detalle concreto consideren que les estorba en el camino. Y si se da el caso prometo contar el relato vicevérsico.

Abres un ojo, o más bien un oído, para comprobar que los niños de primaria ya están llenando con sus alegres vocecillas la calma de la calle. Lejos, a mil jodidas millas de alegrarte el espíritu solo te hacen pensar en una cosa… ¡¡¡qué tarde es!!! Mientras te diriges a la ducha recuerdas como con extrema habilidad lograste deslizar tu somnoliento dedo por la pantalla táctil del móvil para silenciar la alarma. Varias veces. Lo que no hiciste, hábil de ti, fue desconectarla definitivamente, cosa que te recuerda puntualmente el dispositivo poniéndose a sonar en el instante en que la primera gota de agua toca el primero de tus cabellos. Desayunas como puedes y sales de camino al laboratorio. Hay algo bueno en levantarse tarde… no hay tráfico. Todo el mundo está ya trabajando. Todos menos tú, y los cinco millones de parados. Crees haber recuperado tiempo en el recorrido habitual, pero al mirar la hora mientras subes las escaleras certificas que no. Para nada. Sigue siendo tarde, más que cuando te has levantado.

El retraso ha consumido tu “tiempo de arranque”, esos minutos que dedicas a planificar el trabajo y decidir con qué vas a empezar. De esta forma los imprevistos te pillan aún menos previsto. Como cuando tu compañera te informa de que el horno donde ayer pusiste varias muestras para un tratamiento de dos días no alcanza la temperatura de consigna. Se queda a mitad, el esforzado muchacho, en lugar de fallar del todo y no calentar nada, decide llegar hasta donde puede, quedándose en esa tierra de nadie entre el tratamiento adecuado y el “bueno, no ha pasado nada” que te va a llenar de dudas los resultados de esa serie. Tratas de explicarle lo sucedido al estudiante francés en prácticas. Lo haces en tu fluido francés (castellano lento combinado con los gestos del doblador para sordos del funeral de Mandela) porque no tiene ni idea de inglés ni de castellano. Él mientras asiente a todo, hasta a tus preguntas disyuntivas, lo que pone en duda la correcta recepción del mensaje. Coges papel y boli y del “movies” pasas al “pictionary“ mientras esperas que en cualquier momento aparezca Ramón García a presentar aquella especie de “Grand Prix” de la comunicación. Parece que al final lo comprende. Entre hipótesis de posibles averías, llamadas al servicio técnico y explicaciones babelianas ha pasado un buen rato, y ese artículo que tenías que terminar está en tu pantalla igual que a primera hora. Cuando ya has aceptado los cambios de tu jefe y pasado la bibliografía al formato adecuado (pasando por alto que el EndNote no ha abreviado los nombres de las revistas, como parece que lo exigen las normas de la publicación que has seleccionado) un escalofrío recorre tu espalda al darte cuenta de que la tabla 3 tiene las columnas de la primera versión del trabajo. Habíais decidido cambiarlas, y dedicas el resto de la mañana a buscar los datos e incluir los comentarios correspondientes en el texto que se había dado ya por definitivo (versión def_envío_3_buena_OK_5.doc).

El apretadísimo calendario de reservas del microscopio los días previos a vacaciones hace que acabes comiendo a las 14.45 h, que es cuando sube tu sacrificada compañera. Después de comer, ahora sí, terminas el artículo. Preparas una carpeta con el manuscrito (def_def_OK_buena_envío_2.doc) las figuras, la carta de presentación y el material suplementario y se la envías al jefe. Y puntual, como la alarma del móvil en la ducha, justo después de apretar a “enviar” lo recuerdas. ¡¡¡El TOC!!!, ¡i-cagoentoloquesemenea! Esa especie de tira cómica sin ninguna gracia en la que gente con tanta sensibilidad artística como el promedio de los científicos tiene que resumir gráficamente el contenido del artículo. Buscas en el google images “mierda pinchá en un palo” a ver si te inspiras, mientra te resignas a que todavía no puedes darle carpetazo al asunto.

Abres la ventana buscando un poco de aire, y una bocanada de gases de escape de una grúa hidráulica te abofetea al compás de las explosiones de su refinadísimo y eficaz motor diésel. Cierras, y al girarte encuentras al francés a tu espalda, que se ha desplazado allí en el silencio de su don de lenguas para preguntarte, con palabras inconexas y sin ser consciente del alcance de la cuestión, los fundamentos de la difracción de rayos X. Por el pasillo, esta vez sí, aparecen Ramón García, Arturo Valls, Carlos Sobera y Jordi Hurtado, cada uno con sobres de colores, plataformas que se abren a tus pies, cejas enarcadas y hasta una vaquilla, para hacer más entretenida la explicación.

Al terminarla se ha hecho la hora de ir a enseñarle a medir potencial Z (una cosa aburridísima relacionada con la carga superficial de las partículas) en un equipo a un químico que trabaja en una empresa. Él se maneja en toneladas, tú en décimas de gramo. Seleccionas mal la muestra de ejemplo, y en la pantalla aparecen, básicamente, los resultados de la búsqueda en google images que habías hecho para inspirarte para el TOC. Aún así, como el hombre es espabilado y amable le es suficiente para captar la mecánica de la medida y decidís terminar.

Pasan de las 20.40 h., y tras regresar a casa aún querrías salir a correr un rato, ir a cenar con tu familia, volver y dormir un poco. Ah, y escribir una entrada para un blog. Estás empezando a tachar cosas de la lista cuando suena el teléfono, y esa persona especial que ha tenido un día peor que el tuyo consigue que te pongas en marcha de nuevo para rematar el día. Y al final te sorprendes a ti mismo consiguiéndolo, consciente de que sin ese empujón no habrías podido hacerlo todo, consciente de que al menos la mitad de la sensación de satisfacción que tienes ahora es suya.