Hay un momento en el que te das cuenta de que tu hijo, que no tiene ni tres años, maneja el iphone mejor que tú. Otro en el que compruebas que es él quien te dice dónde van las piezas del puzzle, cuando ya hace tiempo que has dejado de equivocarte a propósito. Y llega el día, ya definitivo, en el que te mira muy serio y te pregunta que si no tienes… ejem… pilila, cómo es que puedes hacer pipí. Tú le miras con cara de circunstancia y le explicas que tienes un “agujerito”, a lo que él responde que dónde está, que él no lo ha visto, que si está “ahí”, señalando la cremallera del pantalón.

Entonces es cuando certificas que tu hijo crece deprisa, como te habían advertido, y que no se parece en nada a la niña de coletas que miraba embobada la gomaespuma rosa de un puercoespín gigante, y que solo tenía acceso a la tecnología de un botón roñoso de on/off.

Vivimos un momento de auge, exagerado, creo yo, en la educación de los niño. Estímulos audiovisuales, talleres, idiomas, actividades culturales, juguetes interactivos e infinidad de recursos les convierten en monstruitos con capacidades y conocimientos que a penas pueden gestionar. Eso sí, nunca los niños fueron tan listos ni estuvieron tan espabilados, y por eso no me extraña nada que hace unos días fuera noticia el concurso del MIBA, el Museo de Ideas e Inventos de Barcelona, para encontrar creaciones de niños de hasta 12 años que según ellos “provocaran una carcajada al mundo”, todo bajo el lema de que inventar es divertido.

La lista merece sin duda ser colgada en la nevera, aunque seguro que es mucho más extensa porque han participado miles de ideas. Almohadas que cantan nanas, una navaja suiza de la que asoman lápices de colores, cuchillos que nunca caen de punta o una corbata hinchable. Este despliegue de ingenio a la edad en la que uno está totalmente fascinado por modelas plastilina o coleccionar pegatinas, me recordó a la charla de Ricard Huguet a la que asistí dentro de las jornadas de El Ser Creativo. Aseguraba que tenemos mejores medios que nunca en las aulas, a los mejores y más receptivos alumnos, y sin embargo eran también los que más se aburrían porque los formatos de enseñanza, sin adaptarse ni evolucionar, se habían quedado obsoletos.

¿Por qué? Fácil. Hoy en día información tenemos, a raudales, en todas partes, y mil sistemas para acceder a ella. Y lo que el niño en realidad necesita es que se estimule su creatividad, su capacidad de reflexión y que, en vez de dogmas, se le den herramientas para experimentar, descubrir y crecer. Por eso cuando les dices “invéntame algo” te dibujan un fascinante pañal que te avisa de que necesita un cambio urgente.

De todos modos una cosa sí sabemos, y es que las experiencias que se viven en la infancia son básicas para el concepto que tenemos del mundo ya de adultos. Si no mirad la ecofobia, un término desarrollado al estudiar a esos niños urbanitas que tienen una imagen del campo donde las flores dan alergia, los arbustos pinchan, los insectos pican, el sol quema, el barro mancha y el agua constipa. En el otro extremo, a la que escarbas un poco en la biografía de cualquier naturalista apasionado que se precie, descubres una apacible infancia al aire libre, unos veranos mágicos en montañas o playas, o un amigo o familiar cercano que le descubrió las maravillas de los árboles, los musgos o las mariposas.

Pero yo no me quiero inventar términos, lo confieso, no sé si existe la cienciafobia. Aunque siendo realistas, nuestros hijos van a crecer en un ambiente de fuga de cerebros, escasas oportunidades para los licenciados, dificultad en el desarrollo de la carrera científica, la falta de inversiones… Quién sabe si es el momento de darles un lápiz y un papel y animarles a inventar. Si debemos mordernos la lengua cuando disfrutan mezclando refrescos, lentejas, patatas fritas y macarrones. Si mostrarles que la ciencia puede ser creativa, innovadora y estimulante sea la única vía para que en el próximo cumple los peques en vez de una cocina o un parking nos pidan un laboratorio, con sus probetas en miniatura y todo. Y nosotros, orgullosísimos, encargaremos a las abuelas una bata blanca talla xs, les haremos una foto y nos la pondremos de perfil en el whatsapp. Porque en el siglo XXI los hijos salen muy listos, y los padres, muy modernos.