No sé situar exactamente cuándo me interesé por la interacción Arte/Ciencia. Creo que fue en el instituto, de una forma completamente inconsciente. El profesor de dibujo nos proponía hacer experimentos con materiales o utilizar técnicas mixtas. Me acuerdo que una de las propuestas que más me sedujo fue dividir un A4 en cuatro rectángulos, para que en cada uno de ellos hiciésemos composiciones libres de colores, estructuras, rasgos o texturas.  La verdad es que, en casa, recuerdo las horas de sentarse enfrente de una mesa para llenar esos recuadros como muy placenteras. Las clases de Física me gustaban, pero no por las clases en sí, sino por la temática. Sin embargo, en esas clases echaba mucho de menos esa libertad que encontrábamos en el dibujo. Las clases de ciencias siempre me parecieron cuadriculadas, un poco mortecinas. ¿A quién le importaba cuando llegaban esos dos trenes a cruzarse?. Aunque mis profesores fueron muy buenos, las clases estaban completamente descontextualizadas. Faltaba algo. Muchos algos.

La cuestión es que, poco a poco, ese sentimiento de que faltaba algo ha ido complementándose, precisamente, en todas esas actividades y colaboraciones Arte/Ciencia. Cada vez que me enteraba que existían colaboraciones reales entre Arte y Ciencia me he sentido privilegiado de vivir el momento que vivimos. Por sentirlo como una magnifica casualidad de ver que lo que me faltaba, existe. Al principio fue descubrir que existían científicos que abandonaban la ciencia para dedicarse al arte, como el caso de Keiji Kawashima. Uno de mis primeros hallazgos. Poco a poco me encontré con la sociedad Leonardo. Potente institución que promueve la intersección Arte y Ciencia alrededor del mundo. También me encontré con festivales como Ars-Electrónica, en Austria, o espacios como SymbioticA, en Australia. De hecho, incluso descubrí que España es un gran generador de estas relaciones. Navegando por internet me encontré con la estupenda revista ArtNodes y a Pau Alsina, o, desde el punto de vista científico y con mis propias manos con la revista Mètode, y a su director Martí Domínguez. Una amiga me presento el Museo Internacional de Electrogafía de Cuenca, y a José Ramón Alcalá, o al centro Laboral de Gijón, lanzándome hacia un viaje apasionante que, junto a una exposición del IVAM, me llevó a conocer el trabajo de José María Yturralde y al grupo Antes del Arte. Mira por donde, me sorprendí al enterarme de que este grupo, que ya en los años setenta relacionó disciplinas artísticas con científicas, colaboró con el Centro de Cálculo de Madrid. Centro en el que en sus años fundacionales trabajaba Isidro Ramos, físico y uno de los directores de tesis de mi padre. En esos momentos, empezaba a flipar pepinillos. Flipar de ver que los planetas se alineaban. Que ese algo que me faltaba en las clases de Física del instituto, y que encontraba al experimentar sobre recuadros blancos de un A4, no es que existiese, no es que estaba tejiendo una estructura densa de colaboraciones institucionales a lo largo del mundo, incluyendo muy notablemente a España, es que, además, me unía también con el pasado.

El camino ha seguido creciendo sin paradas. Ya desde Piratas conocimos al grupo de investigación de la UPV Laboluz, de la mano de Salomé Cuesta Valera. Conocimos la propuesta del libro blanco de la interrelación entre Arte, Ciencia y Tecnología en el estado Español, de la FECYT, o también el libro de Pau Alsina “Arte, Ciencia y Tecnología” de la editorial UOC, o la estupenda labor del espacio laboratorio de centros como Arts Santa Mónica en Barcelona, o los centros Medialab y Medialab Prado en Madrid. Incluso, llegamos a empastrarnos las manos y propusimos una experiencia interdisciplinar rodeando los conceptos de la Nanotecnologia, en la que invitamos, entre muchos otros, al científico Víctor Puntes o a la artista californiana Victoria Vesna. Y muchas otras cosas más. En fin, mi objetivo no es hacer una lista, sino dibujar un recorrido. Y, aquí, aparece la noticia del post del jueves.

Este camino de sorpresas continúa hasta hoy mismo. Excepto algunas importantes excepciones, parece que el mundo de la interacción Arte y Ciencia queda dominado por el mundo del arte o de la filosofía. Desde mi propia experiencia he visto pocos casos de científicos que participen de forma común, normalizada y colaborativamente en estas dinámicas. Los hay, pero parece que el mundo del arte está más interesado. Sin embargo, el otro día volví a sorprenderme al encontrar una noticia que me daba una hostia en toda la boca. -Sabrosa hostia-, me dije. Al recibir el boletín mensual de la Nanowiki que llevan Josep Saldanya y Víctor Puntes, leí la siguiente noticia: Materials by design. Merging proteins and music.

La noticia no me sorprendió por la mezcla de biología y música. El conejo fluorescente de Eduardo Kac es más llamativo en ese sentido, por ejemplo. Hay muchos ejemplos que relacionan conceptos científicos con música. Muchos de ellos, casos en los que se muestra un aspecto curioso pero científicamente poco usable. En este caso la sorpresa venía porque ese título corresponde al de un artículo publicado en una revista científica de alto impacto. Alto impacto, en este caso, es 15. La revista en cuestión, Nano Today. Y sigo con la sorpresa, porque no solo se relaciona con que exista una publicación sobre arte y ciencia en una revista de alto impacto. Ya he visto artículos de opinión sobre esta temática en revistas como Nature o Science. Pero en estos últimos casos siempre eran eso, artículos de opinión. Algo así como pequeños adornos para la verdadera enjundia de esas revistas: los letters y los artículos en profundidad. Pues nada, sigo diseccionando mi sorpresa. Sorpresa que está relacionada con la meticulosidad de un trabajo experimental que, aúna visión científica, modelos matemáticos, simulación computacional (hasta aquí todo tradicional desde el punto de vista de una publicación científica) y, oh, sorpresa, interpretación musical. Esas dos palabas, Interpretación y Musical, por sus relaciones con el método de trabajo y con el objeto de estudio, son determinantes.

Al final, por fin, un trabajo científico completo, que sabía recoger un poco de ese algo perdido. Un ejemplo, quizá, de los muchos posibles. Un trabajo elaborado, minucioso, en el que la interpretación del lenguaje artístico queda al servicio de la búsqueda de conocimiento y la comprensión de los conceptos científicos. O sea, un auténtico caso de cómo el Arte puede ayudar a la Ciencia. Mejor que explicar los detalles del artículo, simplemente animaría a que se lea. Otra de las virtudes de ese artículo, es que es fácil de entender.  Quizá, en este caso, la divulgación no es tan necesaria. ¿Será una de las consecuencias de trabajar interdisciplinariamente, que la comunicación se hace indispensable?, ¿en este momento de la ultraespecialización, es precisamente la comunicación entre especialistas ese camino para volver a la eternamente ansiada Grecia?, ¿podríamos estar recuperando un poco de ese espiritu clásico, o florentino, en el que un tipo podia hacer música, gimnasia y matemáticas?.