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Me voy a meter en un jardín, y lo sé, pero como estamos en verano y los jardines lucen tan hermosos pues como que no me importa. Digamos que soy una madre molona, de esas que deja que su niño de bañe en la piscina a pesar de tener dolor de garganta, aunque eso suponga despertarse luego a las 4 de la mañana a poner termómetros. Pero digamos que también soy una madre peñazo de esas empeñadas en que su chiquillo escriba y lea bisílabos bien pronto para que en clase no tenga problemas, aunque tengo que reconocer que el mío me ha salido además sabihondilllo sin yo buscarlo.

El caso es que, con los tres años recién cumplidos, ya vamos parándonos a leer alcantarillas y hacemos palotes en hojas en blanco. Me fascina ver cómo plasma su propia visión de las letras, la forma en que traza una línea infinita para luego volver a su extremo y pegarle un círculo haciendo una p imposible y a la vez mágica, y me guardo ese papelito como un tesoro reprimiendo mis impulsos ancestrales de enmarcar todo lo que garabatea, raya o pinta.

A una de estas sesiones asistió mi padre quién, apunto, dibuja mucho mejor que yo y tiene una de esas caligrafías que dan bastante envidia, y le salió la vena de hijo de maestro recomendándome comprar esos famosos Cuadernillos Rubio que todos recordamos de las tardes de agosto en las que por un lado teníamos que repetir letras redondas hasta la locura mientras que por el otro el ruido del agua de la piscina nos llamaba sin que pudiéramos concentrarnos. Así que pienso en mi hijo recorriendo puntos con su lápiz, pienso en la letra de mi padre forjada en aulas de tinta y plumín, pienso en la mía que es un total desastre, y de tanto pensar y pensar me viene irremediablemente una palabra a la cabeza: grafología.

Nada más ponerme a buscar información ya la liamos. En cualquier página especializada sobre el tema la definen más o menos como la ciencia que interpreta el carácter y la personalidad a través de la escritura, sin embargo en nuestra querida wiki aparece como pseudociencia, y en gran cantidad de entornos se la llega a comparar con la astrología. Parece que existe una larga lista de argumentos, algunos tan básicos como el no seguir el método científico, para alejarla de lo fiable (suele usarse mucho para selección de personal pero los estudios indican su baja eficacia), y muy pocos para defenderla como algo serio.

Sin embargo, alejándonos de quien certifica que el estado de salud se puede leer en una carta manuscrita, o de los que ven en una firma si una persona casada está siendo infiel, lo cierto es que la redacción espontánea de un texto puede transmitir información sobre nosotros, al igual que lo hace un gesto o una mirada, e imagino que en eso estamos todos de acuerdo. Pero, ¿cómo se estandariza eso? Hay tantos factores implicados, tantos tipos de personalidad, tanta complejidad en cada una de nuestras manifestaciones emocionales, que parece imposible llegar a una certeza. Quizá ahí estaría la clave, en hablar de la grafología como un complemento de la psicología o la pedagogía, como un aporte de información extra a valorar que nunca podría estar aislado ni ser determinante.

Porque yo veo varios problemas en esta disciplina que consiguen quitarle valor y dificultan la objetividad con que puede analizarse. Por un lado resulta relativamente “fácil” dedicarse a algo así sin ser profesional si se tiene jeta, y publicar resultados y conclusiones en internet u otros medios accesibles por cualquiera, tanto para generar información como para recurrir a ella. ¿Alguien imagina buscando fotones de luz en un laboratorio a un aficionado? Así pues, ¿es en realidad la tecnología y la complejidad de los conceptos y procesos lo que puede dar en ciertos casos credibilidad a unos estudios? Y por otro lado, la idea básica de la grafología se presta al sensacionalismo, a analizar las firmas de los líderes políticos en un dominical, a desgranar la carta a su madre de un asesino en serie. ¿Por qué no vemos a ningún genetista fascinarnos con los misterios de la herencia genética cuando un personaje público se queda calvo?

Y ya puestos, os cuento tres cosas que he descubierto, sin ninguna relevancia, en estos días observando la letra de los demás. Que mi pareja hace el punto de la i redondo, como una «o» pequeñita, y que ya me di cuenta en las cartas que me escribió desde la mili, y que tener una pareja que escribía cartas desde la mili hace que parezca un dinosaurio. Que mis padres tienen firmas chulas, breves y reconocibles, y la mía es un truño. Y que si algún día me animo a escribir un libro y lo publico no podré ir a San Jordi a firmarlo porque nadie va a entender un pimiento de lo que escriba en la dedicatoria.

Pero la cuestión, la verdadera cuestión, es que yo puedo tener más o menos recursos para hacerme una idea de lo que es y para qué sirve la grafología, y puedo estar más o menos de acuerdo en si es o no una ciencia, pero, ¿y los demás? Existen gran cantidad de sesgos, sobretodo relacionados con la vía por la que accedas a la información, y quizá pocas conclusiones contrastadas. Además lo más fácil y atractivo es poner algo a caer de un burro o encima de un pedestal, pero no lo más útil. ¿Existen listados de “ciencias”? ¿Foros fiables y accesibles para tratar ciertas polémicas? ¿Dónde acudir cuando surge una duda de este estilo? Incluso, ¿quiénes deberían ser los verdaderos encargados de tratar de aclararlas? ¿La demanda de la propia sociedad, la comunidad científica?

Así que ahí lo dejo, yo me voy a seguir firmando compulsivamente en una libreta, porque me he dado cuenta de que una “a” sale muy torcida y me tiene bastante preocupada…

Imagen, Tadahiro Uesugi