Autor: Joshua L. Hood, MD, PHD

(Las nanopartículas (en morado) cargadas de la toxina  (verde) contactan con el VIH destruyendo su cubierta protectora. Los parachoques moleculares (pequeños óvalos rojos) impiden que las nanopartículas dañen las células, que son mucho más grandes)

Oliver y Benji, fresas y nata, limón y tequila. Cosas que funcionan mejor juntas. Seguro que se os ocurren muchos ejemplos más, pero yo hoy ando un poco seco. La cuestión, lo que me ha hecho pensar en esas parejas, ha sido este artículo: “Nanoparticles loaded with bee venom kill HIV”

Nanopartículas y veneno de abeja; extraña pareja. Pero funciona, y muy bien. Según se explica, el veneno de abeja contiene una potente toxina que puede agujerear la cubierta de protección que envuelve el virus del SIDA, entre otros. En general actúa sobre las bicapas lipídicas, estructuras que conforman las membranas plasmáticas. Es capaz incluso de matar células tumorales, pero claro, también ataca a las células sanas. Hay que llevarla allí donde hace falta que actúe, sin que afecte a otras estructuras. Y ahí es donde entran las nanopartículas.

Cargando el veneno de abeja en la superfície de las nanopartículas y dotándolas de algo similar a unos “parachoques” (óvalos rojos en el esquema) se consigue que cuando éstas se encuentran con una célula normal, que es mucho más grande, la toxina no entre en contacto con la membrana celular, de manera que no le afecta. Sin embargo, cuando lo que se encuentran es un virus, que es mucho más pequeño que una célula y cabe entre esos “parachoques” de las nanopartículas, la toxina contacta con la membrana del virus, rompiéndola y haciendo que el contenido del virus se pierda sin que haya tenido oportunidad de afectar a ninguna célula sana. Así de sencillo y así de complicado a la vez.

Las sinergias de este tipo suponen avances científicos muy notables, y de alguna manera súbitos, aunque tendríamos que considerar todo el esfuerzo previamente invertido en los dos campos que se combinan para llegar al punto en el que, al combinar los resultados, se produce el salto. Pero lo bueno es eso, que tras coger carrerilla, saltamos más lejos.

Y ya dentro de la anécdota, o no tanto, me gustaría subrayar el momento del clic. El instante en que a alguien se le ocurrió combinar las dos “ciencias”, los dos trabajos. Quién sabe si esta idea surgió en la cafetería de alguna Universidad, donde por motivos de espacio en hora punta han compartido mesa biomédicos con químicos (o físicos, no se me ofendan) de materiales. ¿Os imagináis la conversación que podría surgir?; ¿os la imagináis aliñada con unas cervezas?. Mezclemos; juntos llegamos más lejos.