Intentad decir muy rápido el título y veréis cómo se os hace un nudo en la lengua, como el otro día que usé dos minutos de una productiva mañana para tratar de pronunciar bien “colorida corola”. Pero es que no se me ocurre otro adjetivo que defina mejor lo que supone un instante, ese momento en el que se concentra todo, en el que el tiempo se detiene, en el que somos capaces de recordar al milímetro cada sensación, que se nos queda grabado y podemos evocarlo en el futuro mucho más vívidamente que mirando una fotografía o releyendo un texto. Y es que ya dijo Oscar Wilde que podemos pasarnos años sin vivir en absoluto y de pronto, toda nuestra vida se concentra en un solo instante.

Pero sobrevuelo estas licencias poéticas solamente para detenerme en un instante que recordé hace unos días, el momento, el segundo exacto en el que decidí a qué me dedicaría en el futuro. Tenía dieciocho años y estudiaba primero de biología. Llegué ilusionada a la Universidad, me imaginaba en un laboratorio investigando, en el campo tomando muestras, vestida con bata blanca un día, y otro con chaleco de bolsillos. Veía mucho la tele… Pero me desilusioné enseguida. No me gustaron las clases, no me gustaron las asignaturas, y tampoco me gustaron las prácticas que con tanta ansia había esperado. Me sentí perdida, creí haberme equivocado de dirección, cosa por cierto bastante probable cuando se hacen elecciones antes de la treintena.

Pero de pronto, un día, sentada con otros adolescentes perdidos en unos bancos corridos, en plena sesión de bioquímica, en una mañana cualquiera que no tenía nada de especial, la profesora comentó muy de pasada que había biólogos y otros científicos que se dedicaban a la comunicación científica. Fue un minuto insignificante entre las explicaciones de una clase horrible, pero fue clave precisamente por eso, por pasar desapercibido para todos menos para mí y por ser breve, muy breve, pues la gloria en este mundo se transforma en monotonía si dura más de un instante (cosa preciosa que no digo yo sino Joan Sales). Supe enseguida que yo tenía que dedicarme a aquello que fusionaba tan bien mis dos aficiones, pasiones, tendencias aptitudinales (si es que eso existe, y me parece a mí que no porque el amigo Word me lo subraya de rojo) o como se quieran llamar, la comunicación y la ciencia.

Anécdota que me viene perfecta para hablar del instante en general, al que tanto amo, y al que siempre he abanderado como el único culpable de que alguna vez, brevemente, seamos completamente felices. Francisco Rebolledo, en su libro La ciencia nuestra de cada día, tiene un breve artículo increíble sobre el instante, explicando cómo el tiempo clásico era infinito pero cómo diferentes ensayos como el de Gaston Roupnel de 1932 concluían que “el tiempo es una realidad ceñida al instante y suspendida entre dos nadas”. Un concepto que parte de la física y la mecánica cuántica, pues la luz que vemos partir del sol no es más que un rosario de minúsculos fotones, y el tiempo de un reloj es otro rosario de instantes.

Así pues solo tenemos realmente este momento, este instante, y el pasado ya no existe y el futuro solo está por venir, y a cada instante presente nuestra vida se reinventa y tenemos en la mano una nueva oportunidad. Una idea optimista según la cual en cualquier segundo podemos dejar de ser lo que no queremos ser para comenzar a ser lo que sí queremos. Como aquella mañana en la Universidad en la que, sin saberlo, una idea me caló tan profundo que me guio en mi formación para llegar a ser algo que sí me atraía. Quizá un concepto también útil en estos momentos de crisis, que apuesta por asegurar que no estamos anclados en nuestro pasado, ni si quiera el inmediato, y por hacernos responsables de vivir lo que está pasando y agentes activos de lo que está por pasar, en el instante siguiente.

Y sí, lo habéis adivinado, además de la ciencia, me encantan las citas, las colecciono, porque hay por ahí gente fantástica que pone exactamente las palabras en el orden exacto en que me gustaría ponerlas a mí. Así que acabaré con la maravillosa pregunta que se hace Imre Kertész , ¿Tenemos alguna idea de la absurdidad de nuestros destinos, de nuestras vidas, de su casualidad vergonzosa, de la vergonzosa casualidad de cada instante…? Yo diría que no, que no tenemos ni idea.

Ilustración: Jen Wang