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En el mes de mayo, la empresa en la que trabajo me hizo asistir a un curso de comunicación. Nos lo impartió un experto en Programación Neurolingüística (PNL) y una pedagoga. Cuál fue mi asombro al ver el dibujito de arriba en una de las transparencias. Según Peter Drukes, lo más importante en materia de comunicación humana, es lo que no se dice. Y sólo se dice un 10%, la punta del iceberg. ¿Y cómo se dice? Tenemos muchas formas, pero naturalmente predomina la expresión verbal. Volviendo sobre el dibujito de arriba, indica hacia dónde va nuestra mirada según lo que nuestro cerebro esté rumiando. Si evocamos un recuerdo visualmente, los ojos apuntan hacia la parte superior izquierda; si estamos percibiendo sensaciones, hacia la parte inferior derecha (kinestésico); etc. Durante el curso sentaron a una compañera enfrente de todos, y le iban susurrando que pensara en esto o aquello. Nosotros la observábamos, y en base a eso le decíamos qué tipo de pensamiento estaba teniendo.

Todo esto me hizo reflexionar sobre la cantidad de cosas que no logramos decir -lo que no dices, es lo que más dice de ti-, al menos de forma verbal. Y en todo lo que sí comunicamos de forma no verbal, y que no es captado porque nuestra percepción está muy focalizada sobre el lenguaje verbal, ya sea sonoro o escrito. En el ser humano, el área de Broca y el área de Wernicke se encargan del lenguaje. ¿Y qué ocurría antes, antes de ser lo que somos ahora, antes de que esas áreas fueran lo que son ahora? El lenguaje sonoro estaría compuesto de gruñidos, onomatopeyas y demás monosílabos -por decir algo, que no tenemos grabaciones de aquella época :)-. Y nuestros ancestros se comunicaban, mejor o peor, pero lo hacían con un lenguaje más primitivo, más animal. Me imagino sus cerebros como auténticas máquinas de percepción sensorial: visual, olfativa, kinestésica… Y no sé por qué, con una comunicación mucho más directa y clara que la que podemos tener ahora. ¿Cuántas veces decimos algo, pero mostramos otra cosa? ¿Por qué se dice que la cara es el espejo del alma? ¿Por qué alguien nos está diciendo X, y sabemos perfectamente que en realidad dice Y? ¿Por qué una mirada, un gesto, una sonrisa, un olor, un silencio, nos puede transmitir a veces mucho más que una enciclopedia?

Porque seguimos llevando con nosotros aquella herencia de lenguaje primitivo, animal, simple. Un lenguaje al que prestamos una mínima atención, pero no por ello lo dejamos de usar, aunque sea de forma inconsciente.  Me paro y pienso en la comunicación actual, desde la eclosión de internet. Estamos en la llamada Sociedad de la Información, donde ésta fluye y se consume a una velocidad vertiginosa. Con cara pasmosa y ojos como platos, desde hace un par de años escucho cómo hay personas que dicen haberse abierto cuenta en tal red social u otra, porque sus amigos están allí y si no, no se enteran de nada, o perderían el contacto con ellos. Pues mi red favorita es la formada por mis neuronas y glías, por mi córtex pre-frontal y mi no menos querido cerebro de lagarto -que de más de una situación extrema me ha ayudado a salir airosa en los últimos tiempos-; una red capaz de captar estímulos que otras no pueden. Una red de dos hemisferios interconectados, en la que uno suele prevalecer sobre el otro -el izquierdo-, y debería ser misión nuestra equilibrar la balanza para no perdernos lo que nos pueda decir, o hacer decir, el otro lado. Al finalizar el curso, nos recordaron esto: «No olvidéis potenciar el otro lado (creatividad, empatía, etc) si queréis mejorar vuestra comunicación».

Entre tanta información, a menudo me pregunto si de verdad estamos consiguiendo una mejor comunicación. La palabra nos ha traído hasta aquí, pero no lo puede todo, no sola.

Y no os olvidéis de mirar a los ojos 😉