Imagen: Avenc Ample, Susana Carrasco

«Nada hay más embriagador que la atracción del abismo», Julio Verne

Eso lo escribió Julio Verne en su novela Viaje al centro de la Tierra, y no mucha gente está de acuerdo, porque el abismo es un sitio oscuro, desconocido, donde no se sabe qué nos vamos a encontrar. ¿Y quién se adentra en el abismo? Pues los espeleólogos, por ejemplo. La espeleología es una ciencia, y a la vez un deporte. Como ciencia, básicamente se encarga de estudiar las cavidades subterráneas. Pero acoge diversas disciplinas: geología, hidrología, zoología, arqueología, paleontología, etc. Y como deporte, os aseguro que no queda ni un sólo músculo de tu cuerpo sin ejercitar -y ojo, que el más importante es la materia gris-. Hay muchas definiciones para la Espeleología, pero de todas las que he encontrado, yo me quedo sin duda con ésta: «[…] es vivir de una determinada manera un tiempo más o menos concreto. Vivir ese tiempo es abrirte a una realidad nueva que siempre te pide más […]». Si la interiorizáis bien, os daréis cuenta de que no es una definición científica, ni se está hablando de un deporte.

Es que es mucho más que todo eso, si te lo propones… Os podréis encontrar con espeleólogos simplemente motivados por la parte científica, y espeleólogos que sólo disfrutan la parte deportiva. O simplemente con la que aquí escribe -y muchos más-, que cada vez que se adentra en una cavidad o sala subterránea casi inaccesible, se siente una privilegiada, accediendo a esa realidad nueva que siempre pide más. Te pide que tu cuerpo saque lo mejor de sí -física y mentalmente-, que trabajes en equipo, que seas solidaria, que te des cuenta de que hay cosas que no puedes hacer sola, que no bajes la guardia, que cuides de los demás igual que cuidan de ti. Y sobre todo que, aunque reina la oscuridad más absoluta -os aseguro que no he sabido qué es eso, hasta estar a más de 50 metros bajo tierra, sin ninguna luz-, la realidad que esconde es increíblemente bella. Otro mundo, otro universo que sigue sus propias reglas, modificándote tiempo y espacio. Más de cinco horas te pueden pasar como dos -por desgracia-, y veinte minutos para recorrer siete metros, te pasan como diez -por suerte, pero qué listo es tu cerebro ;)-.

No estamos locos, por lo menos ahora… Y es que la espeleología moderna tiene también mucha ciencia e ingeniería detrás, para hacerla más segura y asequible. Se construyen cuerdas específicas, haciendo rigurosas pruebas de resistencia en laboratorio, y se usan los nudos más seguros y adecuados para cada caso. Las instalaciones se hacen -se deben hacer- de forma que se tenga en cuenta el llamado Factor de caída; hay técnicas de Espeleosocorro, con protocolos específicos para rescate; los aparatos de ascenso/descenso son capaces de aguantar centenares de kilos, y algunos como el stop son autobloqueantes; por mencionar algunos ejemplos.

Si ya has visto una cueva, no rechaces volver a explorarla después. Es un ecosistema muy vivo y cambiante. Aunque una estalactita crece a ritmo de un centímetro cada 100 años, basta un par de días de lluvias intensas para que los colores y el brillo de las formaciones de una sala cambien de aspecto, que nuevos minerales se hayan filtrado, etc. O que un gour que tenía apenas tres centímetros de agua, esté con casi veinte.

Esto pretende ser sólo una aproximación, como indica el título. Para no quedarnos en el estereotipo de siempre, de ciencia y deporte. Y para dejar claro, desde un primer momento, que nos quedaremos siempre en eso, en la aproximación… Y la aproximación se saborea.