cartel Por más que lo he intentado no he podido hilvanar un post que llevo trajinando las últimas semanas. Me he desorientado y me he perdido cada dos por tres. Así que tomé la decisión, antes que tirar la toalla, de seguir las recomendaciones de Descartes; en concreto sus reglas para la dirección del espíritu. Dicho así, suena a tomarse las cosas con calma; o con filosofía. Pues no es nada de eso. La segunda regla del método cartesiano, la del análisis, es: »dividir cada una de las dificultades que examinarse en tantas partes como fuera posible y como requiriese para resolverlas mejor». Así que he hecho unas cuentas partes y me ocuparé de una de ellas. A propósito, casualmente el otro día aprendí a etimología de “análisis”. Viene del verbo “desatar”. Pues, eso, a ver si deshaciendo algunos nudos salgo del embrollo en que me hallo.

Mi pregunta, movimiento o inquietud o inicial era si la homeopatía era: ¿un timo, una estafa o un autoengaño? Y ese era el título que iba a llevar el post. Ahí es nada, ¿no? Las opciones son tan diversas que de nuevo, volvemos a tener que dividir los escollos. Por un lado, están quienes comercian con ella y, por otro, quienes la toman. Luego hay varias situaciones: 1) que algunos los que forman parte de la cadena de producción y consumo sean conscientes de que es un bulo; 2) luego están los que creen en su efectividad; y 3), finalmente, los que albergan dudas (que funcione para unas cosas sí y para otras no; que funcione unas veces sí y otras no, que pueda funcionar en algunos casos…). Y luego está el hecho de que la visión proporcionada por la ciencia podría ser incorrecta. Uf, si sigo descomponiendo la casuística, la combinatoria de situaciones esto empieza a desbordarse.

Sinceramente, he de confesar aquí que realmente no tengo un interés especial en el tema de la homeopatía; y a lo mejor en una situación dada hasta la tomaría. Por probar, que es lo que dice la mayoría. Nunca me ha preocupado “especialmente” la cuestión de su cientificidad (y remarco el especialmente). Quizá porque no soy científico. O mejor, no soy científico natural. Quizá porque soy científico social me interesa menos el comportamiento de las cosas y de los bichos que de los seres humanos y sus creencias (otro tipo de bicho, si quieren). Y sobre comportamientos y creencia, en el tema de la homeopatía hay mucho que rascar. De hecho dos de mis compañeros ya han escrito sobre ella en este foro: Fernando Sapiña y Jorge. Así que sumen lo escrito por ellos a esto otro.

Mi caso tiene alguna semblanza con el que contaba Fernando en su momento. Un familiar que ha ido a un médico homeópata. La pregunta que me he formulado es por qué ha ido, si no cree en ella y sabiendo que no existe evidencia empírica sobre su efectividad. (Aunque yo realmente diría que existe evidencia empírica de que su eficacia es nula, que no es exactamente lo mismo que lo anterior, ya que la anterior es la rendija por la que aprovechan para colar cualquier tipo de creencia, por más inverosímil que sea, como muy bien aclaró Fernando en aquel post al que me acabo de referir). Además de eso, también me pregunto: ¿por qué hay médicos que recetan homeopatía?, ¿por qué hay laboratorios que la fabrican?, ¿por qué hay farmacias que la venden?, ¿por qué hay apologetas que la defienden con tanto ahínco?

Uf, todo esto me suena a intereses y negociete, porque, sabiendo uno lo que es la homeopatía, se puede decir que estamos ante uno de los mejores chollos monetarios de la historia. Vender, a precio de oro, botellitas de agua con sabores. O bolitas o potingues. Y encima, si lo aderezas con una dosis de complot, más un poco de victimismo, hay gente que enseguida se apunta a la más inverosímil de las teorías de la conspiración. Hay un lobby farmacéutico-científico interesado en desprestigiar la homeopatía e impedir que las evidencias de su cientificidad salgan a la luz. Este es uno de los mejores argumentos contra cualquier cosa.

