Puerta del Paraíso, de Ghiberti (Florencia)

En una entrada anterior reflexionábamos sobre el concepto de patrimonio y la necesidad de ser accesible al conjunto de la sociedad, creando espacios de memoria colectiva. Efectivamente, sin esa función social todo patrimonio cultural deja de tener sentido para su conservación.

En esta nueva entrada, continuación de la anterior, lanzo una pregunta al vuelo: ¿A quién pertenece el pasado? Lejos de ser una pregunta inocente, resulta una cuestión de extrema actualidad últimamente: edificios históricos en ruinas, excavaciones arqueológicas paralizadas, castillos, monasterios e iglesias en riesgo de desaparición. Elementos, todos ellos, declarados en peligro de extinción por parte de las administraciones públicas que se ven incapaces de hacer frente al enorme coste que supone su protección, su restauración y su puesta en valor. A ello cabría sumarle el hecho (¡afortunadamente!) de que España contiene 43 Bienes declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Esta cantidad de piezas del puzzle de la memoria colectiva, ¿cómo se mantiene? Desde luego, la situación económica actual no ayuda. En medio de este temporal que azota el patrimonio se ha hecho mayor eco la participación de la iniciativa privada en su investigación, protección y difusión. Son numerosos los ejemplos, aunque quizá la vecina Italia ha sido la protagonista en los debates suscitados a raíz de la privatización de algunos de sus monumentos emblemáticos: la restauración de La Puerta del Paraíso de Ghiberti ha sido encomendada a una fábrica de Piedras Duras de Florencia, al mismo tiempo que el Coliseo romano será rehabilitado a cargo de Diego della Valle, director de la empresa de zapatos Tod’s. Eso sí: este último pagará la suma de 25 millones de euros calculada para su restauración, a cambio de la explotación exclusiva durante quince años de la imagen del monumento. Los ejemplos siguen: a la Fontana di Trevi también le ha salido patrocinador para costear el derrumbe de unos estucos procedentes de la cornisa, la empresa de agua embotellada Acqua Claudia. La que fuera centro de sabiduría y conocimiento en la Antigüedad, la Grecia clásica, también se halla buscando nuevas fórmulas que introduzcan capital privado en su patrimonio arqueológico, elemento principal de atracción turística del país y convertido gran parte en ruinas debido a la asfixiante crisis que atrapa a la Europa mediterránea.

La privatización de la gestión cultural de numerosos monumentos ha sido objeto de un fuerte debate entre los profesionales del sector. Muchos ven en ello un gran riesgo de perder su sentido, esa esencia de la que hablábamos en la anterior entrada: dar accesibilidad al conjunto de la sociedad, sin ánimo de lucro en ello. Personalmente, no sé lo que pensaría el emperador Vespasiano al ver la imagen de su anfiteatro en multitud de vallas publicitarias. Probablemente, hasta le agradaría la idea, con lo amantes que eran los romanos de todo aquello que implicara publicitar el Imperio. Más allá de la anécdota, lo que sí creo cada vez con mayor firmeza es que no podemos confiar la enorme tarea que supone preservar la memoria histórica únicamente en manos de administraciones públicas y gobiernos que cambian cada cuatro años, mudando de la noche a la mañana también sus intereses e iniciativas. Debe ser una tarea con una proyección a largo plazo y, por qué no, apoyada en la iniciativa privada. Si parte del capital de una empresa (de zapatos, de aguas o de lo que sea) puede dirigirse en financiar la restauración y la puesta en valor de monumentos y yacimientos que van a aportar una mayor aproximación entre la sociedad y su pasado, bienvenido sea. La línea invisible en esta cuestión son los límites que deben trazarse necesariamente, esos límites que marcan la diferencia entre financiar la rehabilitación de un monasterio o poner un hotel o balneario que termine por dañar la esencia misma del patrimonio. Difícil equilibrio.