«Que ganamos en la minas
 
malditos sean los dineros
 
que ganamos en la minas
 
yo gastarmelos prefiero
 
aunque viva en la ruina
 
por si de pronto me muero»
 

Taranto, «Antologia» Camarón de la Isla.

 

Mayo creo que es el mes que más me seduce. Un mes en el que estamos entrando en el calor del verano, pero sin sofocos. En plena primavera, con un clima que nos invita a las charlas y las cervezas de terrazas, pero en el que aun rezumamos plena actividad profesional. Musicalmente, en este momento primaveral escogería como banda sonora la música flamenca. Creo que no encuentro otra música que sea tan expresiva, tan energética y tan auténtica. Dura, fuerte y contundente, pero a la vez tierna y con capacidad de sentir. Y es un estilo que me enorgullece, porque ha salido del crisol de nuestra cultura. Esa cultura donde la fiesta con vino y flamenco se convierte en un aspecto social y de intercambio. Pero también donde esta música ahora se enseña en las mejores escuelas del mundo, desde los EEUU hasta Japón, llenando los mejores teatros del mundo con ella.

En alguna biografía de Camarón, leyendo el enorme trabajo que hacía por escuchar a distintos cantaores, por recoger influencias de aquí y allá, me imaginaba la analogía en el mundo científico. Me gusta mucho esa pasión desbordada por conocer, por mezclarse, por reunir referencias que muchos músicos o artistas muestran. En ciencia ese trabajo se hace y se puede hacer leyendo, consultando bibliografía y textos, discutiendo en los congresos, … . Pero siempre hay distintas formas de hacerlo. A mí me atrae mucho esa imagen del investigador Francisco Torrent Guasp, fisiólogo médico de Denia, que descubrí en ese estupendo documental “El hombre que desplegó mil corazones”, con sus viajes a los congresos transportando en el maletero de su coche una colección de corazones en botes de cristal. Explicando sus propuestas con una pasión que hacía que su propio corazón se le saliese por la boca. Quizá toda esa pasión, al ser finalmente reconocida por la rígida estructura de la ciencia, le jugó su última mala pasada. A mí este hombre me emocionó, quizá tanto como lo hace el escuchar flamenco. Pero lo que es más importante, me emocionó por su calidad de razonamiento, por su atrevimiento, por su visión, por su amor a la ciencia y al entender. Y estoy tan orgulloso del flamenco, por tesoro de mi cultura, como del trabajo de este estupendo médico.

Como persona, como ciudadano y como profesional dedicado a la ciencia cada vez me siento más alejado de las culturas “del norte”, y, a la vez, me gusta sentir a mi cultura como parte de mi trabajo. En este momento de crisis la ciencia sabe que juega un papel determinante en el funcionamiento de las economías y las sociedades. Nosotros hacemos ciencia, que la traducimos en cultura y tecnología. Pero parece que la relación que tenemos con la tecnología es, como sucede en muchas de las esferas de esta crisis, satisfacer a los mercados. En nuestro caso, como desarrolladores de nuevas tecnologías y usos.  Desde mi punto de vista es vital para la salud de la economía de un país generar investigación fundamental y aplicada, pero dotada de esa creatividad y pasión que fuerce la aparición de nuevos conceptos, nuevas formas de intercambiar y nuevos usos. El científico firma un contrato social en el momento que es financiado. Ese contrato puede ser privado o puede ser estatal. Pero, ¿el científico debe preocuparse por cómo se gestiona ese contrato social?. La reciente existencia de foros sobre esta temática parece indicar que la respuesta es «Sí».

El mundo de la ciencia se está implicando en denunciar lo ilógico y lo peligroso que es recortar en investigación. Y ciertamente lo es. Pero quizá también debería implicarse en intentar colaborar en la propuesta de nuevos modelos de economía, nuevas formas de acceder a ella, o formas más acordes con nuestra cultura. Si la ciencia es economía, también podemos intentar dirigir la ciencia para proponer otros tipos de economías. ¿Es eso responsabilidad de los economistas?, ¿o los científicos también tenemos voz para decidir en ese terreno?, Hay algunas propuestas desde el marco directo de la economía, como econonuestra, o economía crítica y critica de la economía. Son, podría decirse, injerencias particulares sobre la actuación en nuestra economía. Pero, ¿el científico, como actor social muy destacado, no debe ingerir en estos procesos?. ¿Nuestra cultura es incapaz de soñar y crear sus propios sistemas de eficiencia y de organización?, ¿estamos condenados a ser simples monos que repiten los perfiles de cohesión social y de organización profesional que se exportan hacia nuestro país?, ¿Los únicos sistemas que funcionan en nuestro país como elementos creativos auténticamente propios son los artísticos, como el estupendo caso del flamenco?, ¿Qué le pasa a la ciencia en España que tiene tanto miedo a ser Ciencia Española?. A parte del obvio y problemático déficit de financiación, ¿no tendremos que empezar a creernos que España tiene cultura, energía, creatividad y autenticidad suficiente como para ser una potencia científica?, empezando por creérnoslo los investigadores, continuando por que los políticos lo entiendan y lo financien,  y acabando por cristalizar el apoyo de los ciudadanos.  Estoy convencido que podemos, tanto como de que nos los merecemos.

Fotografía: «Matemáticas para estudiar el cante flamenco»  en innovacion.ideal.es