aelhorizo

Siempre te gustó esa imagen de las dos manos desconocidas juntándose por primera vez. Esa misma de las manos de Manuela Vellés coincidiendo con otras ajenas, a lo largo de las amplias manzanas de Nueva York, en la película Caótica Ana de Julio Médem. Anoche, mientras veías la película, te dejaste seducir por esa sensación. Decides despertarte cuando te asaltan otras imágenes menos sosegadas: recoge la ropa del tendedero mientras preparas la cartera de tu hijo, busca en tus pantalones la cartera, el móvil y las llaves de casa, para, si realmente están allí, cerrar la puerta de tu casa antes de que sea demasiado tarde, y pierdas el metro de menos cuarto.

8:30, autobús público. Has abierto el periódico por una página cualquiera. Dejas que el día te sorprenda. Encuentras una noticia que, en el primer momento te suena sugerente, interesante, sexy, pero que, al consumirla y leerla hasta que solo quedan sus huesos roídos, te resulta insulsa, grisácea o pobre. Entre pitidos de coches, en un atasco, lees que un estudio liderado por el profesor Adam Zeman, ha analizado el cerebro humano usando técnicas de imagen medica para determinar que la poesía afecta al cerebro de una forma similar a como lo hace la música.  Apartando la mirada del periódico para clavarla en los ojos canela de la mujer frente a tí, te preguntas ¿Hacía falta un estudio de de este tipo para decir esto? Siempre se ha dicho, ¿no?: la poesía tiene ritmo y melodía. Pero, si, parece que hacía falta decirlo de esta forma. Por fin, el autobús sale del atasco. Aprovechas la velocidad para dejar el periódico en el asiento vacío de tu lado, mirar por la ventana y dejar la mano al alcance de los desconocidos.

No hace mucho, en este mismo blog, José Carlos nos hablaba de cómo un trabajo traducía las señales de Resonancia Magnética Funcional (RMf) del cerebro en música. La ventanilla, salpicada por las imágenes de la ciudad aun despertándose, te ayuda a enlazar conceptos. Parece que esta otra noticia es un ejemplo casi contrario a la anterior. Un estudio que traduce magnitudes muy definidas y exactas hacia una experiencia musical, prácticamente emocional. Son casi dos entes especulares, una Alicia y su reflejo maravilloso.  ¿Hacía falta en este caso también recurrir a la poesía, la música, para describir estos procesos? Pues sí, también parece que sí. Usar las imágenes de esta forma musical parece que también es decirlas de una forma distinta.

Despiertas súbitamente de tu concentración. Una persona, preguntándote si el periódico es tuyo, te pide permiso para sentarse en el asiento vacío. Le sonries apartando el periódico, tendiéndoselo con tu mano – por si quieres leerlo, ya he acabado – . Quizá la diferencia entre arte y ciencia sea tan sutil, tan inmensamente sutil, que un artista y un científico podrían estar investigando prácticamente lo mismo, con los mismos instrumentos y tecnologias, y, sin embargo, hacer algo que, en el fondo, es completamente distinto. Como sucede con los buenos vinos, realmente con casi cualquier cosa interesante de la vida, las grandes diferencias provienen de cambios extremadamente sutiles. Y quizá por eso sea tan difícil delimitar estas diferencias.

La primera noticia te resultó tan seca porque no adivinabas esa amabilidad al desconocido. No sabrías decir si la noticia que habías leído en el autobús durante el atasco, o en el post anterior de José Carlos son, una u otra, más o menos científicas. En mi opinión, la más científica será aquella que sepa desentramar las sutilidades más recónditas en su análisis, iluminando muy suavemente lo extraño, con esa magia de la cortesía al desconocido, ofreciendo una mirada lo más cálida, rica y honesta. Una forma de investigar que también se preocupa por las personas, porque, precisamente las personas son las que construyen, imaginan y crean las cosas. Y, ¿por qué no?, la más científica será la que globalmente más nos emocione. El conductor del autobús mira por su espejo, y abre todas las puertas. Es la última parada. Todo el mundo baja. Pensando que habías zanjado el asunto, justo antes de tocar el suelo de la calle, te asalta una pregunta – Bueno, pero, ¿un artista no busca exactamente lo mismo?- Diablos, … no va a ser tan fácil.

Hace tiempo que llegué a la conclusión que dividirnos por artistas o científicos, por nombrar dos etiquetas, es menos interesante, y a la vez práctico, que dividirnos, precisamente, por más o menos interesantes. Pero me molesta mucho que para cierto tipo de personas, por decirlo de alguna forma, religiosos o adoradores de los formalismos, la clasificación y el orden de las cosas se entienda como lo correcto, casi como el fin en sí mismo, bajo un régimen prácticamente castrante, unívoco, militante, dañinamente lumínico, … Todo eso me suena a la lista de los reyes Godos.

Las paredes acristaladas del instituto de investigación dejan ver la playa a través de ella. Hoy has llegado un poco tarde. El atasco en el autobús. Pero no tienes demasiada prisa, y te permites mirar de reojo a la bahía.  El horizonte, en el amanecer o en el atardecer, genera un momento mágico, de extraña luz. No demasiado intensa para cegar, no demasiado tenue para no ver. Una extraña mezcla entre claridad y sueño. Ya nos apuntaba Nietzche que la auténtica grandeza griega culminaba con la tragedia ática, juntando las fuerzas de los dos dioses Apolo y Dionisos. No debe ser casualidad que algunos de los momentos más descriptivos de la esfera olímpica en los escritos de Homero fuesen el alba y el atardece. Eos, la de los dedos rosados, le llamaban. Momentos, esos, quizá interesantes por las sutilidades de los contrastes, por el brillo de sus tenues luces, por ser momentos de tránsito y cambio. De búsqueda. Quizá, entre otras cosas, por su musicalidad, su armonía y su ritmo. Claro, como decía la investigación del profesor Adam Zeman, por su poesía.

Recientemente se ha inaugurado una exposición en la fundación Miró bajo el nombre de “Ante el Horizonte”. Un conjunto de distintas miradas artísticas hacia esa línea inexacta, imprecisa y borrosa que delimita lo voluble de lo material. La mirada del científico no puede permanecer ajena a este tipo de experiencias, aunque su rol sea poner los ojos para mirar y buscar. El horizonte es un lugar donde proyectamos nuestros objetivos. Un futuro. Precisamente, el nuevo programa Marco usa ese nombre: Horizonte 2020. Un programa que va a definir las actuaciones de la investigación en una buena parte de nuestra vida. La de algunos de nosotros, en una etapa que se supone la más creativa.

Sin dejar de mirar la playa, le guiñas un ojo para abrir la puerta del pasillo que te lleva al laboratorio. Al entrar, te sorprende la presencia de una persona desconocida. No tienes la más remota idea de quién es. Después de superar un pequeño instante de rubor, casi que extraña vergüenza, te presentas y le ofreces tu mano. – Hola, me llamo Guillermo -.

Imágen: «La corriente de Humbold» (1952-3), Max Ernst. Exposición ‘Ante el horizonte’, en la Fundació Miró.

Música: «Sirens«, Pearl Jam. «Take a Picture«, Filter. «Outsider» L.A.