Me pregunto por qué es tan fácil, cuando no tenemos argumentos sólidos recurrir a las teorías de la conspiración. Pienso: son enormemente funcionales. De hecho hasta Descartes recurrió a ella con su hipótesis del genio maligno. Se me ocurre al respecto que, por un lado estarían las razones coyunturales o intervinientes como son: 1) porque la mayoría de cosas que sabemos no las sabemos por experiencia directa, sino porque no las cuentan otros; 2) porque vivimos en una sociedad en la que la pluralidad informativa está llegando al paroxismo; y 3) porque, por lo general, son creencias de hechos que resultan casi imposibles de falsar, ¡porque cómo leche se demuestra que una cadena de hechos causantes que no existe, no existe! Valoren la diferencia que conlleva probar, por ejemplo, la existencia de los extraterrestres, los OVNIS o la posesión de armas de destrucción masiva y lo contrario; la de probar su inexistencia. Por el otro lado están las razones psicológicas y sociales. En la sociedad moderna la crítica es ella misma institución social. Existe una tendencia a la crítica que es socialmente beneficiosa y positiva, pero que cuando se lleva al extremo deja de ser integradora. En cualquier caso la crítica se ejerce desde un orden mental que es reflejo y alberga un orden social. Es decir, está basada en una predisposición mental e ideológica que otorga credibilidad a determinadas informaciones o conocimientos, restándosela a todo aquello que venga de los segmentos de poder o sociales con que los que no se simpatiza. Así que cuando estamos ante una persona de tendencia conspiranoica (o tenemos esa actitud), cuando más insistamos, peor. Por más datos que se le den a la persona, la mente conspiranoica siempre dudará. Y si se insiste excesivamente, atribuirá la información y los datos a una creación tramada dentro de la propia trama.

Ven lo que les digo. Tengo una tendencia a enredarme. Dije que no iba a entrar en el tema de la efectividad de la homeopatía, sino en los comportamientos y creencias de la gente que hay a su alrededor, y al final he caído. Además, a estas alturas, ya debería estar concluyendo. Esto tiene algo que ver con el modelo de comunicación del que ahora hablaré. Me propongo hacer cada post según las reglas del paradigma comunicacional emergente, pero hay inercias difíciles de vencer.

Uno de los comportamientos que hay alrededor de la homeopatía, y que me interesa especialmente, es el celo de los críticos militantes de la homeopatía. Tampoco suele ser un comportamiento aislado, sino que suele estar dentro de algo más general, que es la crítica de la pseudociencia. Es una actitud que me llama la atención porque la veo demasiado partisana. Los que la protagonizan, la viven. Es decir, hay demasiada convicción, demasiado compromiso, demasiada fe, demasiado apasionamiento.

Es porque les pagan, seguro, dirán conspiranoicos y defensores de la homeopatía. Eso sería interés. Pues no. No creo que sea esa la hipótesis correcta. De entrada no la he descartado. Es una de las que me he planteado, pero no creo que los críticos de la pseudociencia vivan de esta actividad crítica. Incluso alguno que haya podido ganar un poco de dinero con algún libro, seguro que no ha ganado para poco más que para invitar a los amigos a un par de comidas. Tampoco creo que lo sea porque alguno aspira a hacerse rico con el tema. Cosa que no tengo tan clara respecto del negocio homeopático. Pero no tengo datos, así que no me voy a poner conspiranoico. Pero estaría bien que los datos del volumen del negocio homeopático estuvieran disponibles.

