Dice la leyenda que Marlon Brando decidió, en un golpe de genialidad, añadirse unos algodones en el interior de sus mejillas para bordar ese papelazo de Don Vito, el padrino. La trilogía de El Padrino tiene auténticos fanáticos incondicionales a su espalda. No es exactamente mi caso, pero he de reconocer que las tres películas las devoré en tres días consecutivos, mientras bebía rusos blancos a grandes sorbos.

Hace unos días me encontré con esta noticia: Herodes vive y quiere mentalizar a nuestros niños. Ese Obispo, vestido de negro con esa oscura sotana, en resonancia con sus palabras, no hacía nada más, y nada menos, que recordarme a ese carrillero Brando interpretando a Don Vito: La familia, la familia, … . ¿Os acordais de sus frases?:

– “Los dos compartimos la misma hipocresía, pero si vuelve a insultar a mi familia le mataré”.

– “Nunca vuelvas a decir lo que piensas a alguien que no sea de la familia”.

Con toda la buena intención del Copola padre (en el cine también hay familias, claro), sus frases se antojan como corderitos balbuceantes comparadas con las de este, y otros, obispos. Qué oscuridad, qué negrura, qué pensamiento macabro hay detrás de todo esto. Y que poco me gusta adentrarme en este barrizal oscuro de familias tortuosas. Pero a veces hay que hacer cosas que no nos gustan.

En la película, la familia es italiana. Una película que habla de una lucha a muerte entre familias. Si estás dentro, eres parte de un todo. Si estás fuera, eres eliminable. Competencia directa. En el mejor de los casos, un negocio.

El obispo de la noticia (lo siento obispo, ni me acuerdo, ni me interesa su nombre) representa a una familia, la católica española, por agrupación ideológica, que a su vez da origen y pie a una forma de entender la familia, por agrupación descendente. Pero como pasa con la familia de Don Vito, si estas fuera del grupo, eres el enemigo. Ya sea por fe, por doctrina o por manifestación sexual.

Qué asco de negrura, que me aborda y me repliega en un caldo opaco de intransigencia y mal hacer. Muerte y dolor, es lo único que saca uno de tanto miedo y cobardía. Pero, hay que ser un poco más autoexigente. La verdad es que este dilema de la familia, eso de “estás conmigo o contra mí”, no solo se restringe a esas vacilaciones, o vicisitudes, de la peor, polvorienta y obsoleta versión de la iglesia católica española. Parece que es un juego que en España ha gustado mucho jugar, generalizadamente, antes y ahora: Villa-abajo contra Villa-arriba, los Martínez contra los García, PSOE Vs PP, modernos contra tradicionales. No nos engañemos, también ciencia contra letras. ¿Hace falta seguir enumerando ejemplos?

Entonces, la familia, como núcleo y como base es algo español, y también italiano. Ya estamos con el Sur, con lo que me gusta a mí el Sur. En Inglaterra, por ejemplo, esa familia no existe. No digo que no exista oscuridad, ¿cómo no la va a haber en una isla que a las 3 de la tarde se hace de noche? Pero la familia prácticamente no existe. En el pasado existía el estado, un ente emancipador. Emancipación sin paternalismos, simplemente disponiendo de derechos e información. Pero eso acabó, y llego el individualismo. Individualismo como sistema de gestión personal para todo: sanidad, educación y, obviamente, capacidad económica. O sea, si te pones enfermo, es que eres tonto. Si no tienes dinero, es que eres tonto. Si no hablas bien inglés, es que eres retrasado. Etc, etc, etc. Os podeis imaginar qué bien se debe sentir allí una persona con ciertas dificultades. Entonces, entre esa familia envidiosa del sur, y ese individualismo descarnado del norte, ¿qué cojones elegir? Parece que vayamos de mal a peor.

Bueno, bueno, ni todo es tan malo, ni tan dramático. Hay luz, mucha. La familia es un ente difícil, pero a mi entender hay ventajas en ambos lados. ¿Por qué no sumar? ¿La comunicación entre familias podría ser la llave? Siento ser tan pesado con la Toscana, pero es mi experiencia particular. Hace pocos meses me encontré en el seno de una familia italiana algo peculiar, mientras recogía olivas. Un padre, una madre, cuatro hermanas y tres amigos. Un español y muchos italianos, todos viajeros globalizados. Una familia hippy, de madre alemana y padre italiano, que decidió hace muchos años irse a vivir a un pueblo perdido en los montes de la Toscana. Y tengo que decir que me encontré como en familia, aunque no fuese la mía. ¿No será esa la clave?, ¿hacer sentirse a la gente bien? En mi experiencia, como no hablaba italiano, no me enteré ni de una sola palabra, pero me llevé mucho calor de allí. De ese que abriga incluso cuando cae la más oscura de las noches. Usando esa filosofía de sumar; ¿digamos que más clara?, sí; ¿más racional?, también, porque no todo van a ser emociones desbocadas en la vida; esas envidias que dibujaba Goya en sus negros pensamientos, ¿no se diluirán un poco? Estoy seguro que sí.

En ciencia nos pasa dos cuartos de lo mismo, porque la cultura es transversal a todas las disciplinas de la educación. ¿Cómo puede ser que sea más fácil investigar y colaborar con grupos extranjeros, que con los grupos vecinos que trabajan en la puerta de enfrente? ¿Cómo puede ser que todos gritemos que a la ciencia hay que apoyarla, pero luego cada uno barra para su casa? La familia, la familia, que diría Don Vito. Nuestro país tiene talento de sobra para eliminar de un plumazo los agoreros festines macabros de las pinturas de Goya, y fijarnos en otras visiones más luministas, más enriquecedoras y constructivas (que cada uno piense su propia imagen, hay ejemplos de sobra). Es verdad que esas visiones nos exigen cierto trabajo emocional, porque nos obligan a salir de nosotros mismos, de nuestra familia, para, sin abandonarla ni menospreciarla entender también a las demás familias, y añadirlas a nuestro repertorio de posibilidades. Enriquecernos con el otro. Pero de verdad. Hacerlo cuesta, bastante. No es un juego de niños.

Don Vito es un personaje de una película. Es inofensivo. Pero no es ni más ni menos que un reflejo edulcorado de una realidad mucho más compleja, que como científicos españoles quizá podríamos intentar escuchar. La mitología del cine tiene la ventaja de poder transformar lo que parece más negro, en luz creadora. Una luz suave y cálida, pero contundente. Una luz que, por ejemplo, puede ser interpretada como una unión de familias. Una familia unida tiene fuerza, pero un conjunto de familias cohesionadas y comunicadas genera una sociedad completa. Una sociedad auto-reconocida y auto-valorada, con la conciencia de sus derechos a flor de piel. Ejemplos donde poder aplicar esta unión de familias hay muchos: el conjunto de agentes y actores de la comunicación de la ciencia, o de la investigación en general, o de la demanda popular de políticas efectivas, …

Desde el individuo, pasando por la familia, hasta llegar a la cohesión familiar de asociaciones, institutos, organismos, … ¿es ese camino que en nanotecnología se llama “bottom-up” el que quizá produzca democracia de forma más potente, y no el contrario del “top-down”, quizá más beligerante y paternalista? ¿No hay en las familias vecinas nuevas visiones que nos acercan a entender nuevas realidades? Desde el respecto a la identidad que nos proporciona nuestro origen, ¿la familia de al lado no será la que mejor nos pueda entender y ayudar?  Todo esto puede sonar a chiste, por no decir algo peor, pero, ¿donde pone que nuestra vida dependa del destino? Es más, ¿quien ha dicho que nuestro destino sea negro?