¿Cuál sería según usted el fenómeno científico más significativo del siglo XXI? A pesar de los pocos años transcurridos, seguro que le vendrá a la mente alguno de los recientes descubrimientos y creaciones en el campo de la ciencia y la tecnología. Podrían ocurrírsenos cosas como la secuenciación del genoma humano, el efecto anómalo de los neutrinos, las propiedades sorprendentes del grafeno, la demostración de la conjetura de Poincaré, la web 2.0 o la posible detección del bosón de Higgs, por decir algunos posibles candidatos.

Pero también puede serlo otro que suele pasar bastante desapercibido: la masiva movilización institucional de recursos en pos del fomento de la “cultura científica” (y técnica). “Cultura científica”, un nombre nuevo para algo no tan nuevo: la divulgación de la ciencia, una actividad que cuenta con varios siglos de andadura. Por mor de esta apuesta, un ejército de científicos, contando con el incentivo y la financiación del Estado, están embarcados en una amplia cruzada pedagógica, la de educar científicamente a la ciudadanía. A las tradicionales conferencias magistrales, se añaden ahora actividades de todo tipo; muchas de ellas con cariz lúdico e interactivo como festivales, ferias, cafés, museos, jurados, talleres, entre otras. Y eso por no mencionar las posibilidades informativas que de acceso y de participación ofrece Internet. Con este cambio de paradigma comunicativo, se nos revela cierto eso de que el medio es el mensaje. Y en este caso el mensaje es que la ciencia es accesible, fácil y divertida, lo cual conecta de lleno con el espíritu del término “divulgación”: difundir un conocimiento entre el vulgo; aunque hoy diríamos “público” en lugar de vulgo por las connotaciones peyorativas de este término.

Sin embargo, en la actualidad ya no se habla tanto de “divulgación científica”, denominación que se considera pasada de moda; ni tampoco de “alfabetización científica”, un término posterior, más específico y de matices pedagógicos. La expresión más actual es “fomento y promoción de la cultura científica”, expresión que tampoco está exenta de problemas de tipo conceptual, debido a la ambigüedad de la palabra “cultura”, cuyos significados son diversos. Y que se complican aún más cuando se tiene que decidir qué es lo que todos los públicos deberían saber sobre la ciencia. Una cuestión que por desgracia los agentes involucrados dan por sentada y sobre la que suelen pensar poco, si es que algo la han pensado. Todavía tiene mucho peso la imagen mítica e idealizada de la ciencia; una imagen sin demasiada base empírica, pero un recurso fácil al que cualquiera puede agarrarse sin necesidad de justificación.

¿Qué ha sucedido para que se ponga en marcha una iniciativa de este calado? Para contestar ese interrogante, se puede hacer referencia a muchas causas y explicaciones, pero, la verdad, no resulta fácil dar una respuesta, ni tampoco es nuestro cometido ahora mismo. Sin embargo, alguna de las metáforas que se usan para hablar del fenómeno del que estamos tratando pueden ayudar a situar la cuestión.

De entre todas las expresiones que quieren sintetizar este gran proyecto cívico-educativo destaca una, quizá la más repetida: “acercar la ciencia a la sociedad”. No hace falta mucha profundidad analítica para darse cuenta de que lo que subyace a esta expresión retórica es la existencia de un alejamiento o abismo entre ciencia y sociedad; entre la comunidad de científicos y el público. Pero dado que este alejamiento no es reciente ni que tampoco ha existido una preocupación por evitar que se diera, es lógico que nos preguntemos qué está pasando.

El caso es que nos hallamos ante la mayor reconfiguración de las relaciones conocimiento experto y sociedad nunca antes experimentada por sociedad alguna. El papel de los ciudadanos respecto del conocimiento científico y el de los científicos como ciudadanos ha sufrido y está sufriendo su transformación más drástica hasta la fecha. Qué nos deparará esta reconfiguración es un enigma de lo más interesante por muchas razones. Entre ellas está el hecho de que afecta a una de las dimensiones sociales del poder. La referida a la creación, posesión y distribución del conocimiento en la sociedad. Recordemos al respecto el dictum del mayor propagandista moderno de la ciencia, Francis Bacon: “saber es poder”; un saber que resulta evidente que no se encuentra igualitariamente distribuido en la sociedad. Una consecuencia que se deriva de ello es que nos hallamos ante la reestructuración del poder en la sociedad (no de todo él, pero sí de una parcela suya).

Esto es un acicate que nos reta a embarcarnos en esta empresa colectiva, a la que esperamos contribuir preguntándonos y reflexionando sobre el conocimiento científico-técnico y sus implicaciones sociales. ¿Nos hemos parado a preguntarnos qué quiere saber realmente la gente sobre ciencia? ¿O es eso entrar en un terreno peligroso? Con la gran apuesta científica de principios del siglo XXI, una iniciativa que cae exclusivamente del lado de la oferta, ¿no se corre el peligro de que la distancia entre la ciencia y la gente se mantenga? ¿O es que es eso lo que se pretende, aunque se diga lo contrario? Porque, ¿en qué consiste esa cultura científica que todo ciudadano debería conocer?, ¿y quién determina que eso sea así?