Descartada la motivación económica, se me ocurren tres o cuatro hipótesis explicativas de la conducta antihomeopática:

– la psicológica, relacionada con la satisfacción personal; aunque claro tampoco está desconectada de otras causas, ya que, por qué produce esto satisfacción tiene de nuevo que ser explicado;

– la del reconocimiento social, un aspecto fundamental en el ámbito de la ciencia, muy por encima del económico, por la que uno conseguiría –en la función de guardiá de la ortodoxia científica- honores simbólicos por perseguir, pacíficamente en este caso, lo que no es sino uno de tantos atavismos de la magia que perviven en el presente; aunque eso sí, adaptados a esa magia más actual que son el conocimiento científico y tecnológico, por ejemplo en el léxico que emplean o en las explicaciones que se dan,

– la moral, por la cual se entiende como una obligación o un deber propio del científico y, por extensión, del divulgador de la ciencia, y finalmente,

– la intelectual, en parte relacionada con la anterior, pero que enfatiza la dimensión iluminista del pensamiento ilustrado, de transmitir la visión correcta del mundo y sacar a la luz el engaño, la falsedad y la superstición.

Creo que estas dos últimas hipótesis se pueden agrupar en una misma, la hipótesis de la función cultural: el compromiso de asegurar la extensión de la visión correcta del mundo. Puede parecerles desdeñable, pero piensen en un mundo donde la gente cree que la tierra es plana, y el cielo es un envoltorio de cristal con puntitos brillantes, que las enfermedades las provoca la envidia y el odio, que los ser humanos provenimos de Adán y Eva, etcétera. Menudo panorama. Pues eso. Que no está tan mal que la sociedad comparta ciertos conocimientos. Y puestos a elegir, mejor que tengan fundamento empírico.

Otra opción interesante que se me ocurre es la de pensar que son conductas, las antihomeopáticas, que responden al ethos mertoniano de la ciencia. Según el sociólogo de la ciencia Robert K. Merton la ciencia tendría una estructura normativa que seguirían los científicos en su comportamiento dentro de esta institución y que explicaría parte de lo que hacen. Ese ethos tiene cuatro principios, a saber: comunismo, universalismo, desinterés, escepticismo organizado, recogidos en el acrónimo CUDEOS. Aunque quizá al CUDEOS le faltaría una regla relacionada con la extensión o difusión del saber científico, la obligación de comunicar y transmitir bien puede ser una derivación del “comunismo”, entendido en este caso como el hecho de que el conocimiento científico es un bien común, de todos. Forme o no parte de ese ethos, no cabe duda que ese compromiso intelectual tiene algo de práctica religiosa: mostrar el camino y la verdad, pero ya no la verdad revelada por un supuesto ser sobrenatural, sino por la práctica racional humana.

El gran problema de este compromiso desenmascarador e iluminista es que no estamos en la modernidad, sino en la posmodernidad. No se trata de una cuestión de déficit de conocimiento; no estamos hablando de un público sin información ni formación. No. Ahora la mayoría de gente, y sobre todo los que la emplean, saben lo que la ciencia sabe sobre la homeopatía. Por tanto, no sé si el celo antihomeopático es rehén de un “modelo zombi” de divulgación científica: el conocimiento científico tiene poca influencia sobre las actitudes y comportamientos de la gente. Bien, lo dejo aquí.

Aparte de con el “modelo zombi”, en un próximo post me gustaría tratar el tema de la identidad, algo que he echado de menos al hablar de la homeopatía (homeios-pathos). No la identidad personal o nacional, sino el meollo de la identidad: el principio filosófico de identidad. Porque la cuestión de la identidad es la base filosófica y terapéutica de la homeopatía: curar con lo mismo (o similar) que causa el mal. Es verdad que científicamente no es su talón de Aquiles, que es otro principio, el de Avogadro. Pero filosóficamente sí lo es. Más allá de la identidad de una entidad o un ser consigo mismo, toda otra relación de identidad es a la carta, es decir, arbitraria. Por así decirlo, es una similitud un poco caprichosa, que se establece al gusto o interés de quien la busca, como esos chistes que preguntan “¿en qué se parece…? Relaciones de identidad, pues, que igualan lo que sin más remedio no es lo mismo. Con permiso de aquellos rigoristas, como Heráclito, que verían problemática toda relación de identidad.