Un giro copernicano. Con esta metáfora, de filiación kantiana, caracteriza el historiador de la ciencia francés P. Fayard lo que está pasando en la relación ciencia-público.

Quizá sea exagerado decir que las cosas han cambiado en esa demasía. Pero la tesis es interesante, y aunque no tengamos un medio fácil para demostrarla, la reciente atención y preocupación de las comunidades de científicos por el público, o mejor, por los públicos de la ciencia, bien pueden ser un aviso de su posible verosimilitud. Y adviértase que no estamos hablando del interés del público por la ciencia, sino del interés de la ciencia por el público. De ambas cosas son ejemplo los recientes informes de la Fundación BBVA sobre cultura científica.

Por lo que parece, en las últimas décadas estamos siendo testigos de una profunda reconfiguración de las relaciones ciencia-sociedad. Es difícil señalar un momento concreto para ese cambio. Más bien se trata de un proceso que empieza a dar trazas después de la Segunda guerra mundial, y que se consolida alrededor de la década de los 80 del siglo XX. Podemos decir que, en ese proceso de cambio, los ciudadanos pasan a encontrarse relacionados con el saber experto de cada vez más maneras.

A grandes rasgos, la evolución podría ser ésta. Inicialmente el público era prácticamente ajeno a la ciencia, para con el paso del tiempo, ser receptor y destinatario del conocimiento y de sus desarrollos. Luego, a partir de la mitad de siglo XX, empieza a ser tenido en cuenta como opinión pública pasiva. Y, recientemente, desde aproximadamente hace unas tres décadas, empieza a asumir, además, el papel de actor crítico, reivindicativo y participativo. Eso no quiere decir que toda la sociedad esté implicada en tales procesos, pero sí una parte de ella, a veces, a través de organizaciones de la sociedad civil, además de otras formas que ya se han señalado en este blog.

Aunque se suele insistir en sus dimensiones culturales y políticas, parece que este reciente interés por el público tiene una dimensión económica, y por partida doble. De un lado, la de la competitividad y la productividad nacionales. Pero también de otro, la del vaivén de las dinámicas de los diferentes campos científicos. Acostumbrados a pensar en dinámicas internas (las de la lógica del avance del concimiento científico), y algo menos en las de las fuerzas políticas, tecnológicas y económicas, pareciera como si la gente hubiera adquirido la de factor de desarrollo en algunos campos científicos y técnicos. Las inquietudes, pánicos, miedos, esperanzas, recelos, expectativas de la gente parecen contar tanto como el dinero con el que se financian los proyectos o las políticas que fijan las líneas proritarias de investigación.

¿Es, de verdad, así? ¿Supone esto una forma de democratización de la ciencia? Si es así, ¿es bueno o malo? ¿Qué campos científicos o tecnológicos son los más afectdos por la opinión pública?